Es innegable que la
puesta en escena era absolutamente perfecta, impactante, tan poderosa que,
realmente, se puede decir que sólo era imagen lo que se veía. Trump
ofreció a principios de la semana una entrevista a la Fox, su medio favorito,
en el monumento a Lincoln, que realmente es un inmenso templo erigido en
Washington al final del eje del poder que configura el urbanismo de la ciudad. Las
dimensiones y posición que ocupan ese monumental edificio en la ciudad reflejan
una visión del poder imperial, con su imagen y la del obelisco dedicado a
George Washington alineados frente al Capitolio, sede de las cámaras. Nada en
el diseño de la urbe, ejecutado por L’Enfant e inspirado en Aranjuez, se dejó a
la improvisación.
En EEUU se está
comprobando estos días hasta qué punto estamos ante un país federal en el que
el gobierno posee unos poderes limitados frente a los estados, capaces de
dictaminar políticas muy distintas unos de otros, y en ocasiones nada coordinadas
respecto a la autoridad general. Ya el hecho de que uno pueda morir o no por
cometer un delito debiera hacernos caer en la cuenta de que es muy distinto
vivir en un estado norteamericano que en otro. En tiempos de Trump esta
distinción crece con fuerza porque el tradicional papel de coordinación y
referencia del gobierno nacional se ve desdibujado por la nefasta gestión
presidencial ante la pandemia. Con un comportamiento errático, basado en la
negación hasta donde fue posible, el pasotismo posterior y la búsqueda de
culpables después, Trump ha vuelto a dar ejemplo una vez más de antiliderazgo y
lo pernicioso que puede ser en todos los ámbitos que imaginarse uno pueda. Frente
a los miles de muertos causados por la pandemia parece algo menor, pero la
epidemia pasará, y los daños que Trump ha generado en el sistema estadounidense
y en la defensa de sus valores serán, me temo, mucho más perdurables. Y no les
cuento nada sobre la imagen internacional que proyecta la nación en el mundo,
herida a cada decisión adoptada por el magnate, que ve como el número de
contagios y muertos se dispara sin que nada se haga desde la imagen
presidencial para evitarlo. Ahora mismo la principal obsesión que recorre los
pasillos de la Casa Blanca es la de encontrar alguien a quien echarle la culpa
de los muertos del coronavirus y que políticamente pueda ser utilizado en la
campaña de unas elecciones para las que queda menos de seis meses. Trump y los
suyos, con la Fox muy a la cabeza, han visto en China el candidato perfecto
para ser acusado de todos los males. La enfermedad empezó allí, de allí se
expandió al mundo, y visto lo visto nadie se cree las cifras de infectados y
fallecidos que mantiene como ciertas el régimen de Beijing. Cierto es que China
debe dar muchas explicaciones al mundo de lo que realmente sucedió en Wuhan y
los demás debiéramos haberle exigido desde un principio que nos explicara en
detalle a lo que nos enfrentábamos, que construían hospitales porque esta
enfermedad genera un problema de colapso que, al contrario de la gripe, sólo se
puede tratar en una estancia hospitalaria con muy alta disponibilidad de UCIs,
y otras muchas cosas más, pero la teoría conspirativa de que el virus fue
creado en un laboratorio de Wuhan simplemente no es cierta. Estamos ante una enfermedad
zoonótica, derivada de animales, como son la gripe, la viruela y muchas otras,
y no necesitamos introducir conspiraciones humanas en un mundo en el que la
naturaleza y la combinatoria genética se bastan para crear, cada cierto tiempo,
enemigos letales. Que Trump apoye semejante patochada demuestra tanto el nivel
de desesperación al que empieza a llegar por la magnitud del desastre como la
absoluta nulidad de su figura, su nada ante cualquier tema de la realidad. Su
fracaso en la presidencia del país más poderoso del mundo va camino de ser
épico, y no, eso no es bueno ni para sus compatriotas ni para nadie.
Volviendo a la imagen
de la entrevista ante el monumento a Lincoln, realmente la imagen lo dice todo.
Es curioso que ambos políticos pertenezcan al partido republicano, lo que allí se
llama el GOP (Great Old Party, gran y viejo partido) pero que distintas son sus
figuras y realidades. Realmente para comparar la talla de ambos dirigentes
basta con observar la presencia humana de Trumo frente a la inmensa estatua del
sentado Lincoln, es misma es la diferencia de altura entre uno y otro. Imagino
al bueno de Abraham, que tanto sufrió en su mandato, penar en lo más íntimo al
ver lo que un presunto sucesor suyo está haciendo con la nación por la que
tanto se desvivió.
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