Sinceramente, creo que la historia de AstraZeneca en esta pandemia da para elaborar un manual sobre la mala gestión por parte de todos los actores implicados. Y el primero es la propia empresa, que ha dilapidado gran parte de su prestigio e inversión, que dio como resultado una muy buena vacuna, con una política de entregas oscurantista, tardona, incumplidora, y el descubrimiento de lotes desviados que ha hecho suponer a todos que una cosa era lo que firmaban los responsables de la compañía con las autoridades, en este caso europeas, y otra lo que realmente producían y destinaban al mercado comunitario. El caso ya está en manos de los tribunales belgas y, me temo, será tortuoso.
Y, a partir, de ahí, el desmadre por parte de las autoridades sanitarias que, en lo que hace a España, han creado un dilema a varios millones de personas que recibieron la primera dosis de la vacuna y que aún hoy tienen dudas sobre lo que va a suceder con la segunda dosis, requerida en este caso al ser un medicamento de doble pauta. En la bronca de esta semana en el Consejo Interterritorial de Salud ha habido una lucha entre el gobierno central y algunas CCAA, a favor de que la segunda dosis sea de Pfizer, y otras CCAA, que prefieren que esa segunda dosis sea nuevamente de AstraZeneca o que, en todo caso, el ciudadano pueda escoger. Parece que esta última opción, la de la elección ciudadana, va a ser el resultado final de esta discusión, pero ya veremos, porque podemos llegar a la divertidísima realidad de que unas CCAA dejan escoger, otras no, algunas inoculan AstraZeneca, otras Pfizer y así alcanzar el absurdo absoluto. Hay estudios científicos que avalan ambas opciones, pero tanto la EMA, la autoridad europea del medicamento, como la propia empresa fabricante recalcan que la pauta está diseñada para la repetición del medicamento, y no está nada claro que combinar vacunas de tecnologías muy distintas (Adenovirus atenuado en AstraZeneca y ARN mensajero en Pfizer) sea la mejor idea, no tanto por efectos adversos, sino como vía para maximizar la respuesta inmune, que es lo que se busca en última instancia. Los casos de contraindicaciones que generó la primera dosis de AstraZeneca fueron poquísimo, aunque muy bien magnificados por los medios y la histeria social que vivimos, y crearon un problema donde, la verdad, no lo había. La seguridad de esta vacuna y del resto que están siendo inoculadas, es enorme, y está avalada por las agencias internacionales que se dedican a esto y, sobre todo, está generando una respuesta contra el virus muy efectiva que se ve claramente en los datos de Reino Unido, que es quien más ha hecho uso de este medicamento, donde las curvas de infectados y fallecidos se han desplomado. Estamos ante un evidente caso del mal que puede hacer la sobredimensión de informaciones negativas por parte de los medios y profesionales de la comunicación que no conocen nada, o casi nada, de farmacología ni de cuestiones médicas (lo cual es lo normal entre los no profesionales de esas ramas) y del sensacionalismo informativo que nos invade por doquier. Es inevitable que todo medicamento posea contraindicaciones y efectos adversos, y más en el caso de estas vacunas, desarrolladas a una velocidad asombrosa. Y resulta, cruel paradoja, que las vacunas que nos estamos poniendo contra el COVID tienen menos tasa de incidencia de problemas que muchos medicamentos que la mayoría de las personas se los toman como si fueran caramelos. Sólo en el caso femenino, el porcentaje de supuestos trombos provocados por estas vacunas está muy por debajo de los que causan habitualmente medicamentos como los anticonceptivos, que se han asimilado como normales en gran parte de la población. Unos y otros cumplen su función y poseen riesgos, porque es imposible que no los tengan, pero los novedosos dan miedo y los conocidos no, aunque los daños provocados sean menores en los más nuevos. Así funciona la psicología humana.
Si yo hubiera sido uno de los vacunados con AstraZeneca en primera dosis y, tras esta absurda espera, me dieran la opción de escoger, no dudaría nada en pedir una segunda dosis del mismo medicamento, a sabiendas de que expertos que saben infinitamente más de lo que yo llegaré a conocer nunca sobre este tema la avalan. Y sin miedo alguno, porque lo que da miedo es no estar vacunado con el virus dando vueltas por ahí, lo que da miedo es la posibilidad de enfermar por COVID, no de evitar el mal con una vacuna. Lo que da miedo es la inconsciencia de quienes, sin saber, pontifican, y condicionan las decisiones de políticos y administraciones. Y ante eso aún no hemos descubierto una vacuna efectiva.
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