Las relaciones con Marruecos, el vecino del sur, siempre son difíciles, y la base de todo ello está en que, frente a nosotros, o al resto de países europeos, que somos democracias formales regidas por derecho, el reino alauí no deja de ser una autocracia en la que hay elecciones controladas por un régimen que tiene los derechos civiles como una posibilidad teórica, pero no práctica. Si no protestas y discrepas de las autoridades puedes progresar y vivir, sino te arriesgas a sufrir persecución y abusos por parte de unas instituciones que son un desastre vistas desde nuestros ojos. Por eso, por su capacidad para recurrir a la violencia y ser “carnívoro” frente a los “herbívoros” europeos, Marruecos juega en otra liga de relaciones. Una llena de aristas.
Es habitual que ese gobierno nos chantajee por una u otra causa, y la inmigración siempre está de fondo. Rabat hace de policía de control de la orilla sur del estrecho, y exige un precio a cambio. Cada vez que hay oleadas migratorias de cayucos a la península o a Canarias, provenientes de las costas marroquíes, es porque el gobierno de ese país así lo ha consentido, lo ha tolerado, y lo usa como arma de presión ante nuestro gobierno, el que sea, que sabe que no puede ningunear a los recelos de la opinión pública, cosa que al otro lado del estrecho importa bastante menos. A Marruecos no le importa lo más mínimo la seguridad o salud de los migrantes, es más, migrante que desaparece de su territorio es un problema menos, y da igual cómo desaparezca. Cuando ejerce su labro de control de fronteras es sabido que la policía marroquí se ensaña con los migrantes que permanecen en su territorio, con unas formas llenas de brutalidad que espolean aún más las ganas de huida de los retenidos, que subsisten en campamentos de precariedad extrema. A todo esto tenemos que sumar, obviamente, Ceuta y Melilla, ciudades españolas que desde hace unos cinco siglos se asientan en la orilla sur del Mediterráneo, que son pequeñas en población y extensión, y que presentan, a pesar de su pobreza relativa respecto al resto de España, un nivel de renta disparatado respecto a la nación vecina. Esas dos fronteras son, de hecho, una de las líneas divisorias del mundo que separan mayor diferencia de calidad de vida y de riqueza. Las tentaciones de saltar las vallas que separan ambas ciudades del territorio marroquí son enormes, y los problemas que pueden generar una actitud pasiva de Marruecos en el control de su lado a las autoridades españolas son igualmente inmensos. Más allá de los reiterados deseos de Marruecos de anexionarse esos territorios, su existencia le supone un excelente punto de presión a las autoridades españolas, y los chantajes en forma de asaltos y colapsos son comunes. Pero nunca hasta el punto de lo visto esta noche, en la que cifras enormes de personas, se habla de 5.000 pero pueden ser más, han entrado en Ceuta nadando, sorteando el espigón y valla que, en el mar, separa a esa localidad del país del sur. La población de Ceuta es de unas 85.000 personas, en un espacio físico acotado y que no se puede extender, por lo que pueden hacerse una idea de la inmensa presión que supone, sólo en el plano físico, lo que ha pasado allí la pasada tarde noche. Un problemón de enormes dimensiones que nos ha estallado a todos, al gobierno el primero, y que casi todo el mundo relaciona con la presencia en un hospital de Logroño de uno de los líderes del Frente Polisario, enemigo acérrimo de Marruecos. Desde que ese militar fue internado, aquejado de coronavirus grave, el gobierno reiteró que permitir su presencia en España era un asunto meramente humanitario, sin tener relación con un cambio de postura en la ambigua situación española en el conflicto del Sáhara, pero con unas relaciones que no son muy claras con Marruecos desde hace meses, entre otras cosas por las constantes declaraciones pro saharauis de la parte de Podemos del ejecutivo, eta puede haber sido la gota que ha hartado la paciencia de Rabat.
Lo cierto es que ahora mismo Ceuta afronta una crisis de una gravedad extrema. El gobierno ha ordenado que medio centenar de guardias civiles y centenar y medio de policías se trasladen a la ciudad para tratar de contener un orden alterado, pero son medios que, a todas luces, parecen insuficientes. El control de la frontera por el lado español está completamente sobrepasado y, o se repatrían a gran parte de las personas que esta noche han irrumpido en la ciudad o la crisis se puede agravar aún más. En esto el gobierno tiene que ser firme, actuar con cabeza, frialdad y, desde luego, con determinación, no tanto con discursos buenistas y sí con hechos, ante un problema muy serio. Hoy será un día tenso en aquella ciudad.
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