miércoles, mayo 05, 2021

Ayuso

Lo primero, la participación, un elevadísimo 76,25% que se tradujo en colas en colegios de todas las localidades de la Comunidad. Los politólogos, como los economistas, viven enganchados a mantras que creen siempre ciertos y que la realidad demuestra que no lo son. Una alta participación es beneficioso para la izquierda abstencionista hasta que deja de serlo. Gana el que moviliza a más de entre los que asisten. Cuanta mayor participación, más respaldo tiene el resultado obtenido y, no tanto legitimidad, pero sí un cierto poder suplementario que otorga la masiva afluencia. Y por cierto, en tiempos de pandemia, como pasó en Cataluña hace unos meses, hemos vuelto a demostrar al mundo que se pueden hacer elecciones y recontar en una noche.

El apabullante triunfo de ayer es, parcialmente, del PP, pero completamente, de Ayuso, de una Isabel que ha arrasado a propios y extraños con un estilo difícil de clasificar y unos discursos y gestos a los que no estamos acostumbrados en la política española. Ridiculizada hasta el extremo por los que la odian, incomprendida por muchos de los supuestos suyos, elevada a los altares por algunos extasiados, no tomada en serio por casi nadie, el personaje de Ayuso se ha ido construyendo en directo, ante todos nosotros, durante estos dos años de una manera tan curiosa como contundente. De no ser nadie, de no tener referencia alguna salvo cuatro tonterías soltadas de su boca, se ha convertido en la ganadora absoluta de unas elecciones convertidas en plebiscito nacional por los ineptos gurús de Moncloa, que han fracasado por completo. Son esos gurús algunos de los principales responsables de la creación del mito de Ayuso, por demonizarla hasta la caricatura, por convertirla en el pim pam pún de todas las broncas y por encontrarse con una candidata que, lejos de quedarse encerrada en el fondo de la pista, sube a restar todas las bolas que le lanzan. Ayuso ha sido forjada por su propio gurú, Miguel Ángel Rodríguez, que la ha transformado, y convertido en el reactivo para la derecha. Su capacidad de gestión, sospecho, es bastante menor de lo que es su estilo de discusión y genio cortante, pero en unas elecciones los gestores tienen poco que hacer frente a las estrellas (ay, Edmundo, ay). Pero sería un ejercicio absoluto de machismo por mi parte, y de reiterarme en el error de la incomprensión que han cometido casi todos, achacar los deméritos de Ayuso a ella y los méritos a los que la han ayudado y aconsejado. No, la victoria que ha logrado es aplastante y ella es la que lo ha logrado. Su campaña, personalista, como las de todos los políticos de hoy en día, ha sido un revulsivo y ha contado con una mujer diferente que opina diferente y que ha sacudido el tablero en el que muchos hombres no han sabido posicionarse, o no han querido, o simplemente han despreciado. El ninguneo de tantos a su figura, el ridiculizarla con un deje de superioridad no ya paternalista, sino simplemente superior se traduce hoy en unos resultados que dejan en ridículo a casi todos. Sólo otra mujer, Mónica García, de Más Madrid, con un estilo muy distinto, pero habiendo mostrado que es más lista que sus jefes, y que los que pretendían serlo, ha sobrevivido a la tormenta de fuego griego arrojada desde los trirremes de Ayuso, que lo han arrasado todo. En la Comunidad de Madrid la presidencia es para una mujer y el liderazgo de la oposición lo es para otra. Antitéticas en casi todo, pero triunfadoras en sus respectivos bandos y erigidas en líderes de sus partidos en la región. Está por ver la carrera que puedan tener más allá de los límites de esta comunidad, pero si quieren su techo no existe, porque han roto todas las barreras que uno pudiera imaginar.

Tres son los fracasos absolutos de estas elecciones. Sánchez y Moncloa lideran uno de ellos, en una estrategia caótica y necia que ha hundido al PSOE hasta ser tercera fuerza, y deja tocado el proyecto nacional del partido. Ciudadanos llegó al cielo de Madrid y desde ayer circula por alguno de sus túneles subterráneos, con el pobre Edmundo como cara visible de una formación útil y necesaria que, pena, se descompone. Y el tercer fracasado, un personaje oscuro, siniestro, que todo lo que toca lo emponzoña, que ve la política como enfrentamiento y rencor, que sigue viviendo en su ego infinito y es victimista hasta en el anuncio de su marcha. Acabará en un programa de televisión, que es lo que le gusta. De noche, porque madrugar no le va. Y espero que sea otro fracaso, en este caso de audiencia.

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