jueves, enero 13, 2022

El desastre de Alberto Garzón

Poco he aprendido de mis reiterados fracasos sentimentales, si acaso la intención de no seguir produciéndolos de manera industrial. Como lección práctica, la retirada, y es que cuando uno descubre que lo que pensaba que era terreno fértil se transforma en tierra baldía, y no queda ni el consuelo de las palabras de TS Elliot, lo mejor es dejarlo, no insistir, largarse, no pretender que lo que no puede ser lo sea, minimizar los daños, propios y ajenos, y dejar que el tiempo, que no cura pero sepulta, haga su trabajo antibiótico para sanar heridas que siempre dejarán recuerdo. El amor propio se pierde mucho antes de no haber logrado alcanzar el ajeno.

Alberto Garzón, por ese mínimo amor propio que se debe tener toda persona, debiera haber dimitido de su cargo de ministro hace ya bastante tiempo, una vez que hubiera constatado no ya la inutilidad del cargo que le dieron sino la nula relevancia de todo lo que hace, o más bien, el desprecio que despierta entre propios y ajenos sus intentos de sacar la cabeza pretendiendo hacer creer que la tiene. Todas las actuaciones de su presunto Ministerio, un cargo elefantiásico creado a partir de lo que no es más que una Dirección General, para que la cuota de Podemos en el gobierno tuviese una dimensión relevante (e ingresos públicos y posibilidades de colocación a los muchos que lo necesitaban) han bordeado el ridículo y se han saldado con polémicas de mayor o menor calibre que han erosionado por completo su figura, que no era precisamente una mole pétrea de autoridad intelectual, y le han mostrado, a cada paso, que su cargo es una concesión al pacto de gobierno firmado entre el PSOE y Podemos, nada más que eso, y que haga lo que haga a nadie le importa. Evidentemente, con el sueldo que se levanta al mes y lo que le cuesta obtenerlo no va a tener incentivo alguno en dejar el cargo, porque será comunista Garzón, pero no es tonto, y nada le gusta más aun alto cargo de la “nomenklatura” que el privilegio económico. Creía yo, en mi ingenuidad, que la huelga de juguetes que promovió de cara a la Navidad era el colmo, que no podía caer más bajo en su ridiculez y en el menosprecio absoluto hacia su rango, pero no, se ve que en las vacaciones ha sacado tiempo para ahondar en el desprestigio de sí mismo y, por extensión, del bigobierno del que forma parte. Sus declaraciones a The Guardian sobre las macrogranjas y las acusaciones a la mala calidad de la carne que exporta España han sido el colmo para muchos, y han levantado no sólo a los opositores al gobierno (que lo critican cuando acierta, como para no hacerlo ante errores tan gordos) sino a gran parte del propio PSOE, que no entiende como un incompetente de semejante dimensión sigue al cargo de un Ministerio. Sus palabras, erradas en fondo y forma, y sus acusaciones a la calidad de un sector industrial muy relevante en ciertas regiones del país, no tanto en los entornos elitistas donde se mueve Alberto y los suyos, han provocado una bronca monumental y, de cara a las próximas elecciones regionales, y futuras nacionales, una nueva vía de agua en una partido, el PSOE, que es el que se presenta a todas ellas con las intenciones de poder ganarlas frente al PP, dado que Podemos es una carcasa electoral que, cada vez más, empieza a ser vista como una rémora frente a lo que llegó a ser. Los votantes en Castilla y León, los comicios más cercanos, van a castigar a la marca socialista por las palabras de Garzón, tanto por el hecho de la irrelevancia de Podemos en su región como por la obviedad de que es Sánchez, socialista, el que le mantiene en el cargo, y por ello, aunque lo critique en público, le permite seguir cobrando un sueldazo y moverse en contaminante coche oficial, desde el que la carne, y demás productos de consumo, se ven como regalías, sea cual sea su precio y origen.

Resulta enternecedor cómo, ante lo indefendible, la parte morada del gobierno y algunos de los periodistas que no dejan de defenderlos a ellos y a la coalición han tratado de salir al rescate de las ruinas de Garzón, haciendo ver que los presupuestos de un ministerio vaciado también pueden tener margen para comprar voluntades, columnas y espacios de opinión. Es el mercado de los favores, amigo, que diría Rato, que mucho sabía sobre comprar voluntades. Garzón sigue hoy, jueves 13 de enero, como Ministro, y al 99% lo seguirá siendo hasta el final de la legislatura. Su carencia de honra, la mínima que le permitiría decidir marcharse para ser activista sin sueldo público, es sólo comparable al cinismo de su jefe, Sánchez, que no es capaz de cesarle.

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