Se nos llena la boca reclamando la vuelta de los abrazos tras más de un año de distancia social forzada, pero cuando vemos a una cooperante de Cruz Roja envolviendo con los suyos a un joven subsahariano, aterrado, usado como munición por parte del gobierno de Marruecos, parte de la sociedad decide linchar a la voluntaria y le hace la vida imposible. Una escritora realiza un discurso en la sede del gobierno exponiendo su visión de la vida y deseos, fruto de lo que le ha tocado vivir, y en pocas horas el odio exponencial decreta poco menos que su cabeza sea cortada y ensartada en una pica. Todo esto en apenas una semana.
¿De dónde surge tanto odio? ¿Por qué odiar así, de esa manera? Cada vez entiendo menos el funcionamiento de esta sociedad en la que todos tenemos megáfonos para expresar nuestra opinión, pero los usamos como arma arrojadiza, como instrumento para golpear a los que no piensan como uno cree que deben pensar los demás. ¿Vamos por la calle insultando a todos con los que nos cruzamos? No, entonces, ¿por qué en las redes funcionamos como bestias pardas causando daños sin cesar? Sin lugar a dudas el anonimato influye y ofrece una excelente coartada para desatar todo tipo de instintos que nos reprimimos en la vida real, en la que no nos podemos camuflar bajo identidades falsas ni hacernos pasar por lo que no somos. Pero hay algo más de fondo, algo más oscuro, y creo que tiene que ver con el absoluto endiosamiento al que hemos llegado respecto al yo, a la creencia cierta de que lo que uno cree, piensa, hace, es lo mejor, y que somos el patrón por el que debe cortarse el discurso y vida de los demás. En un mundo cada vez más complejo, en el que las respuestas escasean y no son completas, nos refugiamos en nuestras percepciones, y nos convertimos en jueces absolutos. Quizá como vía para sobrevivir en la creciente complejidad que nos abruma, simplificamos hasta el extremo y desatamos iras y pasiones ante lo que nos lleva la contraria. Se hace muy duro asumir la adultez de nuestras decisiones, la responsabilidad de las mismas, que conllevarán éxitos y, desde luego, fracasos, y como alternativa infantilizamos el mundo, le quitamos color, aristas, matices. Todo es de un cuadriculado blanco y negro fantástico que no deja espacio para la incertidumbre y el miedo. Todo encaja en ese esquema rígido al que nos subimos y desde el que pontificamos. El que se sale de ese esquema es digno de hoguera, de lapidación, de escarnio, de eliminación. El discurso discrepante respecto a nuestra postura es peligroso, porque puede desestabilizar el marco estrecho que nos arropa y da seguridad, que nos tranquiliza. El sedante que hemos fabricado para afrontar la realidad pierde eficacia ante opiniones que no son las nuestras, y por tanto, debemos combatirlas, exterminarlas, hacer que se callen para que no pongan en riesgo la seguridad que nos ofrece la prisión mental que nos hemos autoconstruido. En el fondo anida un salvaje instinto de protección, que busca consolar el miedo al vacío, a lo desconocido, a lo que, como cuando éramos niños, se veía como un constante reto y riesgo. Ahora ese concepto, el de riesgo, nos domina, y no encontramos otra vía para acotarlo que ese marco rígido al que me refería. Buscamos a otros que compartan ese mismo marco, para autoafianzarnos, y desde la creencia compartida en la fe verdadera, la de uno mismo, dedicamos la mayor parte de nuestros esfuerzos a combatir a los que no siguen nuestros dictados. No realizamos autos de fe medievales con quema de infieles en la plaza del pueblo, porque no está permitido, pero en el ágora virtual de las redes ejecutamos esos mismos actos de venganza con la misma saña y pasión con la que se ponía en los llamados tiempos oscuros, frente a los cuales los nuestros demuestran no ser demasiado luminosos. Y reconfortados en la ceremonia del odio, afianzados nuestros marcos, no sentimos protegidos y seguros.
Debo ser un tipo muy raro, más aún de lo que de mi se dice, porque mi perspectiva se va emborronando con el paso del tiempo, cada vez tengo menos certezas, bien porque me han fallado, porque me surgen dudas o porque otras ganan peso, y ante un mundo que no deja de complicarse las dudas crecen sin cesar, y se que no hay manera de afrontar muchos de esos retos con recetas sencillas. Y sobre todo estoy seguro de que odiando será la única manera de no arreglar ninguno de los problemas. Por eso no entiendo cómo disfrutan las jaurías virtuales de sus aquelarres, como esas piras virtuales arden sin cesar buscando nuevas víctimas a las que ajusticiar, en espectáculos que cuentan con muchísimos seguidores y cómplices. Otra de esas cosas que, cada vez, entiendo menos.
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