Tiene su relativa gracia ver películas y series de mafiosos, aunque no sea mi género predilecto. Uno de sus problemas es que encumbran a sujetos carentes de escrúpulos y de un sentido extremo del utilitarismo, en el que lo moral estorba. A veces parecen caricaturas, pero la realidad viene a mostrar que los guionistas de esas producciones no se atreven a hacer lo que sí ejecutan los mafiosos de la vida real. Si hay que deshacerse de uno de los nuestros, o que al menos antaño lo fue, se le elimina, sin piedad ni disimulo. Y si ese unos son muchos, no hay problema, siempre hay espacio en las morgues. Se fabrican nuevas si hace falta.
Probablemente a usted no le sonase de nada el nombre de Ravil Maganov, que ayer saltó a la fama en los medios, precisamente mediante un salto. Era el presidente de Lukoil, la mayor petrolera privada rusa, aunque “empresa privada en Rusia” es, en sí mismo, una expresión bastante falsa. Maganov estaba ingresado en una clínica de lujo en Moscú y estaba siendo tratado de una enfermedad cuando, ayer, de repente, se precipitó por la ventana del sexto piso del edificio y murió al estrellarse contra el suelo. Así, de golpe. Uno de los problemas que tiene el lenguaje escrito es lo complicado que resulta transmitir la ironía que, al hablar, se gestiona perfectamente con flexiones del tono de voz y del movimiento de los brazos y manos. Hacerlo por escrito requiere un montón de caracteres, como esos entrecomillados de antes, y acaban saturando. Y es que, muy probablemente, Maganov ni estaba ingresado ni estaba enfermo ni estaba siendo tratado. Incluso eso que se denomina clínica puede que no lo sea, al menos del todo. Lukoil, es decir Maganov, fue una de las pocas grandes empresas rusas que lamentó el inicio de la guerra en Ucrania y deseó que fuera lo más corta posible. Se salió del discurso oficial del régimen, y eso tiene sus inconvenientes. Probablemente quien decidió que Maganov presidiera Lukoil es quien se cansó de él y determinó que podía ser eliminado, y unos sicarios actuaron ayer en la clínica, proporcionando una versión de la eutanasia muy rusa. No es Maganov el último oligarca que muere en extrañas circunstancias, expresión que se usa para no decir asesinato cuando no están claras las pruebas del mismo. Ya van cinco o seis los que han tenido accidentes de todo tipo, aunque es verdad que lo de caerse desde una ventana de un piso alto abunda entre ellos. No tienen pinta de adolescentes británicos, aunque seguramente beban como ellos, por lo que a priori descartaría el balconing como causa de los incidentes. La verdad es que esto que sucede en Rusia no deja de ser la continuación de una arraigada tradición local, que se da allí y en todas las naciones en las que la mafia se hace con el poder y controla todos los tentáculos, pero es cierto que Rusia es una de los países en los que sus dirigentes más y mejor han empleado las políticas del terror a la hora de gestionar bienes y propiedades. En definitiva, son profesionales. Putin y su camarilla se han hecho con el control de todos los recursos del estado y de las grandes corporaciones, y las entregan a arrendadores como manera de comprar sus voluntades, a sabiendas de que quien se meta en este juego puede hacer dinero y fortuna como nunca hubiera soñado, dejando la vida en manos de quien le ha otorgado las prebendas, eso sí. Si en algún momento el agraciado empieza a pensar por sí mismo, se muestra discrepante o dice algo que no debe, no tardará mucho en recibir la visita de los emisarios de quien realmente manda, recomendándole que cambie de opinión. No se cuántas oportunidades otorgarán este grupo de salvajes a sus súbditos para reciclarse y volver al redil. Quizás pocas, espero que al menos una. Si la cosa no discurre como es debido, siempre habrá enfermedades, clínicas, ventanas, venenos o lo que sea a mano. Por liquidar que no sea.
Ayer pudimos ver a Putin, el jefe de todos los capos, en una escena digna de la mejor producción de Hollywood, presentando sus respetos brevemente ante el féretro de Gorbachov. Escena sobria, seca, sin palabras, casi sin color, en la que uno se imagina como el leviatán que sostiene unas hipócritas flores se relame de gusto ante el cadáver de quien trato de reformar el estado totalitario que recibió de herencia y acabó siendo expulsado del poder, dejando vía libre a que mafiosos como Putin se hicieran con él. Con semejantes sujetos estamos tratando en esta Europa en guerra, chantajeada hasta el extremo. No dudarán en buscar cual es la ventana más adecuada por la que arrojarnos.
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