Sí, extraño el día de hoy, de elecciones locales en jornada laboral. Nunca los adivinos y profetas pudieron atisbar que en esta jornada se dirimiría el futuro de occidente. Tolkien sitió en los campos de Pelennor, frente a Minas Tirith, el lugar en el que se dirimiría el futuro de la Tierra Media y de las generaciones que la poblaron, y desde entonces no se ha visto confrontación igual, en intensidad y trascendencia para el devenir de la especie humana. ¿Hasta qué punto la necedad de los consultores políticos nos ha llevado? A vestirnos a todos de orcos y soltarnos garrotazos en medio del Manzanares que, este año de lluvia, viene más crecido que su habitual nadería.
Observo las elecciones de hoy desde una barrera extraña. Son los primeros comicios que no vivo en domingo, lo que ya en sí mismo es raro, y en los que no puedo votar, porque sigo empadronado en Elorrio. No son pocas las elecciones que he vivido ya en Madrid pero en las que, por ser de ámbito nacional o local, sí podía participar, y había realizado todo el ritual del voto por correo, que de tantas veces repetido debiera saber de memoria su funcionamiento pero que me sigue creando dudas cada vez que tengo que rellenar los impresos. Esta vez no, ni paseos a la oficina postal ni sobres que se cierran ni enseñar el DNI ni nada. En estos comicios no habrá papeleta alguna depositada por mi. Y es absurdo, porque no figuro en el censo, pero me hace sentirme un poco abstencionista. He votado en todas las elecciones que ha habido desde que la edad legal me lo permite y espero hacerlo en todas las que vengan hasta el último de mis días, esté convencido de mi elección o arrepentido antes de realizarla, y por eso el vivir la jornada desde fuera, por obligación, se me hace extraño. Pasaremos una noche electoral rápida y clara, dada la proporcionalidad pura del reparto de escaños del parlamento regional, y mañana ya se habrá acabado todo, pero a lo largo de este día veremos escenas de líderes acudiendo al colegio electoral, de declaraciones a la salida, de porcentajes de participación y demás ritos de una jornada como esta mientras seguiré en la oficina fabricando números y sin el periódico del domingo. Todo anómalo, como remate de una convocatoria extraña, forzada por carambolas externas, y cuyo desarrollo ha sido excusa perfecta para que los descreídos se conviertan en abstencionistas perpetuos. En cierto modo, desde esta barrera desde la que contemplo la lucha de fieras políticas, es agradecido el no tener que tomar partido por ellas, el no tener que escoger en el menú que se nos ha preparado, que ha indigestado a casi todo el mundo y que es tan nutritivo como arrojarse en el cubo donde el feriante hace el algodón de azúcar de las verbenas. Si la política camina hacia su degradación absoluta lo vivido estas semanas en Madrid es la apoteosis, el éxito del “sálvame” político y mediático elevado a su más alta dimensión, con un griterío constante, un insulto a la inteligencia y una ausencia total de propuesta de una serie de candidatos convertidos en marionetas de los consultores políticos que sueñan con la infinita trascendencia de sus decisiones. Encantados de conocerse, ellos, a los que les encanta ser apodados como “spin doctor” siguen jugando al ajedrez unos contra otros, usando como piezas a candidatos que manejan a su antojo, a los que eliminan personalidad y discurso, capacidad e imaginación, para que se limiten a leer lo que toca cada día, lo que se ha fabricado en los sótanos de sus guaridas, a oscuras, lejos de todos y de todo. Y cada noche evalúan los golpes dados, los daños sufridos y causados, los peones cobrados y sacrificados.
Así, las elecciones de hoy son el reflejo de lo que serán las próximas y las siguientes, el nuevo modelo de confrontación elevada al extremo, de la hipérbole del mensaje, del abuso obsceno del símbolo y el concepto. Asqueados como estamos casi todos de que las cosas se hagan así, podría esperar uno que, tras la furia desatada, venga la calma y la reflexión, y se cambie la manera de hacer las cosas, pero mucho me temo que no. Los ganadores verán reforzada su estrategia y los perdedores dirán que esto es una meta menor, que la batalla decisiva tendrá lugar frente a la puerta negra de Mordor. Y todos tan felices. Y los votantes, ciudadanos, convertidos por ellos en vulgares y enfrentados orcos.
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