Lo del asteroide es uno de los recursos más clásicos en las películas de ciencia ficción y, en general, permite adoptar tonos variados en la historia, que suelen ir desde lo espectacular aderezado con los rasgos que se impusieron en las películas de catástrofes de los años setenta a lo onírico, como ejercicio final de reflexión del destino vital y el absurdo del mundo. En la realidad los asteroides existen, diariamente impactamos con ellos, con los que poseen el tamaño de motas de polvo y poco más, y generan estrellas fugaces. De ahí en adelante el peligro es una mera cuestión de tamaño. Y a partir de unos cien metros de diámetro los riesgos son graves.
Por eso, el objetivo de la misión de la NASA que ha tenido lugar esta noche es tan interesante y, si me permiten el adjetivo, peliculero. DART, que es el acrónimo inglés que da nombre a la misión, es un experimento que trata de ver qué opciones tenemos de modificar la órbita de un objeto que sigue una trayectoria conocida y que, si se acercase a nuestro mundo, sería peligroso. Los científicos de la NASA intentaron buscar en el espacio los objetos más adecuados para ello, y los encontraron en un par de asteroides que orbitan uno en torno a otro en un sistema. Dimorfo, el asteroide pequeño, gira entorno a Didimo, el grande. La idea del experimento se parece a una partida de billar. Se estrella algo contra Domorfo que le cause una pérdida de velocidad y se estudia cómo la órbita del satélite se ve afectada. La teoría dice que, a menor velocidad, la órbita decaerá, es decir, Dimorfo se aproximará a Didimo, y lo que mida esa aproximación será el efecto del impacto. Para ello la sonda DART tenía dos componentes básicamente. Uno de ellos la propia sonda, con el peso relevante y unas cámaras y medidores que lograban mantener su posición y apuntar hacia Dimorfo, permitiéndonos ver cómo ese asteroide se iba convirtiendo, desde un píxel anodino en la pantalla a un objeto rugoso y enorme que lo llena todo. El experimento supone, claro, la destrucción absoluta de la sonda, por lo que llevaba una pequeña sonda acoplada que se suelta antes del impacto, y que será la responsable de medir el efecto del golpe. Respecto a las dimensiones, y aunque estamos hablando de objetos estelarmente pequeños, la cosa es interesante. Dimorfo tiene algo más de cien metros de diámetro, de forma irregular, y se le ha comparado en volumen con el Coliseo romano, o con uno de esos grandes estadios en los que se pegan patadas a un balón, si ustedes quieren. Didimos, el asteroide grande, es una roca de dimensiones montañosas, de unos setecientos metros de diámetro, también con forma no muy redondeada. Frente a ellos DART es una sonda del tamaño de un coche pequeñito, con apenas unos pocos cientos de kilos de peso. No se conoce en detalle la composición de los dos asteroides, pero se estima en miles, millones de toneladas, sus pesos, por lo que el impacto de DART contra el más pequeños, obviamente, no podría destruirlo ni nada por el estilo. Será la elevada velocidad de la sonda al impactar, algunas decenas de miles de kilómetros por hora, lo que le haya otorgado un gran momento y, por ello, efectividad. En el fondo se trata de una inmensa partida de billar cósmico en el que, el primer y gran éxito, es el de haber conseguido llegar hasta ese par de asteroides, en medio de la nada, y acertar en el golpe al que queríamos y en la forma deseada. Eso ya es en sí mismo un logro de enormes dimensiones. A partir de ahora, conseguido el objetivo principal, queda por ver si la misión ha sido exitosa, y se estima que así sería si se consigue alterar la órbita de Dimorfos en sólo un 1%. Parece una ridiculez, pero sería más que suficiente para, en caso de estar ante un riesgo de colisión real, salvarnos. Pese a lo que aparece en las películas, la mejor opción posible ante algo similar no es destruir el objeto que se aproxima, algo casi imposible, sino desviarlo lo suficiente y con la antelación debida para que pase de largo. Y porcentajes muy bajos de desvío pueden bastar para ello.
Sobre los posibles efectos de impactos de cuerpos similares en nuestro planeta, para que se hagan una idea. Un Dimorfos estrellado sobre nosotros volatilizaría una extensión similar a la de la Comunidad de Madrid o el País Vasco, y generaría un cráter de unos dos kilómetros de diámetro. Didimo sería ya, con menos de un kilómetro, un objeto capaz de causar una destrucción decenas de miles de kilómetros cuadrados y alteraciones en el clima global lo suficientemente significativas para considerarlo cataclismo. Los objetos de este tamaño que nos rodean están controlados, pero muchos más pequeños no, y pueden aparecer otros no catalogados que nos sorprendan. Y sí, DART puede ser mucho más útil que Bruce Willis en caso de problemas serios, aunque reconozco que, quizás, no tan molón.
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