jueves, abril 07, 2022

¿Hasta dónde estamos dispuesto a sacrificarnos por Ucrania?

A los pocos días de que empezase la guerra de Ucrania hizo Josep Borrell unas declaraciones que, injustamente, fueron ridiculizadas por no pocos. En ellas pedía que los europeos bajásemos el termostato de la calefacción varios grados para reducir el consumo de hidrocarburos provenientes de Rusia, la principal arma con la que atenaza a Europa. Las críticas iban desde la demagogia de los que, desde sus chalets, cuidan su estado progresista pensando en los que no tiene calefacción hasta los que consideraba que era una mera ridiculez sin efecto alguno. Borrell no ha insistido en este argumento y, creo, debiera hacerlo una y otra vez.

Tras más de cuarenta días de guerra, masacres y desastres, está claro que Putin podrá replegar sus tropas en algunos lados, pero no tiene intenciones de que la ofensiva acabe hasta que conquiste zonas de su interés y, sobre todo, convierta a Ucrania en un país arrasado y no viable. Para financiar su esfuerzo bélico Putin necesita ingresos, y el principal es el que obtiene por la venta de gas y petróleo, y su primer mercado de exportación es Europa occidental, así de sencillo. Parece bastante obvio que no queremos sacrificar vida alguna de nuestros nacionales en un conflicto global con Rusia, tanto por el miedo que da que la guerra se descontrole como por el infinito valor que le damos a la vida occidental frente a cualquier riesgo, así que empieza a ser hora de preguntarse si nuestras sociedades, si nosotros, estamos dispuestos a sacrificar niveles de vida y comodidad para ganar esta guerra o no. Si vamos a recortar el uso de ciertos productos y servicios, haciendo daño a la maquinaria financiera del Kremlin, o no vamos a cambiar nuestras costumbres y, con ello, dejar ese frente económico libre de riesgos para el poder maligno que ejecuta la guerra. Cierto es que algunos de esos sacrificios nos vendrán impuestos, vía subida de precios. Si su salario no sube y lo que compra y consume se encarece no tiene más que dos opciones; o se endeuda (ni se le ocurra) o reduce gastos. Hay gastos y precios que son más difíciles de controlar y de recortar, pero no todos inciden en el presupuesto del Kremlin. Si usted reduce la compra de alimentos o deja de irse de vacaciones perjudicará a su nivel de vida, y generará un efecto de redistribución de rentas en la economía nacional, pero a Putin le dará más o menos igual. Es en el tema de la energía donde las cosas son relevantes para el sátrapa ruso, y ahí es donde, si tomamos decisiones, le puede costar carao y hacer daño. Es difícil precisar la cifra, depende del cambio del euro y de la climatología, pero hágase una idea de que, diariamente, los países de la UE pagamos a Rusia unos 800 millones de euros en concepto de gas y petróleo. Evidentemente esa es la principal fuente de financiación no sólo de la guerra, sino de todo el presupuesto de esa nación. Cada paso que nuestras naciones dan en pos de la autosuficiencia energética es uno dado en el desenganche de la influencia rusa, y eso se puede hacer vía renovables o diversificación de las fuentes de las que importamos. Todos esos pasos son necesarios, pero cuestan dinero y llevan tiempo, y algunos de ellos son mucho más sencillos que otros. Es posible alimentar con electricidad proveniente de energías renovables a un futuro parque de vehículos eléctricos urbanos, pero no es tan obvio ese cambio de fuentes de energía en el horno de gas que utilizan, por ejemplo, las empresas cerámicas para cocer azulejos, o en el queroseno que emplean los aviones para volar. Hay que ser ambiciosos y realistas, saber qué se puede suplir a corto y medio plazo y que no, qué costes tiene esa transición y cómo afrontarlos con cabeza, pero eso, si se hace bien, es un asunto de política macroeconómica, de decisiones de gobiernos. Muchas de ellas nos vendrán impuestas y otras “motivadas” con subidas de impuestos y penalizaciones. No confíen en que se hagan con la cabeza, rigor e inteligencia debida.

Lo de los sacrificios viene por cuenta de cada uno. Si, como dijo Borrell, los europeos nos compramos un jersey más para ponérnoslo en casa y bajamos dos grados el termostato de la calefacción será una decisión que impactará directamente en la cuenta de ingresos del Kremlin. Ahora que el invierno se agota y los calores se aproximan, tenemos el aire acondicionado como herramienta para combatirlo, más necesaria en nuestras latitudes que en otras. Restringiendo su uso haremos caer la producción eléctrica necesaria para alimentarlos y, con ello, el consumo de gas necesario para completar la generación de energía necesaria. Pensémoslo seriamente. Si no estamos dispuestos si quiera a hacer sacrificios como estos, ¿cómo esperamos ganar una guerra? Mostremos con ello lo que realmente nos importa la tragedia ucraniana.

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