De pequeño, y ahora también, me llamaban mucho la atención los edificios abandonados, y trataba de entrar en ellos, para curiosear. En un pueblo industrial como el mío siempre había una fábrica ruinosa en la que intentar acceder era el gran reto, y a veces lo logré. Son edificios enormes, sucios, llenos de recovecos peligrosos donde uno se puede caer, fosos, máquinas deformes, estructuras corroídas… lugares en los que da un cierto miedo entrar, porque frente a viviendas, que se mantienen como entornos llenos de habitaciones que a uno le pueden sonar, esto son edificios de otro mundo, otra dimensión. Imponen.
Cuando empezó la guerra de Ucrania me di una vuelta en Google Maps por algunas de sus ciudades, y en Mariúpol me asombró el enorme complejo industrial que está al este de la ciudad, una megafactoría que destaca por su color de ceniza corroída que es casi tan grande como la propia ciudad costera, de la que le separa un río. A través de ese visor web uno puede distinguir altos hornos, chimeneas, torres de ventilación de muy antiguo diseño y gigantescas naces que parecen estar asociadas a trenes de laminación. Es toda una planta siderúrgica que recordaba, vista así, a lo que era Altos Hornos de Vizcaya hace ya varias décadas, en los ochenta, cuando ese monstruo de acero y humo ocupaba gran parte de la margen izquierda bilbaína. Con el desarrollo de los combates nos hemos enterado que, en efecto, ese es el fin de tan enorme complejo, y que se llama Azovstal. En estos momentos, y desde hace ya varios días, la planta no es el frente de batalla, sino el más encarnizado de los campos de la misma, en la que tropas rusas y ucranianas se enfrentan a muerte hasta que no quede uno del bando contrario, y todo ello con la presencia de algunos miles de civiles de la torturada ciudad de Mariúpol, que han escogido ese lugar para encontrar refugio. Al parecer, tanto por necesidades de la producción como por imposiciones del paranoico diseño soviético que la creo, el complejo contiene una enorme red de galerías subterráneas que están siendo utilizadas tanto como refugio como lugar de emboscada. Allí los combates son cuerpo a cuerpo, hombre a hombre, porque la artillería motorizada no puede penetrar. Algunas de las partes del complejo han sido bombardeadas, y hay espectaculares imágenes en las que se ven detonaciones que revientan varias de las naves, pero el conjunto de la instalación, por su robusto diseño, necesario para el fin con el que se levantó, es bastante invulnerable a bombardeos exteriores. Este tipo de instalaciones deben ser desmanteladas desde dentro, y pueden ser voladas, pero con artificieros que sepan lo que hacen y con cargas muy potentes. La batalla de Azovstal tiene todos los ingredientes para ser uno de los momentos más crueles de toda esta salvaje guerra, en la que abundan las carnicerías. Los defensores de la instalación saben que, como en el Álamo, u otras ubicaciones míticas, no tienen esperanzas de salir vivos, porque las ofertas de rendición realizadas por Rusia son una pantomima ante el simbolismo que supone para el Kremlin acabar con la resistencia del batallón de Azov. Para los rusos, tomar la planta y acabar con esa fuerza militar ucraniana es un triunfo, o al menos algo que así pretenden vender a su población, y no van a escatimar munición para exterminar a todo lo que encuentren en ese complejo, y para los civiles que allí se encuentran, el destino está escrito muy probablemente en forma de fosa común, porque si los rusos acaban ganando no creo que quieran muchos testigos que narren lo que allí ha sucedido. Ese lugar, que de por sí posee un aspecto bastante dantesco, es ahora mismo el infierno absoluto.
Probablemente dentro de unas décadas se hagan películas que recreen lo que hoy mismo sucede en el interior de ese lugar. Películas que serán sombrías, apocalípticas, duras, en las que los personajes irán desapareciendo acribillados en medio del ruido y polvo de fundición. Los que las vean alabarán la recreación del lugar o los efectos especiales utilizados, pero sabremos que nada será comparable a lo que hoy mismo, me reitero, sucede allí. No se me ocurre ahora mismo un lugar más horrible, más hostil, en el que poder imaginar a alguien. Si eso no es el infierno absoluto no se qué puede ser. Y espero que las tropas rusas no intenten mostrarme otros escenarios para aumentar mi grado de horror ante esta guerra.
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