Darse una vuelta por las portadas de los medios de comunicación de hoy es hacer un viaje en el tiempo, una especie de “Regreso al futuro” en el que, sin Delorean, volvemos a los años ochenta, en lo álgido de la guerra fría entre EEUU y la URSS, una época que muchos ven con añoranza, pero en la que la fortuna impidió que se diera el final de todas las épocas. La tensión que ha ido creciendo a lo largo de las semanas pasadas ha explotado en forma de titulares y tratamiento de portada global, síntoma de que se le empieza a dar la importancia debida a un tema que es mucho más grave de lo que demasiados imaginaban. La sensación de preocupación es global, compartida, y hay motivos para ello.
Hoy se reúnen en Ginebra Anthony Blinken, Secretario de Estado de EEUU y Sergey Lavrov, Ministro de Exteriores ruso, en el encuentro a alto nivel más importante que puede darse sin que los mandatarios de ambos países se vean. Esta reunión ha estado precedida de muchas otras en las que el nivel de los participantes ha ido creciendo sin que se hayan producido acuerdos relevantes o que hayan trascendido. Rusia mantiene sus exigencias de mantener una esfera de influencia en las naciones vecinas e impedir que la OTAN se extienda sobre ellas, de tal manera que posean una soberanía limitada. EEUU, es decir, la OTAN, mantiene su postura de no amenaza a la soberanía rusa pero no acepta que terceras naciones sean subsidiarias, de tal manera que sus decisiones puedan ser libres, tanto si quieren asociarse con un tercero como si no. Las exigencias rusas se apoyan en la cada vez mayor concentración de tropas en la frontera con Ucrania y ese contingente militar es su principal baza de negociación. La postura norteamericana parece clara, pero las declaraciones de Biden de hace un par de días afirmado que ve segura una intervención militar por parte del Kremlin y que en la OTAN hay divisiones han sembrado el desconcierto, haciendo que el fantasma de la retirada de Afganistán, es decir, el no compromiso hasta el final de EEUU con sus aliados, esté encima de la mesa. Europa, convidada de piedra en un juego de fuerza militar, de la que carece, mira asustada el escenario y plantea sanciones económicas a Rusia si realiza acciones hostiles, pero con el temor de que, dependiente como es de la energía que suministran los gaseoductos rusos, sea ella la primera gran perjudicada de un boicot decretado por Putin. Las posturas oficiales de la UE son firmes pero, de puertas adentro, domina el miedo y una sensación de intereses nacionales contrapuestos, con extremos entre las naciones que fueron dominadas por la dictadura soviética y saben lo que es eso y los países que dependen del suministro de energía ruso y los que ven esto desde una cierta distancia. Por su parte, Rusia mantiene un discurso firme y duro, en apariencia inmóvil, con unas exigencias claras y un deseo de imponer unas reglas sacadas de siglos pasados, en los que la demanda de “seguridad” aparece por encima de todo pero donde no está nada claro hasta dónde llega ese espacio confortable que Moscú determina como necesario. ¿Basta con una zona de Ucrania? ¿Es necesario todo el país? A medida que las extensiones de influencia rusa se acercan a occidente, ¿es necesario ampliar ese colchón? ¿hoy Ucrania y mañana los países bálticos? La opacidad de las intenciones y estrategias de la dictadura de Putin es total, y eso hace que sea muy difícil asignar probabilidades a escenarios que van desde una intervención militar dura, con invasión de tanques del territorio ucraniano hasta una reactivación del conflicto del Donbás, la región separatista que es frontera entre ambas naciones, pudiendo entre ambos extremos darse situaciones mixtas de intervención en las zonas ribereñas del mar negro. La opinión general es que lo menos probable es la invasión a gran escala, pero en este caso la realidad es una montaña de incertidumbres que no ayuda a clarificar nada lo que pueda pasar, y el que todo dependa de los cálculos que Putin y los suyos hagan resulta, como mínimo, inquietante. Por así decirlo, juega con blancas y es el que mueve la jugada, mientras que el resto responderíamos a sus acciones. Y sí, ya ven que hay dudas sobre cómo responder.
La experiencia de crisis similares en el pasado en el marco de la guerra fría nos dejó la lección de que es difícil que se descontrolen, pero eso nos sirve de poco en el momento concreto en el que estamos. A medida que sube la apuesta y el lenguaje bélico Putin se ve más forzado a hacer algo que le cubra ante los suyos, porque llenar el campo de bravatas para no hacer nada sería frustrante para los ardorosos deseos del nacionalismo ruso. Aunque esa nación es mucho más débil de lo que parece, y su decadencia no cesa, su capacidad de acción y, sobre todo, el ver el recurso a disparar como otro más entre los que dispone, sin recelo alguno, la convierte en peligrosísima. Vienen días complicados en el este de Europa, que habrá que seguir con mucha atención.
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