Las encuestas francesas han acertado el nombre del ganador y de su rival en la que será, dentro de dos semanas, la segunda vuelta de la elección presidencial, pero no han atinado bien en la abstención, elevada, pero menor que la predicha, ni en la distancia alcanzada entre el primer y segundo candidatos. Se preveía un resultado muy ajustado ente Macron y Le Pen, y finalmente él le ha ganado a ella por unos cuatro puntos, lo que es una holgura mayor de la que obtuvo en la primera vuelta de hace cinco años. Eso, en principio, sería un síntoma de tranquilidad respecto a la segunda vuelta, pero no, no es el caso.
Si uno mira los resultados descubre, con preocupación, que Le Pen, con el 23,41% de los votos, Melenchon, extrema izquierda, con el 21,95% y Zemmour, aún más extrema derecha, con el 7,2% suponen más de la mitad de los votos emitidos ayer en la rica, desarrollada y culta Francia. Más de la mitad de los electores votaron por propuestas populistas que se basan en ideologías extremistas, de confrontación, de lucha, de enfrentamiento, de odio. Ideologías que no sólo no tienen ni ideas ni criterios para solucionar los problemas económicos y sociales de los franceses, sino que, de llegar al poder, supondrían la creación de nuevos y fabulosos problemas. Frente a estas opciones, el voto moderado, encabezado por Macron, se queda por debajo de esa mitad de sufragios, por lo que el miedo a una asociación de radicales en la segunda vuelta resulta obvio y justificado. Podría pensar el lector que no hay porque asustarse, dado que el votante de Melenchon, algo así como el Podemos de Francia, no va a respaldar a la ultra Le Pen, pero es obvio que, en gran parte, el resultado electoral de dentro de dos semanas va a depender de lo que decida ese grupo de votantes, entre los que habrá desencantados que no acudan a las urnas ante el rechazo que les puedan dar ambos candidatos y otros que votarán más a uno que a otra, se supone, pero de cómo se produzca el reparto entre estos tres grupos determinará lo que acabe pasando. Zemmour ya ha indicado que sus votantes deben agruparse en torno a Le Pen, por lo que la extrema derecha actuará unida, y el resto de partidos no populistas han dado instrucciones para que se vote a Macron, lo que sucede es que ese resto de partidos ha quedado convertido en un grupo más pequeño que la agrupación de mariachis que suele rondar las sedes de los partidos derrotados en España. El republicanismo gaullista, el clásico, el que llevó a Chirac o Sarkozy al poder, ha sacado un cutre 4,8%, y sui candidata Valérie Pécresse, que en algún momento llegó a despuntar en las encuestas, ha rubricado el final de esta formación histórica. Si la derecha clásica quiere buscar algún consuelo a su cruel derrota puede hacerlo mirando a los socialistas que, en la práctica, han dejado de existir. Con Ane Hidalgo al frente, los correligionarios de Sánchez han sacado el 1,7% de los votos, una cifra aún menos que el ridículo 2% que les otorgaban las encuestas. Ambas formaciones, que hasta la llega de Macron se han repartido el poder en Francia durante décadas, han quedado por debajo del 5% y, según he leído por ahí, eso hace que no puedan recibir subvenciones que les cubran los costes de la campaña, por lo que, además de irrelevantes, esos partidos deben estar al borde de la quiebra. Lo lógico sería que se juntasen en un local, no muy grande, y firmaran su disolución, quizás con vistas a refundarse en un futuro, pero con el presente convertido en la nada. La política tradicional francesa ha muerto y sólo Macron, cabeza de un movimiento personalista y sin demasiado arraigo local, es el dique de contención del populismo que, al otro lado de los pirineos, comanda la dinámica electoral. Comparado con esto la política española resulta hasta optimista, dado que aquí los populismos, aunque en alza, todavía no han llegado a esas cotas de votos y poder.
De cara a la segunda vuelta Macron va a tener que hacer una campaña muy intensa, y tratar de recoger voto de esa extrema izquierda para que, con pinzas en la nariz, le vote. Le Pen, que se ha visto favorecida por la presencia del radical Zemmour para poder exhibir un aire menos extremista, vuelve a ser la cabeza visible de todo el radicalismo de derechas, y eso beneficia, a priori, una campaña macroniana de unidad nacional contra el frente populista, pero la verdad es que, hasta que la noche del domingo 24 se acabe no podremos saber si tendremos cinco años más de continuidad en Francia o un terremoto se abatirá sobre el corazón de Europa. Por si acaso, Putin tiene enfriada una botella de vodka para brindar por si su candidata acaba ganando. Y no lo olviden, puede suceder.
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