Para rematar la desastrosa semana que ha vivido la presidencia de Biden, este sábado Trump dio su primer mitin de campaña en Arizona, la primera aparición en este formato ante sus seguidores desde su derrota electoral de hace poco más de un año. Pocas sorpresas. Trump insistió una y mil veces en su mentirosa teoría del fraude electoral, en que le robaron las elecciones de 2020 y rebajó lo sucedido en el asalto al Capitolio a la expresión de la frustración de algunos, no queriendo ver el golpe de estado que alentó. El discurso fue una soflama de bulos y malos modos en medio del constante vitoreo por parte de una masa enfervorizada.
Biden terminaba así la que puede que haya sido su segunda peor semana desde que llegó a la presidencia, dado que el desastre que se vivió durante la retirada, huida, de Afganistán resulta, por ahora, insuperable. La causa principal de su fracaso ha sido la imposibilidad de aprobar una de las normas que más interés tiene la Casa Blanca de sacar adelante, relacionada con la legislación electoral norteamericana. A lo largo de las últimas elecciones se ha visto como, especialmente desde los estados controlados por los demócratas, se han introducido cada vez más normas con vistas a dificultar el acceso al voto; restricciones al sufragio adelantado, que allí está muy extendido, reducción del servicio de los colegios electorales, modificaciones profundas en el diseño de los distritos que determinan cuáles son los electores que escogen a un cargo, etc. La idea de todos esos cambios es que ciertos colectivos se verán más afectados por ellos y pueden ser proclives a disminuir su asistencia a las elecciones, y es sabido que esos colectivos tienden a votar demócrata. Los gobernadores republicanos no están haciendo nada ilegal, o que al menos no lo permita la legislación, pero sí la están estirando hasta el límite con claras intenciones de beneficiarse de ella, cosa que es lo que caracteriza a todo político instalado en el poder, sea cual sea su signo político. En todo caso, los últimos comicios norteamericanos han demostrado, desde el lío con las papeletas mariposa en las presidenciales de Bush de 2000, que el sistema se ha vuelto muy arcaico y tosco, dividido como está con regulaciones dependientes de los estados, y algo habría que ajustar o, como mínimo, modernizar. Con la idea de recortar estas prácticas republicanas, Biden ha elaborado una norma que pretende aprobar y que, a nivel federal, impediría este filibusterismo electoral. Se ha denominado con alusiones a los derechos civiles, cosa muy pomposa e ideal para venderla como mercancía electoral, y su validación sería un éxito para la administración republicana. Pero su derrota sería un fracaso aún más clamoroso, y ahora mismo ese es el escenario. En el Senado los escaños están divididos exactamente 50 50 entre ambos partidos, y las votaciones salen adelante con el voto de calidad del presidente de la cámara, la desaparecida Vicepresidenta Harris, pero la deserción de un senador demócrata supone la pérdida de todo el poder, y ahora mismo no es uno, sino dos los que se niegan a que la norma impulsada por la Casa Blanca sea aprobada por el Senado con un margen tan ajustado. Alegan que la tradición impone que sea 60 40 la mayoría que permita una reforma en un tema tan serio como la legislación electoral y, de paso, le de legitimidad, y es obvio que no va a haber senadores republicanos que se animen a apoyar este cambio, por lo que muy probablemente la norma impulsada por Biden no salga adelante y el esfuerzo que ha supuesto su creación se convierta en nada. O peor aún, en frustración entre los suyos, muy divididos..
Sumen a todo eso una inflación que no cesa, un desabastecimiento puntual en algunos centros comerciales, fruto de los temporales invernales y del problema de suministro logístico, que se mantiene, y el panorama es, como mínimo, alarmante para las expectativas demócratas. Los sondeos de opinión sitúan la aprobación de Biden en el entorno del 30%, un mínimo, a la altura de los peores momentos de Trump, y las expectativas de cara a las elecciones de medio término de noviembre son nefastas para el partido del burro. O los precios se moderan mucho o las cosas cambian o a Biden se le está empezando a poner cara de pato cojo bastante antes de haber “fracturado” una pata en los próximos comicios. Su presidencia navega sin rumbo
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