Sepultada en nuestro país por la grave crisis de Ceuta, en el plano global por el desastre diario de la pandemia y por otras noticias de alcance, la muerte de Franco Battiato ha pillado a muchos por sorpresa, a mi el primero, y ha dejado menos recorrido en los medios de lo que hubiera sido necesario, dada la trayectoria de un músico tan especial. No sabía que estaba enfermo, y al parecer ha sido el Alzheimer el causante de su muerte. Llevaba ya algunos años retirado de la escena pública, quizás desde que la enfermedad empezó a enseñarle su cara más oscura y le privó del deseo de danzar y de experimentar, que eran algo inseparable en su creación musical.
Que un músico como Battiato alcanzase el éxito comercial que disfrutó es una de esas pequeñas joyas que le reconfortan a uno con la vida, porque nada podía hacer creer que un personaje así pudiera llegar al estrellato. Con aspecto serio, aburrido, con la estética de un Woody Allen espigado, más tirando a funcionario, pinta de lector empedernido, Battiato era el típico arquetipo empollón frustrado con las mujeres que uno pondría en mente al imaginar a ese personaje. Su música era extraña, experimental, mezcal a veces caótica de ritmos, estilos, instrumentos, de todo lo que se le pudiera ocurrir y encontrase. A modo de Andrés Trapiello deambulando sin fin por su querido rastro madrileño, Battiato exploraba mundos sonoros sin parar, llenos de exotismo y rarezas, y los incorporaba a sus canciones hasta crear una mezcla que sonaba bien, pero que todo el mundo notaba como rara. Y si la música era llamativa, ni les cuento sus letras, que nadie era capaz de entender. Alguna vez leí enteras varias de ellas y llegué a la conclusión de que la noche en las que fueron escritas los psicotrópicos hicieron efecto en todo su esplendor. Pero todo eso daba igual. Con sus rarezas, su vida a parte de cualquiera de las corrientes musicales del momento, sus formas alejadas del marketing, Battiato subía al escenario y cantaba, bailaba, se lo pasaba bien y contagiaba una cierta alegría de vivir que era recibida con agrado por parte de un público que empezaba a ver a la música comercial como un producto estrecho, excesivamente diseñado (y lo que quedaba por llegar). Imagino a productores musicales de la época, en la que las ventas de discos eran la base del negocio y el sector tenía en las casas discográficas a sus grandes monstruos empresariales, echándose las manos en la cabeza cuando un personaje como Battiato acudía a ellos con algo que, como el resto, eran incapaces de entender. Seguro que sufrió muchos rechazos por parte de varias marcas y eso retrasó el lanzamiento de su carrera, pero fue un hombre que creía en lo que hacía, que veía la música tanto como forma de creación como camino para conocer otras culturas y experiencias. Se acercó a formas ajenas completamente al canon occidental con la curiosidad del crío que las ve por primera vez y quiere probarlas, y no cambió de estilo ni de formas a lo largo de toda su carrera, a pesar de que el riesgo de ser parodiado crecía a la par que lo hacía su fama. Me da que ningún sistema de inteligencia artificial de los que hoy en día tratan de predecir las tendencias en el mundo de la música y otras artes comerciales hubiera sido capaz de atisbar que un señor con aspecto doctoral acompañado de unos derviches (quizás nunca antes habíamos oído ni que era eso) girando en escena sería capaz de arrasar en las listas de ventas de medio mundo y crear temas que hoy pueden ser tarareados en casi cualquier parte y, al instante, ser reconocidos. Eso está al alcance de muy pocos y, todavía, no se sabe lo que permite llegar a ese grado de éxito global. Se busca la fórmula para replicarlo, pero no se encuentra.
El gran mérito de Battiato, su originalidad, es algo que cada vez se encuentra menos en el mundo creativo, necesitado como cualquier otro de la venta y el ingreso para sobrevivir. Si algo funciona empiezan a salir réplicas por todas partes, y en el caso de la música comercial el ecosistema de músicas y variedades que contemplamos hoy es poco más que un erial en comparación a lo que las décadas de los setenta u ochenta nos ofrecieron, con un rango espectacular en el que había muchas cosas buenas y, también, claro, cosas malas. Y en ese mundo frondoso Battiato ya era extraño. El recuerdo que deja es enorme y su querencia por seguir un camino no trillado un ejemplo para valientes.
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