Ayer tuvo lugar un extraño y desagradable incidente aéreo que demuestra hasta qué punto las dictaduras son capaces de llegar para conseguir sus objetivos, y deja a las democracias en una postura tan ridícula como inoperante. El frenesí de la actualidad diaria ha dejado a Bielorrusia algo de lado, pero allí siguen las protestas populares y la represión del régimen tras el amaño de las últimas elecciones. Lukashenko, el hombre fuerte del país, no cede, y sigue deteniendo a todos los que le muestren la contraria. El número de exiliados del país crece y la condena internacional, sostenida, sirve de bien poco. Y los periodistas que aquello cubren apenas son nadie.
Pues en estas estamos cuando ayer por la tarde, un vuelo de Ryanair que hacía el trayecto Atenas Vilna es advertido por las autoridades bielorrusas de un posible riesgo de atentado en vuelo y, escoltado por cazas de esa nacionalidad cuando sobrevolaba su espacio aéreo, se le conmina a tomar tierra en Minsk para descartar riesgos. El avión aterriza, el pasaje es desalojado y, a las pocas horas, vuelve a la nave. ¿todo él? No, uno de los viajeros, el periodista Román Protasevich, no regresa a su asiento, y permanece detenido en la terminal del aeropuerto mientras el vuelo enfila la pista de despegue y abandona la ciudad. Protasevich es un periodista que denuncia los abusos del régimen bielorruso y ha participad como activista en numerosas acciones para despertar la conciencia internacional sobre lo que allí pasa. Desde hace tiempo el régimen le tenía echado el ojo, como a otros tantos opositores, y cuando lso servicios de información de Lukashenko advirtieron que iba a emprender el viaje de ayer no lo dudaron en lo más mínimo, y organizaron un acto que, como mínimo, puede ser calificado de piratería, y que ha violado todas las reglas de la aviación internacional, los derechos humanos y cualquier otra reglamentación que se les pueda ocurrir. A estas horas no se sabe mucho del periodista, salvo que está encarcelado en Minsk, y que es muy seguro que tardará mucho, mucho tiempo en volver a recobrar la libertad. Durante las horas en las que el vuelo privado permaneció en la escala bielorrusa no prevista la inquietud internacional fue creciendo a medida que lo que parecía un tema de seguridad aérea iba derivando en un ejercicio de autoritarismo propio de la guerra fría, por parte de un régimen que volvía a enseñar los dientes a los opositores y al mundo libre. El destino del vuelo, Vilna, lleva a la pequeña Lituania, en la que están refugiados varios opositores al régimen bielorruso, entre ellos Svetlana Tijanóvskaya, mujer del que fuera líder de la oposición en las últimas, y manipuladas, elecciones presidenciales. Tras el encarcelamiento de su marido tras las protestas que sacudieron Minsk tras la nueva proclamación de Lukashenko como presidente, Svetlana vio que su seguridad y la del resto de su familia se ponía en riesgo a medida que su propio papel como líder opositora crecía, y tuvo que optar entre el miedo a la represión y la búsqueda de la libertad, y huyó a Lituania poco antes de que finalmente las fuerzas represoras actuasen contra ella. En aquellos momentos la cobertura mediática de lo que sucedía en Minsk era intensa y Svetlana podía dar entrevistas a los medios contando su situación y haciendo ver a todo el mundo lo que pasaba en su olvidado país. Mostraba la mujer una imagen sobrepasada, de líder que no quería serlo, de persona común superada por los acontecimientos y que veía como su vida se había ido al garete por la presión de un régimen autoritario. Hoy la presencia en los medios de Svetlana es bastante menor, no por la gravedad de lo que pasa en su país, sino por las modas de los medios, que pasan de crisis a crisis sin esperar a que ninguna de ellas se solucione. Lo sucedido ayer vuelve a poner el drama bielorruso sobre el tapete y la desagradable situación que se vive allí.
Hoy hay reunión en Bruselas del Consejo Europeo, con los jefes de estado y de gobierno, con la pandemia como gran tema de fondo y dos crisis en las fronteras de la Unión, Ceuta y Bielorrusia, que se han desatado con fuerza en los últimos días. La fábrica de comunicados comunitarios está estos días a pleno funcionamiento, incluyendo esa expresión de “deeply concern” para mostrar su enojo y, también, frustración, por no poder hacer mucho más que acordar unas sanciones económicas y comerciales que no parecen hacer mella a dictadores que ven en el uso de la porra su principal baza para mantenerse en el poder. A medida que pasa el tiempo los “vecinos” de la UE se muestran más y más agresivos. Sí que es para estar profundamente preocupado.
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