Lo primero, las buenas e importantes noticias. Con un 58,5% de los votos Macron ha vencido en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas y revalida mandato. En un tiempo de sorpresas políticas, de resultados populistas triunfantes y descalabro de las expectativas el electorado francés ha conseguido que la realidad no se desvíe de lo previsto y ha apostado por una alternativa moderada, europeísta, moderna, que introduce estabilidad en la ecuación continental y aleja fantasmas indeseados. Es el primer presidente francés que repite desde Chirac, y tras los mandatos únicos, y decepcionantes, de Sarkozy y Hollande. Hoy es un día para respirar aliviados tras unas jornadas de nervios.
Y ahora, los problemas, que ahí siguen. Si respiramos con alivio como antes señalaba es porque había auténticas opciones para que Le Pen ganase, y el resultado que ha logrado, un 41,5% de los votos, así lo indica. Esto no tiene mucho que ver con las elecciones de hace cinco años, en las que Macron duplicó a Le pen con un 66% de los votos frenet a un 33%. Ni el candidato victorioso es ya la novedad absoluta que representó hace cinco años ni el miedo a la ultraderecha funciona ya como antídoto ante unos resultados extremistas que no dejan de crecer. El sistema de doble vuelta francés lo ha impedido, pero el resultado de la primera otorgaba un escrutinio que llevaba al desastre. Más de la mitad de los electores franceses votaron a formaciones populistas extremistas, repartidas entre la extrema derecha, con Le Pen a la cabeza y Zemmour a la zaga, y la extrema izquierda, con Melenchon. Aparentemente opuestas en lo ideológico, esos partidos tienen el común el ser frentes antisistema, formaciones que buscan romper con lo que existe vendiendo un discurso combativo de los de abajo contra los de arriba, que arrastra muchísimo voto. Es obvio que ninguno de esos partidos tiene remedio alguno para los problemas que denuncian y que, de llegar al gobierno, los agravarían notablemente, pero eso da igual, son bendecidos con el apoyo de masas. Macron, victorioso, sabe que muchos de los votos que ha recibido no son suyos, que provienen de rebotados que no soportan la idea de una presidencia encarnada en Le Pen, y que han usado al candidato europeísta como mal menor, pero que odian igualmente las formas e ideas del Júpiter que ha encarnado la República durante este pasado quinquenio. Varios de esos votos prestados provienen de la extrema izquierda, aunque es relevante que los estudios ya muestran que un 18% de los votantes de Melenchon se han decantado por Le Pen. La corriente antisistema de Francia es intensa, se ha llevado a las formaciones tradicionales de izquierda y derecha por delante, y sólo tiene a Macron y su movimiento en frente. Eso nos pone ante un peligroso dilema, porque el ganador no puede volver a presentarse. Dentro de cinco años el partido de Macron perderá a Macron, y cierto es que hacer futurología en estos tiempos es un riesgo disparatado, ya que apenas es posible saber lo que va a pasar en unas semanas, pero la verdad es que la formación que ha supuesto el freno a la ultraderecha perderá al líder carismático que la encarna, y que la creó. ¿Podrá sobrevivir el movimiento de Macron a su ausencia? ¿Cómo va a diseñar el presidente su sucesión? El número de preguntas y su dimensión crecen tras el triunfo de la pasada noche, y empezarán a hacerse cada vez más insistentes a medida que avance el segundo mandato presidencial, que de momento comienza con los estragos de una guerra en el continente y la más que presumible crisis económica que de ella se va a derivar. Algunos chalecos amarillos ya estarán calentando en las rotondas para volver a levantarse contra el gobierno de París si no hace algo. Y Macron lo sabe.
Dentro de, más o menos, un par de meses tendrán lugar las elecciones legislativas, para renovar la Asamblea Nacional francesa. Dado lo presidencialista del sistema, el inquilino del Elíseo puede gobernar con unas cámaras en contra, pero se pueden dar situaciones de bloqueo y cohabitación, como ya se vivieron en el pasado. Le Pen y Melenchon ven en esas legislativas la “tercera vuelta” de las presidenciales y aspiran a lograr un alto número de escaños. Nuevamente el sistema electoral francés, con distritos uninominales a segunda vuelta, puede hacer que el parlamento no represente el sentir general del voto, pero los antisistema están ahí, y su fortaleza crece. Podemos respirar hoy aliviados, cierto, pero nada de campanas al vuelo.
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