A las 0 horas de ayer domingo decayó el estado de alarma aprobado hace seis meses, por lo que se acabó el paraguas jurídico que amparaba las medidas restrictivas que las CCAA han ido dictando para acotar la expansión del coronavirus. No prorrogarlo es un grave error por parte del gobierno central, que no ha querido someterse a la necesaria votación en el Congreso para, probablemente, no forzar a sus socios de ERC a apoyarle en medio de las tensas y psicóticas negociaciones de los independentistas para construir un desgobierno en Cataluña. Otra vez Sánchez poniendo por delante sus propios intereses en vez de los del conjunto del país. Nada nuevo.
El que decaigan toques de queda y otras medidas coercitivas no tiene mucha influencia sobre la evolución de los contagios si la actitud de la población es responsable y se atiene a unos criterios mínimos de prudencia. ¿Es lo que se ha producido? Es difícil contestar a esta pregunta, porque nuevamente tenemos imágenes y pruebas del comportamiento irresponsable de unos cuantos y la ausencia de noticias y testimonios que implican al resto del país, que no ha considerado que la caída del estado de alarma sea el fin de la pandemia. Para algunos este sábado ha sido una especie de Nochevieja, una señal de fin de la enfermedad, y es obvio que no estamos en esa situación, ni mucho menos. Lo sensato hubiera sido mantener el estado de alarma y las restricciones hasta finales de junio, permitiendo que la campaña de vacunación se extendiera por las cohortes de 70, 60 y 50 años de manera extensa, reduciendo así la gravedad de la enfermedad en esos estratos de población y con ello las hospitalizaciones y las muertes, y a partir de ahí sí abrir la mano. Aún es pronto para ello, aún las vacunas no están lo suficientemente puestas entre todos los grupos de edad vulnerables y el riesgo de rebrotes de contagios que supongan ingresos en UCIs y fallecidos es real, muy real. Poco importaba eso a los miles que, concentrados en plazas de ciudades de media España, en una noche calurosa, celebraban festejos con imágenes no vistas desde antes de que esta pesadilla comenzase, con desmadres absolutos y sensación tanto de invulnerabilidad como de absoluto desenfreno. El hedonismo desatado de nuestras sociedades puede contenerse por poco tiempo y ante situaciones excepcionales como las que vivimos, pero parece que para cada vez más grupos de población la situación se vuelve insoportable, ansían por encima de todo dedicarse a la juerga y les da igual todo lo demás. Escenas como las de este fin de semana en España se han vito en EEUU, y otras naciones europeas, con datos epidémicos equivalentes a los nuestros, lo que viene a significar que el mal de la irresponsabilidad social, del nihilismo que anida en nosotros no es solo una cuestión de nuestro país. En esto “Spain is not different” Tristes escenas de impotencia policial gritando por megafonía ante muchedumbres abarrotadas que están prohibidas las reuniones de más de seis personas en un paseo de Barcelona en el que habría cientos, miles, son el reflejo de como la sociedad, o al menos una parte, ha dado al virus por amortizado y bien poco le importa lo que le suceda al resto. Supongo que algunos de ellos tendrán cerca casos de dolor causado por la enfermedad, no lo se, pero si así es no ha resultado disuasivo, en lo más mínimo. Quizás más de uno se ha preguntado, y no sin razón, por qué ellos tienen que seguir siendo responsables mientras que las autoridades púbicas demuestran una absoluta dejadez en sus obligaciones y pasan de todo. Ante eso no hay respuesta válida que darles.
Y es que lo que ahora vivimos es una repetición del inicio del verano pasado, cuando oficialmente se dio por ganado al virus, y sólo se consiguió fabricar, entre todos, una segunda ola, que forzó a la reinstauración del estado de alarma. Ni las incapaces autoridades del gobierno de Sánchez ni las inútiles de las CCAA han logrado modificar el marco legislativo, en un año de tiempo como han tenido, para dotarse de una nueva ley sanitaria que les permita mantener restricciones Simplemente han hecho lo mejor que saben, nada. La única diferencia, trascendental, es que ahora tenemos vacunas, pero alguno no vacunado que, gracias a estas juergas, se contagie, puede enfermar gravemente y fallecer. Y esa muerte será fruto de nuestro fracaso político y social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario