Ramón González Férriz es, actualmente, columnista en El Confidencial y con anterioridad ha pasado por diversos medios de comunicación, preferentemente escritos, como editor y responsable de los mismos. Escritor de varios ensayos de historia de las pasadas décadas, que tengo pendientes de leer, politólogo, es un intelectual activo en vida y tiempo, y ha escrito ahora un opúsculo en formato digital, titulado “La Ruptura” que es un certero relato de cómo él y otras personas con inquietudes similares trataron de cambiar la política del país y fue la política la que les cambió.
Considera Férriz en su relato que es fracaso la palabra que debe definir lo que consiguieron tras tanto esfuerzo y búsqueda, y acierta, tanto en el término usado como en el valor requerido para escribirlo así, sin medias tintas. La historia relata como él y otros muchos jóvenes, cultos, leídos, con inquietudes políticas, amantes de los datos, con envidia del rigor institucional anglosajón, empiezan a adquirir una edad y posición que les otorga la posibilidad no sólo de teorizar sobre el poder y la política, sino directamente acceder a ella y ejercerla. Ciudadanos es el vehículo en el que se embarcan muchos de los protagonistas, pero no es ni mucho menos la única opción. Con un amplio espectro de ideas entre todos ellos, con un cierto predominio de la socialdemocracia clásica, el ascenso de la formación de Rivera, el de un PSOE que vuelve a ser liderado por Pedro Sánchez y un PP en decadencia corruptiva es el caldo de cultivo de la incorporación de amigos y miembros del círculo de Férriz a áreas orgánicas de la política, donde se empiezan a decidir estrategias y mensajes a la opinión pública. El procés catalán también está presente en todo este tiempo, y su relevancia, y el daño que fue capaz de producir en todas las dimensiones imaginables se cuela por el relato sin cesar hasta convertirse en una de las dos fuentes de maldad que acabarán por destruir los sueños. La otra, la de siempre, es el poder. La moción de censura del PSOE y su ascenso al poder lleva a que varios de los miembros del grupo pasen de ideólogos a gestores de lo público, a tener cargo y mando en plaza, minúsculo o no, pero real. Y el ejercicio del poder es una droga que vuelve loca a la gente. A medida que pasan los tiempos el ejercicio de idealismo de casi todos empieza a chocar con las ambiciones personales y, sobre todo, con el sectarismo, las murallas ideológicas que empiezan a surgir entre todos, con un abismo creciente entre los que sí han accedido al poder y los que no, entre los que deciden cosas y creen acertar siempre y los que, no pudiendo decidirlas, las consideran enormes errores. Como en el clásico, las brujas tentaron con sus sirenas de poder a los ingenuos y empezaron a surgir variantes de Macbetl por todas partes, ambicionando cuotas, designios y parcelas de influencia, y viéndose entre todos como posibles rivales. Las semillas de la discordia ya habían germinado con fuerza en un campo abonado, lleno de consultas electorales que hacían irrespirable el clima dentro y fuera de los partidos, y con ascensos y derrumbes fulgurantes, en los que nuevamente Ciudadanos es el ejemplo perfecto de lo que pudo llegar a ser y no lo fue. Los puentes se van cortando entre el grupo de amigos y al final llegan las rupturas, las negaciones, las distancias insalvables de los que una vez creyeron que iban a hacerlo distinto, y mejor, que sus predecesores, pero que han ido cayendo en viejos y nuevos errores, hasta el punto de que, con la poca perspectiva del tiempo que tenemos, se puede considerar a estos últimos años de la política española como los más decepcionantes y cainitas de los vividos desde que comenzó la democracia. Lo que iba a ser la nueva política es una manera aún más perfecta de fracasar.
El tono del escrito, que se lee en un ensalmo, es didáctico, personal, e inevitablemente melancólico, porque Férriz, que mantiene un contacto con todos los protagonistas pero que no es de los que llegan a tocar poder, ve como el sueño se torna en pesadilla, que además se lleva por delante amistades y proyectos compartidos. No es sólo la ruina de una idea de regeneracionismo, que tan necesario era y es, y que pocas veces ha sido intentado llevar a la práctica en este país por personas tan jóvenes y tan capacitadas para ello, sino la constatación de que la política, el poder, es capaz de destruir los más nobles espíritus e ideales en una ceremonia de ego y vanidad que no tiene fin. Shakespeare lo contó como nadie, sus brujas viven en el relato de Férriz desde las primeras páginas, y ahí siguen, destruyendo. Léanle
No hay comentarios:
Publicar un comentario