jueves, mayo 06, 2021

Líderes que huyen

Quizás pase lo mismo en otros países, pero no lo se. Lo cierto es que aquí resulta obscena la vacuidad del liderazgo de quienes ejercen las más altas responsabilidades de los partidos políticos y su capacidad para el escaqueo cuando vienen duras. Dice el dicho clásico que la victoria tiene muchos padre pero la derrota es huérfana, y en las noches electorales, en las que todos pretenden ganar, y sólo algunos lo hacen, la imagen que se ofrece es tan patética que debiera sonrojar a los que huyen, y a los que les incitan a ello para salvar su imagen de cartón piedra, tan grande como hueca. No se de que debiera extrañarme a estas alturas, pero me sigue causando rubor esta exhibición impúdica de líder que sólo lo es para unirse al carro ganador.

La noche del pasado martes vio un triunfo arrollador, absolutos, de Ayuso en las elecciones madrileñas. Ella era la ganadora de una contienda en la que todos iban a su contra. Salió al balcón de Génova a celebrarlo, en esas escenas que mezclan lo ñoño con lo norteamericano que organiza el PP, y que uno siempre acaba preguntándose cómo se financian. No estaba sola en el balcón, junto a ella estaba Casado, que no tardó ni un segundo en acercarse lo más posible para compartir la victoria. Él es el líder del partido, cuestionado, que no ha ganado aún unas elecciones. Ella es un fenómeno social que esa noche se coronaba en el panorama político nacional, y ahí estaba el líder para compartir el poder logrado, para quedarse con una parte de la victoria y que le sirviera para sus propios fines. Por contraste, el PSOE vivía una derrota humillante, que le coloca en el tercer puesto en la Comunidad de Madrid, y que, en palabras de ayer de una Carmen Calvo superada por la realidad, no se esperaban. En la noche electoral organizada en un hotel, no en la sede del partido, Gabilondo compareció acompañado de parte de su lista electoral, pero sin que ningún dirigente del partido, ninguno, le arropase en medio del desastre. Estaba por allí el secretario del partido en Madrid, Jose Manuel Franco, que nada ha dicho y hecho en esta campaña, y nada tenía que decir esa noche. Gabilondo estaba solo, abandonado por todos los votantes y, también, por sus líderes, los que le han mangoneado estas semanas como si fuera un títere, pero que tras el fracaso absoluto de su estrategia ni se dignaron a sostenerle la mirada en las horas de la derrota. Noche de aprovechamiento en un caso y de escaqueo en otro. Pero no se crean, no, que esto es propio de un partido y de otro. Veamos el caso simétrico. Hace unos meses se celebraron las elecciones catalanas, de las que salió un reparto de poder que sigue sin ser capaz de constituir un gobierno y que se reúne en las cárceles con dirigentes detenidos, en lo que algunos calificarán como normalidad democrática. Pues bien, en esa ocasión en PSOE, bajo la marca PSC y con Illa a la cabeza, obtuvo un excelente resultado, quedando primero en votos, y en su noche electoral estaban todos los jefazos de su campaña, empezando por Iván Redondo, el todopoderoso jefe de gabinete de Sánchez, a quien Illa dio expresamente las gracias por su trabajo. Todo el que era algo en el PSC estaba bajo el confeti de una noche histórica para el socialismo catalán, aunque fuera el preludio de la cruel irrelevancia impuesta por el sectarismo nacionalista. En algún otro lugar de la ciudad estaba Alberto Fernández, candidato del PP, aparentemente un buen tipo, que cosechó un resultado desastroso, humillante. ¿Y cómo estaba? Solo. No se pasaron gerifaltes del partido por allí, ni rostros conocidos de la ejecutiva que lo acompañasen, no. Una sensación de abandono al apestado que ha perdido que era tan evidente como sucia, y que dejaba claro quién se iba a comer la derrota.

Esto, que la política nos lo muestra de la manera más cruda posible, es algo que vemos en nuestro día a día en el mundo laboral y personal. El éxito atrae, une, llama, concita voluntades, mientras que el fracaso provoca huidas y escaqueos de todo tipo. Es humano que así sea, pero el líder, el que tiene una responsabilidad y cobra por ella, no puede actuar como un simple humano, sujeto a sus pasiones y tendencias. Debe estar a las duras y a las maduras, los éxitos son suyos, los fracasos también, y esa sobreactuación que vemos en las noches electorales nos muestra hasta qué punto son falsos los liderazgos que se proclaman a bombo y platillo en nuestras formaciones políticas. Sólo son ego, capacidad de comprar voluntades cuando se tiene el mando y la chequera. Nada hay de líder en ellos.

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