Kazajistán es enorme y está muy lejos, y quizás eso sea lo que la mayor parte de la gente que usted conoce opine sobre esa nación. De una extensión gigantesca, como casi toda Europa, sita en medio de la planicie de Asia central, enmarcada entre montañas y con unos paisajes planos y desolados, es una de las varias naciones acabadas en “tán” que perteneció a la URSS y que, tras su disolución, pasó a ser un estado independiente sometido a un régimen dictatorial de hombre fuerte. En el caso kazajo el dictador se ha llamado Nursultán Nazarbayev durante casi tres décadas. Ahora, semiretirado, sigue siendo un poder fáctico del régimen, que comanda el país desde su nueva capital, Astaná, rebautizada hace poco como Nursultán.
Hace ya tres días en Almaty, ciudad sita muy al sur del país, la más poblada y la que ha sido capital hasta que el delirio del dictador decidió erigir una nueva en medio de la nada, estalló una protesta social motivada por el encarecimiento de los precios y, sobre todo, por el disparo del gas natural licuado, principal fuente de combustible para la calefacción y otros usos comunes en el país. Kazajistán es un pozo de recursos minerales y energéticos, siendo Rusia y China sus principales socios comerciales, con los que mantiene una amplia frontera terrestre. El disparo de los precios sacó a miles de personas a la calle en un movimiento que, con la excusa económica, demandaba también reformas en un régimen duro que no permite libertades. Años de depauperados ingresos y represión parecen haber colmado la paciencia de muchos de los kazajos. En la distancia, las informaciones que llegaban de Almaty eran confusas, y se mezclaban escenas de protesta urbana con tomas de asalto a edificios públicos en lo que parecía, con el paso de las horas, más una insurrección que unas meras manifestaciones. A lo largo del martes 5 el gobierno de Astana empezó a tomar medidas, destituyendo a dirigentes y ministros, y reforzando las dotaciones de la policía en Almaty, y en otras regiones del país por si los disturbios se extendían, aunque no hay evidencias de que en la capital nacional se hayan dado incidentes reseñables. La noche del 5 la situación en Almaty parecía estar yéndose de las manos y el gobierno del país perdía el control de las calles. Ayer 6, tras una reunión de una asociación de naciones pertenecientes en su momento a la URSS y de otra de las de origen turcómano que también estuvieron en el imperio soviético, se acordó el envío de tropas a Kazajistán para ayudar a recuperar el control del país. Rusia colgó a lo largo del día varios vídeos en los que se ve a efectivos, material y grandes aviones de carga a punto de despegar rumbo a su gran vecino del sur, y ya por la tarde hora española se empezaban a difundir imágenes de las tropas rusas sobre el terreno, realizando lo que mejor saben las huestes de Putin, disparar y matar. El comunicado del Kremlin, una copia literal de pasajes de 1984 de Orwell, habla de las acciones de terrorismo instigadas por el exterior que han socavado la estabilidad de Kazajistán y la obligación rusa de acudir, en misión de paz, para restaurar el orden y la seguridad en la zona. En definitiva, toda una operación militar en la que tropas rusas están, esta vez sin disimulo de uniformes ni de nada, en el suelo de otro país disparando a su población para estabilizar el régimen amigo del Kremlin. Es muy difícil saber lo que pasa en Almaty, epicentro de la revuelta, pero conociendo el carácter del ejército ruso, las órdenes que suele dar Putin y el nulo valor que se le da a la sociedad civil por aquellos lares, la sensación es de desastre en marcha. Hay algunos vídeos en los que las ráfagas de disparos por parte de las tropas del régimen y sus refuerzos son constantes, y es de esperar que no se estén dirigiendo contra bandadas de pájaros. Los balances que han trascendido hablan de decenas de muertos, pero es casi seguro que se quedarán muy cortos. La orden de aplastar la revuelta a sangre y fuego ya se ha dado y se están ejecutando.
Justo cuando Europa y Rusia empezaban a disputar un nuevo pulso en la frontera ucraniana, con el órdago militar que Putin estaba organizando desde el lado ruso, surge un nuevo frente para el Kremlim que le puede distraer de sus ambiciones en el este de Europa y, así, otorgar tiempo a Kiev y occidente en esa crisis. Pero a la vez, la determinación y el más que probable sadismo con el que las tropas rusas actúan en Kazajistán es una prueba, otra más, de que Putin ve la guerra como un mero recurso adicional a su poder, como otro más de entre los que dispone, y que si cree que disparando logrará algo, no dudarán en hacerlo. El nivel de violencia y de “realpolitik” que muestra el Kremlin no parece tener límites, y eso hace más creíbles futuras amenazas, sobre Ucranai o sobre cualquier otro aspecto.
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