lunes, abril 04, 2022

El corazón de las tinieblas de Kiev

En su novela, Joseph Conrad lleva al lector al abismo y le suelta, dejándolo caer. Inspirado en la salvaje colonización ejercida por Bélgica en el Congo, el protagonista viaja a África y remonta el río en medio de la selva buscando a Kurtz, que es el responsable de la plantación a la que espera llegar, y se convierte en mito a medida que se adentra en sus territorios. Kurtz es amo y señor de las tierras y vidas de todos, y su régimen es despótico y cruel. Llegado al final de la vida sufre por lo que ha construido, un imperio de terror al servicio de la producción colonial, y poco antes de morir pronuncia esas palabras que serán el resumen de su vida y obra; “el horror, el horror”.

Bucha, Irpin, Hostomel…. Son nombres de localidades enclavadas al norte de Kiev, de cuya existencia yo no era consciente hasta allá por las navidades, cuando en algunos artículos se empezaban a estudiar posibles planes de ataque ruso a Ucrania y esos lugares eran de paso obligado para unas tropas que quisieran tomar el control de la capital desde el norte. Cuando la guerra comenzó en febrero Hostomel fue de las primeras ciudades que alcanzó algo de renombre, al estar situada en ella un aeropuerto y base militar, que fue tomada por los rusos. Poco más se supo de esa zona hasta que, transcurridas semanas, y con la ofensiva sobre Kiev paralizada, el ejército de Putin anunció que se replegaba en la zona para concentrarse en el este, tanto con el objetivo de concentrar sus fuerzas en otro escenario bélico como respuesta a la presión de la resistencia ucraniana, que no dejaba de hostigar a los invasores. La reconquista por parte del gobierno de Kiev de esas ciudades ha permitido a la prensa acceder a ellas para documentar lo que allí ha quedado, y ¿qué hemos visto? Precisamente eso que mencionaba Conrad en su novela, que pocos, han logrado narrar por escrito de una manera tan sucinta y precisa. El horror. El paisaje está devastado, como tras el paso de un tornado, pero con la anchura de un huracán. Casas, edificios de comercios y tiendas, arbolado, todo está destrozado, quemado, sometido al fuego cruzado y al bombardeo de un combate cruel. Las carreteras están llenas de coches de particulares, que seguramente trataban de huir y se encontraron con el fuego cruzado de la batalla y perecieron allí mismo, en el camino hacia ninguna parte. Por todas partes aparecen agujeros fruto de las explosiones de los bombardeos rusos, cráteres informes que han extendido su metralla como onda expansiva contra construcciones, dejándolas perforadas por doquier. Y chatarra rusa, incontables fragmentos de equipos, tanques, vehículos acorazados y todo tipo de transporte de origen ruso que forman amasijos de hierros convertidos en asquerosa chatarra. Reventados por todas partes, quemados, desmochados, aparecen tanques con sus torretas arrancadas de cuajo, convertidos en basura metálica roñosa. Orugas y ejes que se cuentan como innumerables, desperdigados por todas partes. Un escenario de absoluta destrucción material. Y entre todo este desastre, cuerpos, cuerpos y más cuerpos. Cadáveres, algunos de ellos de militares rusos que permanecen en lo que fueron sus vehículos de ataque, pero, sobre todo, cadáveres de civiles, de residentes de esas localidades, de personas que vivían en Bucha en Irpin, en Hostomel, y que fueron asesinados de una manera inmisericorde a medida que las tropas rusas avanzaban por sus localidades. Carreteras en las que los cuerpos se suceden, espaciados a lo largo del asfalto, acribillados allí donde los convoyes atacantes se los encontraron. Grupo de cadáveres sitos en patios traseros, aparente reunión de vecinos de los bloques anexos, que fueron sacados de sus casas por las tropas rusas, reunidos en esas posiciones y asesinados sin piedad. Algunos portan capuchas, otros están maniatados. Hay mujeres y niños, pero la mayoría son hombres, de edad mediana y mayor, que aparecen apilados en algunas agrupaciones, tal y como cayeron tras ser fusilados.

Hay fosas, hondonadas de barro en la que se aprecian brazos y piernas, y cabezas de personas que fueron arrojadas tras ser asesinadas. Son cientos y cientos los cadáveres que, hasta ayer, habían sido encontrados a medida que las fuerzas ucranianas avanzaban por lo que antaño fueron barrios del extrarradio de Kiev. El procedimiento parece claro. Tras la toma del terreno, la orden era eliminar a todos los que allí quedasen, limpiar a la manera en la que el totalitarismo entiende. El exterminio practicado por las tropas rusas en las afueras de Kiev es la primera muestra que vemos de lo que debe estar pasando, en masa, en las zonas en las que las tropas rusas mantienen el terreno. Volvemos a las matanzas sádicas del siglo XX europeo, al exterminio planificado por parte de un poder sanguinario, totalitario y racista. El horro, el horror.

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