Hay algunas constantes en la vida que es mejor asumir para sobrellevarlas. Hace calor en verano, frío en invierno, la policía es decepcionante, ellas nunca te harán el caso con el que sueñas y la guerra es constante entre Israel y Hamas. Esta última puede que sea la más certera de todas, porque a veces hay inviernos suaves o políticos que pueden sorprender para bien. Sí, parece que lo de las mujeres también se puede considerar como constante. Lo cierto es que desde cree tener uso de razón las noticias sobre enfrentamientos en esa zona son constantes, se pierde la cuenta del número de guerras, asaltos, ataques, intifadas y demás conflictos, y año tras año, generación tras generación, los odios no dejan de crecer.
La actual guerra abierta entre Israel y Hamas, no declarada, pero militar como pocas, puede que tenga su origen en la tensión surgida hace unas semanas por unos desalojos de asentamientos palestinos en viviendas que iban a ser otorgadas a colonos israelíes, o eso al menos se dice, pero son infinitas las causas que allí pueden desencadenar los enfrentamientos, porque la lista de agravios que cada uno de los pueblos tiene es tan larga como la creencia en que su Dios es el verdadero, lo que quizás sea auténtico motor del odio mutuo. Lo cierto es que esta ha sido otra noche de constante lanzamiento de cohetes desde la franja de Gaza, en la que rige el islamismo yihadista de Hamas, y algunos de ellos han logrado superar el sistema de defensa israelí, la “cúpula de hierro”, causando víctimas judías. El gobierno de Netanyahu, frágil como en pocas ocasiones tras los sucesivos desacuerdos e infinitas elecciones, ha respondido con la dureza de siempre, bombardeando la franja y eliminando edificios en los que se encuentran líderes de la resistencia palestina. Cohetes y bombas son más o menos inteligentes, usando esos eufemismos de hoy en día, pero cuando impactan en sus blancos se llevan a los que allí estén, sean los objetivos buscados o cualquier otro, por lo que el balance de víctimas es elevado y, como siempre, lleno de tragedias. Más de sesenta son, por ahora, los palestinos muertos, y se acerca a la decena el de israelís. Si me apuran, el conflicto que vivimos estos días tiene un grado de vileza aún más elevado que pasados enfrentamientos, porque estamos viendo luchas callejeras en ciudades de Israel entre ciudadanos de aquel país, mayoritariamente de origen judío, pero con una minoría muy significativa de árabes israelíes en su seno. Ciudades como Lod, al sur de Tel Aviv, han sido escenarios de enfrentamientos, quemas de mobiliario urbano y edificios, e incluso linchamientos, que van bastante más allá de algaradas provocadas por violentos, y que empiezan a parecerse demasiado a un conflicto civil en el seno de la propia sociedad israelí. El alcalde de esa localidad ha tenido que pedir al ejército que tome las calles e imponga un toque de queda no por el allí ya derrotado coronavirus, sino por la situación de violencia desatada. En todo momento el estado de Israel sabe que se encuentra en peligro de existencia porque está rodeado de enemigos que se la tienen jurada, y eso condiciona mucho la visión de los estrategas y políticos de aquel país, pero hasta ahora no se habían visto fisuras entre la población israelí al respecto, más allá de las visiones más o menos duras que se asocian a las distintas tendencias políticas del espectro, muy occidentalizado en su mayoría. Esta lucha interna entre judíos y árabes, todos ellos israelitas, es un factor nuevo que añade aún más inestabilidad y odio a una región llena de ambos ingredientes, y que ve como todos los intentos de encontrar no ya una salida a este entuerto, sino un mero pacto duradero de no agresión se convierten en frustración. El movimiento de los últimos años de Israel de establecer relaciones con las monarquías del golfo parecía querer abrir un nuevo escenario en esta bronca local, pero no parece haber sido así.
A eso que llamamos comunidad internacional la actual guerra le ha pillado a contrapié, y más allá de las típicas llamadas a la calma no se ve acción alguna, con todos los esfuerzos globales centrados en la vacunación y en la búsqueda del final del túnel del Covid. La nueva administración Biden aún no ha perfilado su estrategia en esa zona, una de las habituales de gran interés para EEUU, y ya tiene ante sí un fregado de los gordos en los que meterse. La UE, como potencia diplomática, sigue a dos velas en una región en la que no tiene la influencia que desearía y China, que es bastante ajena a lo que sucede en oriente medio, mira, espera y a saber qué opina realmente de las desgracias que allí se suceden año tras año.
Me cojo un par de días de ocio para subir a Elorrio, mañana y el lunes no habrá artículo. Sean felices y nos leemos el martes 18 si no pasa nada raro.
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