Si ya eran insoportables, el inicio de la campaña electoral madrileña va a convertir en directamente tóxicas las sesiones del Congreso. Ayer pudimos ver la primera de ellas tras la convocatoria, un continuo cruce de insultos y demagogias en las que cada interviniente aprovechaba para soltar un mitin electoral. Lamentable. Una de las pocas ocasiones en las que no se habló en tono campaña, cuando Iñigo Errejón preguntó por las medidas a favor de la salud mental en tiempos de pandemia, se remató con un comentario despectivo de un diputado del PP que añadió algo de fango a uno de los pocos puntos que carecía de él. La polémica subió muchos puntos y al final el diputado ofensivo se disculpó, no le quedaba otra.
Pero el problema de fondo que señalaba Errejón es real, y profundo. Más allá de los chistes que se puedan hacer sobre lo loco que puede estar el propio Errejón por la vuelta sobre él de un personaje tóxico como Iglesias, la salud mental de la población es un tema que no se aborda habitualmente, porque da reparos. Parece que es normal que a uno le duela el codo o el estómago, pero se mira mal al que le duele el alma o muestra síntomas depresivos, por citar dos opciones. Si esto y era un problema hace tiempo, la pandemia que vivimos lo ha agravado notablemente. Los casos de ansiedad se han disparado y, con ellos, el consumo de medicamentos que tratan de paliarla, que al final pueden convertirse en un problema en sí mismos. Recitó Errejón una serie de medicamentos que a todos nos suenan, porque conocemos a personas que se los toman, a veces de manera ocasional, otras como si fueran caramelos, y el acudir a la farmacia, con receta médica, a solicitar eso que yo llamo medicamentos de primera división es algo que se debiera ver como un grave problema. La ruptura de los entornos personales, el aislamiento, el miedo a la muerte propia o de los allegados, la angustia por el futuro económico, el drama del paro y las deudas, el no saber cómo va a ser la vida tras encierros y confinamientos…. Todo esto que estamos viviendo ha trastocado notablemente la vida de muchas personas, y nos ha sumido a todos bajo u velo de tristeza, oscuridad y opresión. Decía el CIS en una de sus encuestas no electorales de hace unas semanas que un tercio de los españoles confiesa haber llorado durante el año que llevamos de pandemia, lo que puede indicar, dado que muchos son pudorosos, que ese porcentaje se quedará corto. La sucesión de malas noticias asociadas a esto que vivimos (que no, maldito Mr Wonderful, no tiene nada de bueno) mina la moral de cualquiera y lo convierte todo en una cuesta arriba intensa. Y esto es solo el principio, porque seguimos en la urgencia de las vacunas, los casos detectados y las muertes seguras. A medida que la pandemia se vaya controlando y la sociedad vuelva, poco a poco, a la normalidad, afloraran casos sin parar de traumas y daños mentales de diversa consideración, que supondrán un enorme, y duradero, reto para las estructuras sanitarias y asistenciales, ya tocadas por la tormenta eterna que vivimos. Como tras toda experiencia traumática, se requerirá un tiempo para la reconstrucción emocional, que cada uno empleará de manera distinta y con duración variable, y en ese proceso de vuelta a la normalidad es necesario un acompañamiento, un apoyo, una fuerza por parte de los demás. Algunos no lo logran, también eso es humano, y acaban atrapados por las garras de la depresión. En algunos casos, por esa enfermedad o por otras causas, el suicidio es la vía de escape escogida para paliar una crisis personal a la que no se le ve salida. Unas diez personas se suicidan al día en España, muchas más de las que hoy en día mueren por accidente de tráfico, y es de esperar que, lo siento, estas cifras hayan crecido durante la pandemia y lo hagan tras ella. El absurdo de todo esto y la tensión que están soportando muchos, tanto por su profesión como por sus circunstancias vitales, harán que surja la resiliencia, ese concepto del que tanto se abusa ahora hasta provocar hartazgo, pero también, no nos engañemos, se darán muchos cortocircuitos que provocarán más dolor.
¿Cómo afrontar esto? El recurso a la medicación es la vía rápida, sencilla y paliativa, que oculta las causas, pero atenúa las consecuencias. En no pocos casos eso basta, permite ir tirando y da los apoyos necesarios para que la reconstrucción se pueda hacer, pero en muchas ocasiones es insuficiente, por no hablar de los problemas asociados a adicciones que todos estos fármacos pueden provocar. Sí, la crisis de salud mental a la que hacemos frente es seria, muy seria, y visto lo visto no será en el Congreso donde se vaya a buscar algún remedio. Sin embargo es muy importante que nos centremos en ella, que no ocultemos el problema, y que tratemos de encontrar soluciones, asistenciales, farmacológicas y sociales.
Mañana es fiesta en Madrid y otras comunidades. No habrá artículo. Tras los vientos fríos del fin de semana nos leeremos, si no pasa nada asombroso, el lunes 22
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