Por manías mías, propias de mi cabezonería en ciertos aspectos, sigo empadronado en Elorrio pese a llevar ya varios años trabajando, residiendo y tributando en Madrid. Esto no me genera problema alguno salvo el hecho de no tener médico en la gran ciudad, por lo que me fío de mi salud para ir tirando, sin que haya sido necesario visitar a un especialista en muchos años, ni aquí ni en el pueblo. Ojalá esto se mantenga muchos años, y por lo menos me queda el consuelo de que no creo que en nuestra vida lleguemos a vivir una grave crisis sanitaria, una pandemia o algo por el estilo, hecho propio de épocas remotas y olvidadas (sí, amarga ironía a raudales)
De cara a la vacunación, que avanza, y con la idea de que es más práctico que me llame para ello la Comunidad de Madrid que el País Vasco, pasé ayer por el centro de salud que me toca en mi barrio para, tal y como vi en la tele, pedir el estatus de desplazado para apuntarme al listado de vacunables en Madrid. Llegué al centro médico y había bastante gente en la calle, la mayor parte de ellos llamados a voz en grito por una enfermera que salía cada poco de las instalaciones, para ser vacunados, mientras que no éramos muchos los que estábamos para otras cosas, en una pequeña cola. Cuando me llegó el turno me acerqué a los mostradores, cubiertos de plástico, cercados por mamparas de vidrio, y dotados de micrófono y altavoces para poder escuchar algo de lo que las secretarias pudieran decir a través de tanta protección y las obligadas mascarillas. Les comenté que había visto en la tele la posibilidad de pedir el desplazamiento para la vacunación y les pedí realizar el trámite. La persona que me atendió, la más joven e las tres que estaban en el grupo de trabajo, me pidió la documentación, pero, por lo que vi, empezó a mosquearse cuando tecleaba en su ordenador mis datos, que al parecer no salían por ninguna tarde. Le comenté que nunca había estado dado de alta en el servicio madrileño de salud en los años que llevo viviendo aquí. “¿Años?” me preguntó, sí, unos quince, contesté, y me quedé corto. Y al instante, con mi DNI y mi vieja y casi nunca utilizada tarjeta de Osakidetza, se giró donde una compañera, la mayor de las tres, y empezó a comentarle cosas y a enseñarle lo que le mostraba su pantalla de trabajo. Comentaban cosas entre ellas y al poco me empezaron a decir que por qué no me había dado de alta mucho antes, que por qué no me había empadronado allí desde hacía tiempo y que si consideraba normal lo que hacía. Les dije que me interesaba seguir empadronado en el pueblo, sin extenderme en explicaciones, y que mi salud, por ahora, funciona bien y no uso servicios médicos de ningún tipo ni compro medicinas ni nada de nada. Ellas no se mostraron muy convencidas y empezaron a decir que lo que había estado haciendo era bastante irresponsable y que no tenía sentido, y que les parecía bastante mal. Como obligado contratante de un seguro de salud del que no puedo escabullirme, llamado cotizaciones a la Seguridad Social, y como nulo demandante de prestaciones, sigo siendo el ejemplo deseado de pringado tributante para cualquier gobierno y administración, la vaca lechera que le cubre sus cuentas, por lo que no demando una medalla de reconocimiento, pero sí la menos la indiferencia administrativa. La cuestión es que en un par de minutos las dos, a dúo, me echaron un buen rapapolvo sin que apenas tuviera muchas oportunidades de contestarles. Creí que lo mejor era salir de allí con el trámite hecho y olvidarme de todo lo demás, y tratar de no volver en varias décadas. Finalmente la administrativa joven me imprimió una hoja con mis datos, que me otorga es estatus de desplazado por sólo dos meses y medio, ni siquiera los seis que se supone que debe cubrir, “y ya es mucho tiempo” añadió con displicencia, y me dio un número de teléfono para llamar para solicitar la vacunación. Salí del local con el papel tras haber sobrevivido a la bronca administrativa mientras que, en la calle, la cola de vacunación seguía engordando por su extremo y vaciándose por la cabecera, en un proceso que no paraba.
Llegué a casa y llamé al número que me habían dado, y ahí las cosas fueron bastante más rápidas y claras. Di mi DNI y, tras haber sido dado de alta en el tortuoso proceso anterior, sí le aparecían mis datos a la operadora con la que estaba tratando, por lo que en apenas un par de minutos me añadió a la infinita lista de personas que esperamos ser vacunados, y ahora solo queda esperar para que en unas semanas o meses, me llamen, espero que antes del 31 de julio, cuando se acaba mi reconocimiento legal en la sanidad madrileña. Lo que tengo claro es que, una vez vacunado, no cambiaré mi situación legal y trataré de no pisar ningún centro médico ni del norte ni de aquí. Que la suerte me acompañe, y la genética, mala, me respete unas décadas.
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