Lo anunció hace unos días, pero por precaución no se sabía exactamente cuándo. Ayer por la mañana Sánchez apareció en Kiev y, junto con la primera ministra de Dinamarca, se reunió con Zelensky para mostrarle en persona el apoyo del gobierno, al menos la parte mayoritaria, y la inmensa mayoría de la sociedad española, tampoco toda. Luego visitó Borodianka, una de las localidades del extrarradio de la capital que estuvo semanas bajo el dominio ruso, y pudo ver con sus propios ojos la devastación y atrocidades que las tropas de Putin han dejado a su paso. La tierra de nadie llena de cadáveres.
Lo más relevante de esta visita fue el anuncio de un nuevo envío de armamento español para el ejército ucraniano, doscientas toneladas de armamento, especialmente munición, pero también algunos vehículos, con lo que la aportación española a las tropas de Kiev empieza a ser relevante, dado el tamaño de nuestro país y ejército, realmente escaso. Zelensky agradeció este cargamento, aunque insistió, con toda la lógica desde su posición, que necesita material pesado para combatir a la maquinaria rusa y reiteró su solicitud de entrada a la UE, algunos de cuyos formalismos ya ha cursado, pese a lo cual la aspiración de ser miembro del club comunitario se ve aún como lejana. Recibió buenas palabras de los primeros ministros español y danesa, que poco más pueden hacer en este sentido. Mientras tenía lugar ese encuentro pudimos ver imágenes del Kremlin, donde un Putin rígido, agarrado a su mesa, seguí las indicaciones de los responsables de defensa sobre el asalto a Mariúpol y la planta de Azovstal. El caudillo ruso se mostró satisfecho con los avances que le estaban relatando e hizo dos anuncios. Uno, referido a la ciudad en su conjunto, considerándola como tomada, lo que es un éxito para sus tropas y así se venderá a la opinión pública del país, que ni pincha ni corta, pero come. El otro, referido a la acería, consistió en desestimar una operación de asalto, al suponer que eso iba a costar vidas y recursos rusos durante un tiempo prolongado. La orden es la de sellar el complejo, que nadie entre ni salga de allí, y que los defensores y civiles que se han guarecido en él vayan cayendo de inanición. En un remedo de las refriegas medievales, el castillo de Azovstal queda sitiado y sus ocupantes sometidos a un asedio, con el hambre como principal aliado de los asaltantes. Si los resistentes no quieren salir, ahí acabarán pereciendo, vino a ser el mensaje del frío sátrapa moscovita. La toma de Mariúpol, o lo que queda de ella tras ser arrasada por Rusia, permite a Putin cerrar el corredor terrestre que une Crimea con el Dombás, por lo que ha convertido al mar de Azov en un lago ruso en todas sus orillas. Ucrania pierde definitivamente el acceso a ese mar y puerto, por lo que ya sólo tiene la salida de Odesa para, si fuese capaz, comerciar vía marítima. Las tropas que han masacrado a la ciudad costera ahora están libres para asaltar nuevos objetivos y los recursos empleados en esa batalla se destinarán a otros frentes, probablemente reforzando el área del Dombás y localidades anexas, por lo que KIramatorsk o Dnipro pueden verse sometidas a nuevos asaltos en breve. Si la táctica rusa es la que parece su conquista del territorio va a ser un avance lento desde el este hacia la zona cercana al río Dniéper, que parte simbólicamente el país en dos. La resistencia de las tropas ucranianas sigue siendo heroica, pero es obvio que a medida que los rusos vayan consolidando posiciones en el oeste su fuerza de ataque seguirá siendo consistente y dura, frente a una resistencia ucraniana que seguirá debilitándose por el mero hecho de la perdida de efectivos y terreno. Pese a ello, el avance ruso sigue mostrando carencias enormes y fallos que resultan incompresibles, que sólo pueden achacarse a la desidia, ineptitud y, posiblemente, profunda corrupción de los mandos y estructuras de gobierno militar ruso, que no son capaces de realizar una ofensiva logísticamente soportada ni a escasas decenas de kilómetros de su propia frontera.
Ayer pudo verse ya un vídeo de los asaltantes rusos en las ruinas de Mariúpol que era, simplemente, desolador. Se trataba de una de las unidades de élite chechenas, bajo el mando de Kadirov, el líder de esa facción. Sujetos enormes, enfundados en ropaje militar. Muchos, posando en tono orgulloso y amenazante, con ruinas destrozadas de fondo de lo que hace poco era un convencional edificio de viviendas. Salvajes gritos de celebración de una victoria sobre las ruinas con proclamas de “Ala es grande” de fondo. Ese es el destino de las zonas ocupadas por Rusia, esa es la liberación que llega desde Moscú y que algunos, entre nosotros, siguen apoyando. Ese es el mal contra el que, en estos tiempos, nos ha tocado luchar, y al que debemos vencer.
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