lunes, enero 24, 2022

Inconsolable

La chica llora, inconsolable, sin que nada pueda parar su congoja. Lleva mucho abrigo y un gorro en la cabeza, pero el frío es lo de menos en un rostro enrojecido, en el que las lágrimas a buen seguro son mucho más gélidas que el aire que nos golpea. Está subida encima de un barco de remo, de esos estrechos, finos, de carreras. De un solo ocupante, dos remos, uno a cada lado, y banco móvil, al parecer participa junto a otras compañeras en un entrenamiento, o carrera, que va y viene en el estanque. Son otras las que siguen ese camino de ida y vuelta, ella no. Quieta, a menos de un cuarto de llegar a uno de los extremos del recorrido, está parada, con las manos en la cara. Y llora.

Desde la barandilla más cercana a la posición de la remera, una amiga, supongo, le grita para darle ánimo, para que termine el recorrido, para que al menos llegue al extremo contrario y de ahí se baje, pero ella se niega. La amiga mezcla gritos con apoyo y comprensión, pero rebotan en el agua. La remera está bloqueada, es la última y no ve más allá de su derrota, que no se si es real en una carrera o en algo menor. Coge los remos y los eleva para dejarlos caer, y al impactar con el agua salpican gotas que hacen juego con las lágrimas que no dejan de recorrer su cara. Es la viva imagen de lo que se entiende por fracaso, así lo ve ella, y no lo soporta. Imbuida en miles de mensajes donde la motivación lo es todo y el poder está en las manos de uno, sospecho que empezó a remar con todas sus ganas pero, cuando las fuerzas se acabaron, la basura de autoayuda que inunda su vida le ha llevado a culparse de no ser capaz de seguir, y eso la hunde aún más. La amiga, en la orilla, sigue gritando, pero cambia de discurso. El ánimo ya no sirve para nada, su compañera es un despojo que ahora mismo es odio hacia el remo y a ella misma, y no hay lugar para fortalezas. La amiga empieza a decirle que le quiere, que sea ella la que renuncie, que llegue hasta el final para mandar a la mierda el barco y todo lo que sea, pero que llegue al fondo. La remera no cambia el gesto, pero sí coge los remos y da un impulso, dos, el barco empieza a moverse en el sentido de la meta deseada, pero no hay nuevas paladas. Otra vez los impulsores yacen bajo el agua y la cara se cubre con manos y sollozos, no puede, grita, no puedo, no valgo, no se, en una secuencia de lamentos que sólo el agua escucha de primera mano. Hace una mañana de río intenso, de Sol débil y algunas nubes deshilachadas, pero a la remera eso le da igual, está en la noche oscura del alma, que dijo el clásico, y no hay esperanza. Su amiga se está poniendo nerviosa y ahora sus gritos son acompañados por los de otras compañeras que ya han dejado de remar en sus, supongamos, entrenamientos, y acuden a donde la compañera para darle consuelo, pero ella no lo quiere. “No valgo” se escucha varias veces desde su boca, sin gritos, sin aspavientos, entre lloros, pero quedamente. No puede levantarse del barco y salir, lo haría de ser posible, pero está encerrada entre su mínima estructura y el agua fría. Entre los gritos, coge los remos y vuelve a dar un par de impulsos que acercan más el barco hasta el extremo, y se vuelve a parar… así realiza algunos movimientos y la inercia empieza a beneficiarle acercándole a la meta, y alejándola de mi posición. La amiga empieza a andar con ganas siguiendo la estela del barco, desde la orilla, y sigue gritándole lo mucho que vale, que la quiere, que no es la peor, que no es sino un día de remo, que no importa nada, que da igual, y ambas, poco a poco, se alejan, camino al embarcadero en el que otras naves ya están paradas y la mayor parte de remeras esperan a que llegue su amiga. Ya no hay ninguna entrenando en el estanque, sólo hay una embarcación que regresa, que termina su recorrido.

Contemplando la escena, que me pilla de improviso, lo he contemplado todo, y no he dicho nada. Se me ocurrían muchas cosas para gritar, animar, tratar de aumentar las ganas de esa chica, que me daba una pena enorme, pero no he abierto la boca en los pocos minutos en los que todo ha sucedido. Durante un par de ellos la amiga que anima ha estado a apenas dos o tres metros de mi, y la remera a tres veces esa distancia, imposible no sentirse en medio de algo que no esperaba, ni buscaba, ni quería, y que sólo me generaba angustia. Como un figurante, he visto toda la escena, sin conocer a ninguna de sus protagonistas, con aspecto adolescente, y me pregunto por qué no he dicho nada. ¿Podía haber ayudado en algo? No se si esa remera volverá a serlo nunca más.

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