Estamos a finales de abril. A pesar de los episodios tormentosos y de nevadas que estamos viviendo, el Sol calienta ya con ganas cuando asoma y domina la mayor parte de las horas del día astronómico. Quedan menos de dos meses para el verano y los fríos del invierno pasado empiezan a ser un recuerdo. Por ello, las necesidades de energía para calefacción están cayendo notablemente y el riesgo que suponen los cortes de suministro en ese ámbito se reducen a medida que el calor se acerca. Vamos camino de la época de bonanza en el año, los meses que no tienen “r” en el nombre y permiten la vida en el exterior.
Pese a ello, la amenaza de chantaje ruso con la energía sigue ahí, porque no podemos olvidar que el gas tiene usos mucho más allá que el de la calefacción. Hay empresas, sectores industriales y negocios que lo utilizan sin alternativa posible a corto medio plazo, por lo que un corte de suministro supondría un desastre de mayor o menor medida, contenido en los meses cálidos, pero intenso en todo caso. La decisión llevada a cabo ayer por el Kremlin de cortar el flujo de gas a Polonia y Bulgaria por negarse a pagar la factura en rublos es el primer “bombardeo” que Putin lanza sobre el núcleo de la economía europea, porque nadie es capaz de negar que, después de una decisión así, no vaya a haber otras similares. Estas dos naciones son de las que tienen dependencias altas del gas ruso, pero afortunadamente, sobre todo en el caso de Polonia, tienen sus reservas en niveles altos y eso les va a poder permitir ir tirando en los meses de verano, pero el invierno en centro Europa es muy riguroso y resulta evidente que ni uno de esos países puede afrontarlo sin un suministro regular de hidrocarburos. En los meses cálidos hacia los que vamos la UE tiene que empezar a pensar cómo gestionar el próximo invierno en el caso, nada disparatado, de que Rusia amplíe los cortes y decida, por ejemplo, que Alemania no recibe gas. La economía germana es tremendamente dependiente de ese bien, y pese a que hay algunos estudios que miden el impacto de un corte de suministro como el causante de una recesión leve, esos trabajos me suenan a aquellos que decían que la pandemia tendría efectos breves y transitorios en la economía global. Con las cosas de comer no se juega, y Alemania, que en más o menos un 30% de su mix energético es dependiente del gas ruso se puede ver abocada a un desastre en caso de corte de suministro. Y recordemos que eso también impactaría directamente en la producción de las industrias germanas, donde el gas no puede ser reemplazado como materia prima de una manera tan sencilla. Por eso, y no por otra cosa, el gobierno de Berlín actúa a remolque de las decisiones que se toman en Bruselas sobre las sanciones a Rusia, especialmente las energéticas. Décadas de inversiones mutuas entre Berlín y Moscú, con la decisiva influencia de altos cargos políticos alemanes captados por los gigantes rusos, han convertido a la economía alemana en una “yonki” de la energía moscovita. A priori la decisión parecía tener su lógica. La fuente de abastecimiento está cerca, hay amplias relaciones entre los gobiernos, y la interdependencia económica hace que esas relaciones se mantengan dentro de unos cauces controlados, porque a nadie le viene bien hacerse daño. Durante años y años el sistema productivo y residencial alemán e ha ido acomodando a un suministro de energía fiable, barato y cómodo basado en el gas ruso, en una decisión que ahora puede verse como suicida, pero que pocos criticaban en el pasado. El mero hecho de que Moscú decida que, pasado el verano, baja la presión del gaseoducto que abastece a Alemania, o proponga cortarlo algunos días, supone una pesadilla absoluta para el gobierno de Berlín, porque Scholtz y el resto de los mandatarios locales saben que su cargo duraría pocos días en una situación como esa, con la población e industria del país soliviantada por restricciones y frío.
La situación es seria, muy seria, y no veo que desde las autoridades de la UE, no digamos desde las de nuestro desgobierno, se esté actuando de manera preventiva. Ni existen planes serios de ahorro energético ni procesos de abastecimiento extraordinario que permitan rellenar las reservas a su máximo posible antes de que lleguen los fríos ni nada de nada. Si a Putin no le importan la vida de sus soldados, que caen en abundancia en el frente ucraniano, menos le importamos los acomodados europeos. Tengo la sensación de que el invierno que viene puede ser muy cuesta arriba y no veo una previsión al respecto por parte de nadie. Por si acaso, compre jerséis en abundancia para llevar unos cuantos puestos encima, en casa y en todas partes, para cuando vuelvan los meses que tienen “r”
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