Es casi seguro que, tras
amarrar anoche los votos de Ciudadanos en un acuerdo de última hora, y con el
probable apoyo del PNV, el gobierno consiga hoy en el Congreso la renovación
por otras dos semanas del estado de alarma, independientemente de lo que vote
el PP. Me inclino a pensar que se abstendrá, para no dar una imagen de recuento
de votos en la que aparezca junto a ERC. Si es así, el gobierno hubiera sacado
esta prórroga sin necesidad de acuerdo alguno, porque recordemos que son necesarios
más votos a favor que en contra para lograrlo.
Ya les aviso que, como
ha pasado con anteriores debates de la prórroga y muchos otros, no voy a ver la
sesión por la tele, y no es porque tenga que salir a la calle y me sea
imposible, o porque mi casa sea tan grande que el televisor me pilla mal. No,
no es por ninguna excusa de ese tipo. Es simplemente porque se me hace
insoportable asistir a una confrontación barriobajera en la que sólo los de muy
bajos instintos se pueden sentir reconfortados. Tanto el gobierno como el PP
llegan a esta sesión enfrentados hasta el extremo y hundidos en la
incompetencia de la gestión de la crisis. Miente el gobierno cuando afirma que
sólo el estado de alarma es la vía para gestionar la respuesta económica y
social ante el Covid19, porque si es verdad que las restricciones de movilidad,
aún necesarias, sólo se pueden amparar bajo esa fórmula jurídica, todas las
demás medidas adoptadas, empezando por los ERTEs, se sujetan a un Real Decreto
que se puede desvincular de ese estado excepcional. Frente a ellos, el PP
miente al solicitar, con voces discordantes, derogar ya el estado de alarma a
sabiendas de que esa medida supondría que, a partir de las 0 horas del lunes
todo el mundo podría moverse libremente por todo el país, porque ninguna CCAA
posee las atribuciones necesarias para ejecutar semejante confinamiento, pero
aciertan los populares al denunciar el chantaje al que Sánchez somete al
conjunto del país al agrupar toda la respuesta en la figura de un estado de
alarma que tendrá que decaer como tal cuando la movilidad nacional sea plena,
quizás para finales de junio. Lo que debiera ser la obligación de ambos
partidos, la negociación de la “desescalada” de la alarma y de la reescritura
de las normas ya en vigor para adaptarlas a esa situación se ha convertido en
una situación política mucho más parecida a la del enfrentamiento bélico al que
tan aficionados son los escritores de discursos de Moncloa para describir, de
manera errónea, lo que vivimos en tiempos de pandemia. Sánchez sigue creyendo
que posee un poder absoluto desde el palacio de la Moncloa, cuando tiene poco
más de 120 diputados propios y, como gobierno, sigue muy lejos de esa mayoría
de pleno confort, y mantiene unos comportamientos y actitudes presidencialistas
que son ajenos a nuestra constitución e imposibles de ejercer con su exigua
cosecha de escaños. El PP, por su parte, sigue atrapado entre las construcciones
mediáticas de la Moncloa y el fuego a discreción que se lanza sin freno desde
las filas de los exaltados de Vox, que día a día, como Podemos, muestra hasta
qué punto los que les han votado han desperdiciado su papeleta al escoger a
estos impresentables. No quiere el PP ser cómplice de las medidas que adopta el
gobierno ante la pandemia ni tiene escaños suficientes para imponer medidas
propias, y así no se llega a ninguna parte.
Y
mientras tanto, ambos partidos, que gobiernan la nación y todas menos dos CCAA,
siguen sin pedir perdón a la sociedad por la negligente gestión de la crisis,
no se han dignado a pasarse por alguna de las muchas residencias que han sido
arrasadas por el virus y postrarse ante ellas, mostrando arrepentimiento por su
culpa en lo sucedido. Nada. Sólo orgullo de perdedor que no admite su error, y
la clásica costumbre hispánica de arrojarse cadáveres unos a otros a ver quién
es capaz de salir sin necesitar un respirador de semejante hedor moral. No, no
veré la sesión parlamentaria, ninguna gana tengo de asistir a semejante
despropósito.
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