Cuando se vio que la efectividad de las nuevas vacunas frente al coronavirus era mucho más elevada de lo que nadie había imaginado se empezó a poner fin a esta pesadilla que vivimos, o al menos horizonte final. El arma funcionaba. Y eso abrió una carrera sucia, no tan visible como la vivida en marzo de 2020 con los respiradores y suministros médicos, más soterrada, pero igualmente dura, entre empresas, gobiernos, instituciones y países para hacerse con dosis. En esa batalla ha habido, como en todas, ganadores y perdedores, y una gestión de la imagen muy importante. Y eso, la imagen, ya lo saben, lo es casi todo hoy en día. Quien la tiene buena, gana.
Esta semana EEUU ha apoyado la eliminación de las patentes de las vacunas que están actualmente en uso, dos de ellas, las de tecnología ARN mensajero, desarrolladas por empresas de aquel país, Pfizer y Moderna. Es un movimiento legal de enorme trascendencia, porque apenas hay precedentes al respecto, y menos por parte de ese enorme país, y aún menos desde luego con la capacidad de generar perjuicio a empresas de su nacionalidad, pero esconde una jugada de marketing global de muy primera división y un elevado grado de hipocresía. Liberar las patentes implica que otras empresas acceden al conocimiento necesario para copiar el producto que realiza la empresa que posee la patente de manera gratuita, y se convierten en competencia de la original. Esto destroza los beneficios que la empresa inicial pueda obtener con la venta del producto, y hace que soporte en exclusiva costes, derivados de la investigación y desarrollo que le han servido para crear, en este caso, un nuevo fármaco. Dar margen a la I+D+i y que sea rentable investigar y crear, a sabiendas de que muchas veces es un riesgo que no lleva a nada, es lo que está detrás de las patentes. De un vistazo, la decisión de EEUU es lo más solidario imaginable con los países que no tienen actualmente acceso a las vacunas y muestra una enorme generosidad de aquella nación, pero las cosas no son tan sencillas, por al menos dos razones. Liberar la patente hace que todo el mundo pueda fabricar lo que sea, sí, pero eso no quiere decir ni mucho menos que tenga los medios o la capacidad para ello. En el caso de estas vacunas, son decenas de componentes los necesarios para producirlas, altísimo nivel biotecnológico y, en definitiva, un montón de factores que., incluso para un país como España, limitarían las opciones para las empresas propias para replicarlas, no quiero ni pensar lo que pueden hacer países del tercer mundo al respecto (piensen sólo en el problema de la cadena del frío a -70º). Por poner un ejemplo bruto, que me dejen un ordenador para escribir si no se ni leer es algo que suena bien pero que no sirve para nada. Por ello, esa liberación, aunque sea aprobada por todas las naciones, no se va a traducir, ni mucho menos, en un crecimiento acelerado y generalizado e inmediato de la producción mundial de las vacunas, ni mucho menos. El otro factor, el más hipócrita, tiene que ver con que EEUU toma esta medida cuando sus tasas de vacunación se encuentran entre las más elevadas del mundo, y YA dispone de dosis suficientes como para inocular a toda su población, da igual el rango de edad del que hablemos. Hasta que ha llegado a este punto esa nación no ha exportado ninguna dosis, ninguna, de ninguna vacuna. Todo lo que ha producido allí se lo ha quedado. En frente tenemos a la ingenua UE, que aún no tiene un stock de dosis para toda su población, que ha visto como algunos contratos, especialmente los relacionados con AstraZeneca han salido como han salido y que SÍ ha exportado dosis, millones de dosis, a otras naciones, en algunos casos a través del programa Covax de la OMS para destinarlos a naciones sin recursos. La UE necesita imperiosamente dosis para suministrarlas a sus poblaciones, enojadas al ver el ritmo de vacunación de otras naciones, como EEUU o Israel, y a pesar de ello sí ha ayudado a terceros países, pero la decisión norteamericana de esta semana le deja como el malo de la película frente a los bondadosos EEUU, que hasta ahora sólo se ha ayudado a sí mismos. Imagen, pura imagen.
Dice la UE, en medio de una presión mediática y social que entiende la liberación de patentes, de manera errónea, como la panacea, que estudiará la idea, a sabiendas de que puede verse perjudicada. Alemania, sede de Biontech, laboratorio que colabora con Pfizer en el desarrollo de su vacuna, sabe que liberar la patente puede destruir a su empresa germana frente al daño, soportable, que sufrirá la multinacional Norteamérica. Sería mucho más eficiente y rápido invertir en las fábricas que ahora mismo ya producen y suministran componentes para las vacunas para multiplicar la producción y exportarla a todas las naciones, pero esa eficacia lucha contra la batalla de la imagen, y sospecho que la tiene perdida. Los perdedores de todo esto, sin duda, las naciones pobres.
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