El marasmo de Ucrania le ha pillado a Alemania inaugurando un nuevo gobierno, salido de las últimas elecciones. La coalición entre socialdemócratas, verdes y liberales ya afrontaba grandes retos desde el momento en que nació, pero ahora uno más, de dimensiones y riesgos difíciles de calibrar, ha venido a complicarlo todo. Como gran potencia económica de Europa, el papel de Alemania es indispensable a la hora de acordar la respuesta, sea la que sea, del desafío ruso, pero su solvencia financiera contrasta con su liliputiense papel militar, su nula ambición exterior y el chantaje energético al que le somete el vecino ruso. Por eso, principalmente, Alemania muestra su total incomodez ante lo que está pasando. Lo teme mucho.
Una de las piezas del juego que se desarrolla en la zona, y que no puede ser eludido, es el llamado Nord Stream 2, un gaseoducto que, bajo las aguas del mar báltico, conecta directamente el territorio ruso con el alemán, lo que sirve para diversificar el flujo de gas que ahora, naciendo desde Siberia, llega hasta Berlín y el resto de ciudades germanas atravesando países del este de Europa como Ucrania o Polonia, en una canalización que sirve para el suministro de todos ellos. El Nord Stream 2 es un proyecto estratégico que se lleva desarrollando desde hace bastante tiempo y forma parte de la compleja relación entre la gasística rusa Gazprom y la política alemana, cuyo mayor exponente es el excanciller Gerhard Schroeder, que forma parte desde hace años del consejo de esa empresa estatal rusa, en un caso de puerta giratoria que deja convertido en juego de niños los que conocemos en nuestro país. Alemania depende completamente del gas que importa de Rusia para su generación eléctrica y el abastecimiento de calor en las casas en los rigurosos inviernos del norte, y carece por completo de una infraestructura alternativa de regasificadoras, como nosotros sí tenemos, que pudieran servir de alternativa, tirando de las compras de gas natural licuado transportado en barco, más caro pero al menos existente. Alemani depende por completo de Putin y de lo que quiera hacer con la presión a la que se bombee el gas. Con el gaseoducto original que ya existe, el destino de Alemania se une al del resto de naciones del este, de tal manera que comparten problema y, por así decirlo, se pueden unir para hacer presión, pero la apertura del Nord Strem 2, además de ser un gran negocio para Rusia, supondría que Alemania se desentendería de lo que pasase en el resto de naciones del este. Ella tendría suministros independientemente de que Putin decidiera reducir el aprovisionamiento de, pongamos, Ucrania. Y por eso la apertura de esa nueva conducción, altamente deseada por Moscú y Berlín, se ha visto desde hace tiempo con mucho recelo por parte del resto de naciones del este, y en parte también por los socios de la UE, que verían como las relaciones entre Berlín y Moscú serían, por amor al gas y el calorcito, mucho más estrechas, dependientes. Visto desde fuera pareciera como si Alemania hubiera jugado muy mal sus cartas a lo largo de los últimos años y se hubiera ido enrollando cada vez más en una soga tejida desde Moscú, de tal manera que la sensación de ser chantajeable sea inevitable. Quizás este movimiento se ha ya producido por lo de siempre, una suma de factores entre los que el interés de lo más fácil, el nepotismo y la falta de perspectiva a largo plazo hayan sido los fundamentales, como pasa en todas partes, pero la situación actual es la que es y, ante la escalada que se vive en Ucrania, el miedo a que unas sanciones impuestas contra Rusia si realiza acciones ofensivas sea respondida con un gas que no llega y un frío intenso en las casas alemanas es algo que aterra al gobierno de Berlín. De ahí que, en los movimientos que vemos estos días, en los que la UE resulta ser un convidado de piedra, Alemania esté entre las naciones que son informadas de primera mano por EEUU (huelga decir que nosotros no) pero serán difícil encontrar posiciones claras desde la cancillería berlinesa al respecto. Su papel parece ser el de no hacer nada, el de esconderse, el de no molestar. El miedo al frío les puede.
Eso es una falla en la actuación conjunta de las naciones de la UE, y lo sabe todo el mundo, Putin también, y probablemente juegue con ello a la hora de tensar la cuerda, adivinando que no es sostenible una posición muy dura desde una capital que depende tanto del suministro de energía. La ocasión está siendo aprovechada por Francia, con las elecciones presidenciales en mayo, para sacar la cabeza y ofrecer perfil de potencia estratégica, con iniciativas de diálogo. Probablemente este ejercicio francés sea, como un vestido vaporoso, tan llamativo como inútil, pero nada emociona más a los galos que hacerse los imprescindibles, aunque hace mucho que hayan dejado de serlo. Como verán, en el tema ucraniano las posiciones son muy complejas.
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