Cierto es que el fatídico año pasado está lleno de noticias enormes que lo cubren todo, y que nos marcarán durante décadas, casi todas ellas englobadas dentro de LA noticia que es la pandemia, pero pasaron más cosas que marcan. Una, al menos para mi, fue el salvaje asesinato en Francia de Samuel Paty, profesor, decapitado por un islamista, ejecutado por un fanático. Se sigue investigando sobre aquel cruel suceso, y las noticias que salen a la luz aumentan la vileza de todo lo que pasó y encumbran aún más a Samuel, cuyo homenaje público fue tan intenso y fugaz como perdurable parece ser el esfuerzo de nuestra sociedad en olvidar su legado.
Según la versión oficial del atentado, todo empezó varios días después de que Samuel, en una de sus clases, enseñase alguna de las viñetas de Mahoma de Charlie Hebdo y una alumna se ausentase del aula, haciendo uso de la prerrogativa que el profesor le daba para no sentirse ofendida si así se consideraba. A partir de ahí el padre de la alumna puso una denuncia contra el profesor por insultar a su religión y empezó una campaña de odio en redes sociales que acabó siendo escuchada por un islamista que fue el que asesinó al docente de una manera cruel y despiadada. Una historia interesante que, espoleada por el fanatismo, degenera en tragedia. Pues bien, ahora se ha sabido que la parte inicial de este relato es falsa. La estudiante que comentó a su padre lo que había hecho Samuel y que había salido de clase mintió, no estuvo en el aula ese día, ni vio las caricaturas ni nada de nada. Contó una mentira a su padre sobre lo que había pasado en esa jornada, y con esa mentira de base su padre puso una denuncia y encendió el odio en las redes, y luego vino todo lo demás. Sobrepasada por los hechos, asustada, la alumna de 13 años mintió a todos lo que hablaron con ella ese día y dio comienzo a una secuencia delirante de acontecimientos que degeneraron sin que ella ni pudiera evitarlo ni fuera capaz de imaginar lo que iba a pasar. Dio una patada a una piedra para esconder una falta (quizás una pira escolar como otra cualquiera) y esa piedra empezó a rodar hasta generar una avalancha que acabó con la vida de Samuel. Parece el argumento de una tragedia clásica de destinos enredados, dioses furiosos y sangre derramada, pero es la cruel realidad de lo que sucedió, con la triste paradoja de que es justo la sangre derramada del justo lo único que se asemeja plenamente a lo que, con esmero, se representa desde hace milenios atendiendo a los geniales textos griegos. La mentira de esa niña fue, de manera inconsciente, el primer clavo de la tumba de un Samuel que estaba en manos de fuerzas oscuras y poderosas de las que ni era consciente ni tenía manera de imaginar hasta qué punto iban a cebarse con él. El caso reúne lo mejor y lo peor de la condición humana, la fragilidad del héroe voluntario que no quiere serlo, que cumple con su deber de manera silenciosa, y la crueldad máxima del fanatismo que tiene en la violencia su arma más eficaz, para acallar la voz y pensamiento de quien de él discrepa. ¿cómo será la vida de esa niña cuando sea capaz de asumir lo que ha pasado? Ella no es culpable de la muerte de Samuel, lo es su ejecutor y la ideología que lo ampara, pero el ser consciente de que una mentira propia ha originado esa cruel cadena de sucesos no puede dejar inmune a nadie, le rodea de un conjunto de sentimientos que, a buen seguro, le condicionarán en el futuro. Y nunca podrá olvidar a su profesor, que ya no está, que no puede volver de la nada a la que le han condenado.
El ejemplo de Samuel debiera ser honrado sin cesar por parte de todos pero, ay, en nuestra sociedad, cobarde y acomodada, el valor de quien hace las cosas bien no se reconoce. Hace poco un instituto francés que iba a rebautizarse con el nombre de este maestro cambió de idea por miedo a posibles ataques islamistas. La mayor parte de la comunidad escolar votó en contra, por miedo. Ojalá en nuestras ciudades hubiera una calle dedicada a Samuel Paty, ojalá en nuestros pueblos hubiera colegios e institutos dedicados a Samuel Paty, ojalá pudiéramos hacer algo que nos permitiera estar mínimamente orgullosos de nosotros mismos, recordando la memoria de Samuel, que nos enseñó algo tan valioso como que la libertad cuesta, y que la luz es perseguida por las sombras. Ojalá no sigamos siendo tan viles y cobardes.
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