Este sábado tuvo lugar la extraña gala de los Goya de la pandemia, en la que las conexiones virtuales y actuaciones sin aplausos ofrecieron un resultado que, para los críticos, fue satisfactorio. Vi poco del acto, estaba con un libro interesante y, tras la presentación inicial de la ceremonia a cargo de Antonio Banderas, quité la tele y seguí leyendo. Al cabo de una hora volví a encender la pantalla y vi algunas actuaciones y entregas, pero lo quité antes de que terminase la gala. De vez en cuando, junto a Banderas, aparecía María Casado en el escenario, o como voz de fondo, presentando a los siguientes encargados de entregar los premios. Creo que no tuvo tanto protagonismo como Banderas, el anfitrión, a lo largo de toda la ceremonia.
La trayectoria de María Casado es bastante interesante y es, a la vez, un buen ejemplo de superación de las adversidades y de cómo reinventarse cuando vienen mal dadas. Empezó su carrera profesional en Cataluña, haciendo un poco de todo en medios, no sólo en TVE, pero acabó recalando en la casa en la que se haría famosa. Tras unos años en la delegación, llega a la central de Madrid y empieza a presentar informativos, logrando estar al frente de algunas ediciones del Telediario, algo por lo que sueñan, y matarían, muchos periodistas, y otros tantos que no, en este país. La de favores y adulaciones que se hacen por parte de presuntos profesionales al partido que toque para poder acceder a los telediarios, la joya a la que aspiraba Iglesias, que lo dijo en alto, y el resto, que no lo dicen, pero igualmente lo codician. De bello rostro, dicción correcta, mirada serena, voz algo dura y estilo agradable, Casado tiene el don de la credibilidad ante la pantalla. En unos años anteriores a la moda de hacer desfilar al presentador por el estudio para que el atrezzo aplastante esconda la inanidad política que se relata, Casado permanecía anclada a la mesa de presentadora sin poder salir de ella, pero realizaba de una manera perfecta su trabajo. Hizo sustituciones de los primeros espadas (que un solo día suplas a Ana Blanco debe ser el sueño de casi todos) y empezó a ser un rostro propio de TVE, participando en magacines, especiales y demás producciones de la casa, Su trayectoria iba en alza. En un momento dado se produce un giro y pasa del olimpo de los telediarios al duro trabajo de los desayunos, el programa informativo matinal de actualidad, que expandía el concepto de noticias con entrevistas y tertulia, una especie de réplica televisiva de lo que, a esas horas, llevaban a cabo las cadenas de radio generalistas, y que ellas inventaron en su momento. Casado siguió desempeñando esa labor allí con una corrección absoluta. Fu comentada la decisión del ente de cambiarle de programa, pasándola a presentar el espacio posterior a los desayunos, una especie de magacine de actualidad en el que los sucesos, la salud desde un punto de vista algo absurdo y la crónica social dominan el tiempo de emisión. Un registro más abierto, polifacético, en el que el peso de la información (y el rigor) decaían. Sustituía Casado a Mariló Montero, que salió por la puerta de atrás de TVE tras una serie de absurdas polémicas, y se pudo ver a una María más jovial, a la que la cámara le quería tanto como cuando informaba, que andaba en el plató con estilo y naturalidad, que se le notaba con un pleno dominio del medio y de la forma. Era una profesional de primera que igual de bien hubiera hecho ese programa que cualquier otro que se le habría encomendado. Frente a las reinas de la mañana, en las cadenas privadas rivales, Casado trató de no convertir su programa en una mera réplica de lo que la competencia hacía, sino en algo similar, pero con el sello de calidad que se le supone a TVE. En paralelo, se presentó a las elecciones a la presidencia de la Academia de televisión y las ganó.
Un día, hace poco más de un año, casado fue despedida sin muchas explicaciones, porque TVE quería remodelar toda su mañana para crear un contenedor único, llamado “La mañana de la 1” que presenta Mónica López. El despido fue degradante, y Casado lo admitió con una elegancia asombrosa. Al poco hizo público que abandonaba el mundo televisivo, a lo que se había dedicado toda la vida, para unirse al proyecto del teatro del SoHo de Antonio Banderas, en un salto mortal profesional de órdago, y llegó la pandemia y todo enmudeció. María Casado es un perfecto ejemplo de reinvención, de hacer de la necesidad virtud y de, ante el despido que a todos nos asusta, rehacerse. Una profesional de primera, que Banderas supo ver y que sus anteriores jefes dejaron escapar.
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