Seguro que más de uno, disfrutando de las vacaciones de Semana Santa a las que me refería ayer, se ha acordado de la madre y del resto de la parentela de los diversos negocios y establecimientos a los que ha acudido a comer o comprar lo que sea. Habrá visto la subida de precios que todos ellos, en mayor o menor cuantía, han experimentado, y lo habrá comparado con su nómina, probablemente estancada, o en el mejor de los casos mucho menos creciente, y se habrá puesto a despotricar contra todo, desde el gobierno hasta el último mono que pasaba por ahí, mientras paladeaba esa refrescante cerveza bajo el cuasi veraniego sol de abril.
Hay una solución para sus males económicos que le proporciona relajo y satisfacción sin límite. Hágase comisionista. Sólo tiene que encontrar un negocio propicio, perder todo tipo de vergüenza propia y estar dispuesto a robar hasta el último de los céntimos posibles a cambio de que su presencia en ese sector sea necesaria. Piense, por ejemplo, en la época de la histeria por las compras pandémicas, cuando no había de nada y la gente moría como chinches. Si era capaz de suministrar un par de mascarillas a cualquier institución pública se iba a hacer de oro, sin importarle nada más. Incluso al revés, cuanta más gente muriera al día más podría cobrarle al organismo de turno. ¿ética? ¿conmiseración? Bah, paparruchas, eso no entra en las cuentas del comisionista, que sólo ve euros en elevadas cifras. Luego, con lo recaudado, se puede usted comprar coches de lujo a docenas, aunque no le sirvan de nada, o trajes y veleros lo más elegantes posibles, para que desde ciertas portadas de revistas le sigan adulando como desde antaño, pensando que usted es alguien relevante. Y el saldo de su cuenta corriente, la opaca, no la pública, le indicará que, en efecto, relevante lo es. Como picos como los pandémicos son esporádicos, lo más rentable es introducirse en un negocio en el que la comisión y la delincuencia estén plenamente asentados, y pocos más que en eso de pegar patadas a un balón, donde quien no estafa roba. Se inventa la posibilidad de jugar unos partidos, o lo que sea que hagan los sujetos que se dedican a pegar patadas y a insultar a los demás en el césped, en el lugar más exótico y alejado posible, donde todo sea extremadamente caro, y a ser posible regido por una dictadura forrada para la que soltar unos millones sea como dejar unos céntimos de propina para nosotros en un restaurante, y se encarga de que tanto los organismos oficiales, especialmente sus dirigentes, como usted, sean los principales beneficiarios de los millones que el dictador de turno ha puesto a cambio de que los que más patadas e insultos pegan vayan a ese país a hacer lo que saben. Se inventa tres tonterías sobre derechos de la mujer y otras zarandajas varias que quedan muy bien en los suplementos de los periódicos para darle un aire respetable a su invento y nada, a forrarse tocan. Algunos les dirán que todo es absurdo, que no tiene sentido que algo, revestido de presunta competición nacional, se juegue a miles de kilómetros del país de origen y lejos de las (muy engañadas) aficiones de los equipos de patadones que juegan, pero nada, dedique una ridícula cantidad de los millones que se ha llevado por la cara a comprar a algunos periodistas y expertos en márketing para vistan el tinglado como “sostenible”, “igualitario” y “verde” , repitiendo esos adjetivos o similares más o menos cada diez palabras en los párrafos que le fabriquen, y así todos contentos, especialmente usted y sus socios, que son los únicos que importan. Y que los de las patadas e insultos hagan lo que saben y que el resto, bien engañados, aplaudan, que para eso están.
Puede ser, no es seguro, pero a veces pasa, que salgan a la luz informaciones que le involucren, que demuestren que todo es una farsa organizada por usted y otro par de personajes, todos ellos con cargo, y que se vea que, obviamente, el único objetivo era forrarse y robar a todos los demás. En ese caso no se asuste, mire los millones que ha ganado. Se los merece, es usted mucho más listo que todos esos pringados que llegan con problemas a fin de mes, esa escoria molesta que no intermedia ni cobra comisiones. Nada, no se corte. Salga indignado y haga declaraciones diciendo que todo es correcto, que nada está mal, y de fondo, ponga esa cara de chulo en la que se lee el desprecio que le producimos los ciudadanos honrados y pobres. Y sí, incluso logrará cosechar aplausos.
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