Afortunadamente, la convocatoria de este pasado sábado en Madrid por parte de los alborotadores de siempre se quedó en nada. Apenas unos cientos de personas se reunieron en las inmediaciones de Atocha en una concentración avisada en redes pero no autorizada, que la policía controló en todo momento e impidió que tuviera lugar. Algo de frío por parte de asistentes y cuerpos de seguridad, y poco más. Parece que, por suerte, la ola de disturbios creada por los radicales de guardia y sus respaldos políticos, que cogió impulso con la excusa del encarcelamiento de un rapero, se está diluyendo, e imagino que el rapero, a resguardo, puede empezar a pensar sobre lo que su movimiento de apoyo ha hecho con su figura.
Esta tranquilidad aquí no se ha dado en otras ciudades europeas, que han vivido manifestaciones en contra de los nuevos confinamientos decretados al calor de la creciente cuarta ola de contagios de coronavirus, y que se han saldado con disturbios de intensidad variable en, por ejemplo, Alemania o Países Bajos. Allí las fuerzas de seguridad se han desplegado y cargado, en Ámsterdam con cañones de agua a presión, cosa que en España no se ha visto desde que hay recuerdo, y las protestas se han terminado disolviendo en medio de marasmos más o menos serios. Poco, eso sí, si se compara con la que se vivió ayer en Bristol, donde los violentos llevaron a cabo una repetición del ataque a los furgones policiales que se produjo en Barcelona hace unas semanas. Allí ha sido la propuesta de una nueva norma policial que aumenta las competencias de ese cuerpo y la resaca del último asesinato machista sucedido en el país lo que ha desatado una ola de protestas que ayer alcanzó cotas no vistas en Reino Unido desde hace bastantes años, con asaltos a comisarías incluidos. Está por ver el balance de una noche de furia, pero los daños son intensos y los heridos, tanto policías como manifestantes, numerosos. Al otro lado del charco, en EEUU, se han vivido noches conflictivas en Miami, a cuenta del exceso de fiesta. Si Madrid o Barcelona están llenos de franceses que buscan huir de su confinamiento estricto, Florida ha sido invadido por estudiantes del resto del país en la semana de vacaciones de primavera, buscando Sol y juerga para escapar del frío invierno y las restricciones. Las autoridades de la ciudad llevaban varios días insistiendo que la situación estaba fuera de control, no ya con fiestas, sino con desfiles de juerguistas sin ningún tipo de medida de seguridad. Finalmente se ha decretado un toque de queda estricto y las fuerzas de seguridad locales se han empleado para tratar de reconducir la situación, y en frente se han encontrado a una ola de personas, en su mayoría muy bebidas, que han cargado contra todo lo que les pudiera impedir seguir con la juerga. Al final parece que el toque de queda se ha respetado, pero ha costado lo suyo meter en vereda a los fiesteros, y no está claro si escenas como las vividas el fin de semana se repetirán hoy o en los próximos días. Probablemente influya en ello más la meteorología local y la ingesta de alcohol que cualquier mensaje lanzado por las autoridades. En EEUU la curva de contagios se está estabilizando tras una bajada intensa y la vacunación avanza mucho más rápido que en Europa, pero aun así la rebeldía ante las medidas de seguridad decretadas por las autoridades se mantiene y no han dejado de producirse manifestaciones en contra de los cierres, los horarios restringidos o el uso de mascarillas, y no sólo en estados que puedan considerarse como muy partidarios del mensaje negacionista de Trump. Allí las medidas de distanciamiento que en Europa consideramos que son el ABC de la lucha contra el virus han estado siempre en el ojo de la polémica, y la capacidad de las autoridades para imponerlas siempre ha estado en duda.
¿Quieren decir algo todos estos conatos de violencia? Aunque cada uno posee excusas más o menos distintas, creo que reflejan, sobre todo, el hartazgo social que no deja de crecer a medida que la crisis vírica se extiende y destroza economías y espacios de seguridad. Seguro que usted, en gran medida, está ya muy harto de todo, y en su entorno la sensación es similar, mezcla de hastío, agotamiento y desánimo. A no pocos esos sentimientos les llevan a la bronca, al rechazo a una situación que les desborda y a las ganas de acabar con todo de una vez. Espoleados hábilmente por demagogos espabilados, esa frustración se puede canalizar en forma de barricadas, escaparates destrozados y comercios saqueados. Más nos vale que, poco a poco, las vacunas nos saquen de este impasse.
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