jueves, mayo 21, 2020

Escraches, nunca


Creo que fue en Argentina, aunque puedo estar equivocado, donde surgió la práctica del escrache, esa concentración de protesta que acosa a los políticos y, en general, a quien sea, en sus hogares. Se trata de una manera de protestar que traspasa todos los límites morales y que lleva el conflicto político a las habitaciones privadas de las personas y de sus allegados. Los hijos, las parejas de los políticos ven cómo su intimidad resulta asaltada por pancartas, gritos, proclamas y todo tipo de mensajes de ataque. Nadie tiene derecho a hacer algo semejante ante nadie.

En España esta táctica de protesta llegó con la crisis económica de 2008 y todo su derrumbe posterior. No afectó al gobierno del PSOE, que cayó en 2001, y sí al de PP, que hasta 2013 vio como la economía seguía sumiéndose en un pozo depresivo aparentemente sin fondo. Alentada por plataformas ciudadanas en un principio, como la de los antidesahucios, de donde surgirían figuras como Ada Colau, el escrache apareció en nuestros medios de comunicación como palabra y forma de actuar de la mano de Podemos, casi al poco de nacer la formación política. Sus dirigentes, peronistas de forma y fondo, trasladaron el estilo que se llevaba en las calles argentinas a las nuestras, y realizaron actos de acoso ante las viviendas de algunos de los entonces dirigentes del gobierno. Especialmente llamativo fue el que sufrió la que era vicepresidenta, Soraya Sánez de Santamaría. Por aquel entonces Iglesias calificaba aquellos actos de “jarabe democrático” y no sólo los respaldaba, sino que los alentaba. Nunca dudé en denunciar semejantes horrores y a quienes los desarrollaban, lo que me costó no pocas críticas. Varios años después, y en medio de la desolación social y económica que está provocando la maldita pandemia, esta semana hemos visto actos equivalentes contra algunos de los mismos que los alentaron en el pasado. Jaleados por Vox, sin que públicamente sus dirigentes lo reconozcan, algunas personas han acudido a manifestarse y a hacer presión ante el chalet en el que ahora reside Pablo Iglesias y familia, a quienes la vida no les ha tratado nada mal estos años, y otras figuras del gobierno, como el Ministro de Fomento José Luis Ábalos se han visto en las mismas, con grupos de personas criticándoles y coreando consignas gruesas a las puertas de sus viviendas. Si era infame hacer semejantes actos ante políticos del PP, también lo es hacerlo frente a políticos del PSOE o Podemos. Si era condenable entonces también lo es ahora. Si entonces se trataba de una indigna manera de manifestarse y un auténtico ejercicio del acoso por parte de quienes a esos domicilios se dirigían ahora se puede, y se debe, decir lo mismo. Iglesias alentó una manera infame de manifestarse que ahora se le vuelve en su contra, pero era tan criticable cuando él la ejercía como cuando él la sufre. La vida privada de las personas es de ellas, de los suyos, y de nadie más. La casa, el piso, el lugar en el que uno vive con las personas queridas es un refugio personal, es un lugar de intimidad, y no hay motivo ni justificación para que sea invadido, presionado, asediado por huestes de ningún tipo. Nada justifica los escraches, nadie puede llevarlos a cabo y nadie debe sufrirlos. Es así de simple y sencillo. No es tan difícil escribirlo, decirlo y ejercitarlo. No, nadie, nunca.

Lo sucedido en estos días al respecto de esta práctica, que me niego a llamar política, refuerza mi teoría, compartida por mi mismo y poco más, que las diferencias ideológicas de Podemos y Vox son realmente escasas. Ambos visten ropajes que se expresan, presuntamente, de convicciones políticas antagónicas pero, en el fondo, sólo transmiten una posición totalitaria, de tal manera que cada uno de ellos se cree poseer la verdad absoluta y todos los demás no son sino encarnaciones del mal que deben ser perseguidas. Vox y Podemos son pulsiones extremistas que yacen larvadas en todas las sociedades, y que momentos extremos de crisis, como las vividas en el pasado o esta, exacerban. Y esas pulsiones pueden acabar contaminando todo el tejido político. Ese es uno de los mayores peligros. No caigamos en él.

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