Con la sentencia condenatoria de ayer, a numerosos años de cárcel, termina, de momento, uno de los casos más interesantes que ha habido en la historia de las estafas económicas en los tiempos modernos, en los que se han juntado casi todos los ingredientes que uno puede imaginar fruto de la mente de los guionistas televisivos. Si me apuran, poco ha salido el tema sexual, pero no dudo que, cuando esta historia sea llevada a la pantalla, se introducirán algunas escenas subidas de tono, como aderezo a un pastel cargado de ambiciones, mentiras, millones y promesas incumplidas, y todo en la meca de la tecnología de Silicon Valley.
Elisabeth Holmes, la protagonista, es una mujer rubia, bella, de mirada penetrante asentada en dos ojos que quitan la respiración. Hija de pudiente familia, empieza sus estudios de química en una de las universidades de la Ivy League norteamericana, esas que salen en todas las películas con campus preciosos y los mejores contactos del mundo para enriquecerse y poder pagar sus matrículas, pero al poco de empezar la carrera la hija de los Holmes cree que puede hacer mucho más. Imbuida por el sueño del emprendimiento se desplaza a California y monta una empresa tecnológica, una startup, que allí florecen como setas tras las lluvias otoñales, pero no dedicada a la información o los datos, sino al aún incipiente sector de la tecnología sanitaria. Con los estudios científicos que posee, escasos, desarrolla una máquina que, mediante una simple extracción de una gota de sangre, es capaz de realizar un diagnóstico de un montón de enfermedades, el sueño de la biopsia líquida tan anhelado por muchos, permitiendo así detecciones tempranas de cánceres y otros males. La máquina es un sistema de autodiagnóstico siempre disponible para el que la compre, en esto sí que se mostró adelantada a su tiempo, y promete una revolución en la medicina preventiva. Llama a su empresa Theranos, y con su máquina milagrosa, empieza a desarrollar rondas de financiación, entrevistas y exposiciones a inversores de todo tipo ávidos de depositar sus ahorros o los de los que gestionan en proyectos que puedan ser rentables en el futuro. Las posibilidades del invento de Holmes llaman mucho la atención, y empieza a llegar dinero a la empresa, mucho dinero. Ella se va transformando, adopta una pose al estilo Steve Jobs, enfundada en jerséis negros de cuello alto de los que sobresale su bello rostro y rubia cabellera, y despunta como emprendedora y gurú. El valor se calienta, las cifras alcanzan los cientos, miles de millones de dólares, y Holmes acapara portadas de revistas, reuniones con mandatarios y famosos, y se convierte en una estrella. Ha nacido una nueva joya fruto de la infinita cantera de valor del valle prodigioso, la historia es un éxito de esos que se estudian en las escuelas de negocios y la marca Holmes comienza a ser conocida en todo el mundo, asociada en todo momento a su hierático y cautivador rostro. Cuando las cifras de inversión se acercan a los nuevo mil millones de dólares, sí, sí, nueve mil millones, empiezan a surgir filtraciones del entorno de la empresa diciendo que pasan cosas raras, que las máquinas no funcionan, que eso que se vende no es real, y algunos periodistas de investigación, de los de verdad, comienzan a trabajar en torno a algo que les parece tan raro como imposible de ser anómalo. Pero en su trabajo de escarbar la realidad descubren una sombra que no esperaban, no un Balrog escondido en el fondo de Moria, pero sí una estafa de idénticas proporciones. Theranos vende humo, Holmes vende humo. La máquina no existe.
Todo era una enorme mentira basada en la capacidad de Elisabeth de relatarla y la credulidad de los que la compraban. Desgraciadamente no existe hoy en día la tecnología necesaria para hacer lo que ella prometía, menos hace años cuando ella la subastaba por cifras astronómicas. La estafa de Theranos arruinó a no pocos, destruyo esperanzas y sueños, y supuso la constatación de que el fraude puede darse en todas partes, tanto donde uno se lo espera como en la meca de la tecnología, y es posible que sea encarnado por una belleza de ojos tan llamativos y de mirada tan profunda como falsa. El caso Holmes lo tiene todo para ser digno de estudio, y por eso su juicio ha sido casi retransmitido en directo en EEUU. Es de lo poco que ha sido cierto en toda esta historia.
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