martes, enero 11, 2022

Ucrania

Los sucesos en Kazajistán, cuya historia aún no ha terminado, han llevado nuestra atención muy al este, pero es un poco más cerca donde se dirime gran parte de la tensión e interés de la actualidad internacional, en un punto de fricción que, más o menos, será permanente en lo que hace a generar noticias en este 2022. Me refiero a Ucrania, esa nación sita en un lugar tan estratégico como delicado, a las puertas de Europa y extensión de las estepas rusas, en la que se mantiene una guerra larvada desde hace ya varios años en la zona fronteriza de ambas naciones y que ve como su futuro empieza a no estar precisamente en sus manos.

Ayer tuvo lugar la primera reunión del año entre representantes diplomáticos rusos y norteamericanos con Ucrania como tema fundamental. La acumulación de tropas que el Kremlin ha dispuesto en la zona fronteriza, con cerca de 100.000 efectivos, hace temer a todo el mundo que Putin tiene serias y ciertas intenciones de penetrar en el territorio ucraniano, o al menos de mostrar la agresividad necesaria para que esa sensación sea absoluta. Estos movimientos militares salieron a la luz a mediados del pasado diciembre y, desde entonces, la perspectiva de una intervención rusa en la zona es un tema de debate constante en todas las cancillerías occidentales, especialmente en las europeas que, por lógica proximidad, ven este problema mucho más presente que lo que se pueda sentir en un Washington física, y también políticamente, alejado. Tras semanas de informaciones sobre el despliegue de tropas, Rusia ha ido lanzando mensajes confusos, algunos amenazas directas de ataque, otros referidos a la necesidad de amista y cooperación, negando siempre la mayor de una posible intervención pero no renunciando a ella si lo considerase necesario. Hace no muchos días hizo público un comunicado en el que ponía negro sobre blanco sus exigencias en la zona, que pasan tanto por la renuncia de la OTAN a todo tipo de maniobras en la zona cercana a la frontera, entendiendo como tal todo el territorio de la nación, como por la no presencia de ningún tipo de armamento ni efectivos de los ejércitos aliados en Ucrania. Del comunicado ruso se sobreentiende que, de facto, no se solicita sólo la no incorporación de Ucrania a la OTAN bajo ninguna circunstancia sino, de hecho, la supeditación de la política exterior y de defensa de esa nación a los intereses rusos. Algo así como “dejamos que Ucrania haga lo que quiera siempre que eso sea lo que nosotros queramos. Moscú vive obsesionado con el riesgo de una posible intervención militar contra su territorio, que carece de defensas naturales a lo largo de la extensa planicie que lo conforma, cosa que ha pasado con relativa frecuencia en los dos siglos pasados, y Putin específicamente no puede ni plantearse que una revolución “de colores” tipo Maidán de 2014 le derribe de su trono zarista, por lo que la creación de un anillo de naciones que salvaguarden el territorio e influencia rusa es un propósito absoluto, primordial, obsesivo, en su política. Su planteamiento, muy de la época de Westfalia, es que el este de Europa es un asunto en el que el poder y las necesidades de Rusia están por encima de los derechos de las naciones que ya existen en la zona, y desde luego muy por encima de los de sus ciudadanos, que no cuentan para nada. La idea rusa es la de rediseñar el mapa para contar con esa zona de seguridad que busca, y eso se puede hacer a las bravas, moviendo las fronteras con intervenciones militares duras, como fue el caso de Crimea o el Donbás, o logrando que las piezas, naciones, que ya existen, acaten dictados y políticas impuestas desde el Kremlin. O por las peores o por las malas, esto es lo que busca Putin.

El hecho de que se establezcan conversaciones entre EEUU y Rusia sobre algo así indica tanto la incapacidad de la propia Ucrania para determinar su futuro (todos la ven como una pieza de intercambio, casi nadie como un estado soberano por el que se debe luchar) como el grado de espectador que posee la UE en un tema que afecta a sus fronteras y estados miembros. Piénsese como se ve todo esto desde las repúblicas bálticas, Polonia u otras naciones que, teniendo o no frontera directa con Rusia, estuvieron bajo su yugo medio siglo XX, y ven ahora como un poder militarista vuelve a resurgir en Moscú, cierto que más débil de lo que fue y amenaza ser, pero que, ya lo ha demostrado en Kazajistán, no se corta a la hora de usar la fuerza. La situación en Ucrania va a seguir siendo peligrosa durante mucho tiempo.

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