Cada revés que el ejército ruso sufre en su guerra en Ucrania, cada ridículo que muestra en sus acciones la tropa y mando rusa, supone un varapalo a la imagen de Rusia como gran potencia militar y a las ínfulas de su dictador, Putin, cuyo prestigio y poder se basa en algo tan antiguo como el ejercicio del miedo. El miedo es un gran aglutinador y fuerza para que el poder siga en manos de quien lo ejerce. Dicen los más mal pensados que es realmente la gran herramienta de control, lo que los dictadores de verdad, y los que mandan y desearían serlo, sueñan con tener para someter definitivamente. Funciona en las mafias, también en los palacios presidenciales.
Si ese miedo se desvanece, o se ve que no es tanto como parecía, el poder que en él se soporta corre el riesgo de derrumbarse como la torre de Barath-Dur cuando se funde el anillo único. Y como enseñó la novela de Tolkien, y la cruda realidad, no es nada fácil destruir el anillo. Ahora mismo Rusia está en una posición delicada, la más delicada desde que Putin decidió comenzar esta guerra, y es que transcurridos más de doscientos días de conflicto Ucrania sigue sin ser sometida y nada hace pensar que lo vaya a ser a corto plazo. La ineptitud de la ofensiva rusa, el desastroso estado de muchas de sus armas y el comportamiento desnortado de una tropa reclutada a la fuerza sin que sepa ni para qué lucha ni por qué está allí es una muestra de que el temible ejército ruso es, en parte, una estafa, otro de esos estamentos de aquella nación podridos por la corrupción y la ineptitud más absoluta. Frente a un enemigo que, se supone, era mucho más débil. Sólo hemos visto ejercicios de matonismo, masacre a civiles indefensos y arrasamiento de ciudades por parte de las fuerzas rusas. El número de bajas propias entre las filas rusas, que se estima ya en varias decenas de miles, dice mucho de su absoluto fracaso operativo y la necedad con la que están siendo conducidos. ¿Quiere decir esto que Rusia va a perder esta guerra? Ojalá, pero no lancemos las campanas al vuelo. Seguramente nadie esperaba que, empezadas las hostilidades en febrero, hoy estaríamos donde estamos, empezando porque muchos no esperábamos que, finalmente, las hostilidades empezasen. En el maldito juego en el que se ha metido Putin ha subido mucho la apuesta, y sólo le veo dos alternativas. O obtiene algo que puede vender entre los suyos como victoria, algo muy distinto a lo que ha conseguido hasta ahora, o la derrota se lo lleva por delante, y eso en un estado mafioso como el ruso significa que acaba muerto. En este escenario de todo o nada es obvio que los riesgos crecen para todos, y a medida que Putin se vea más acorralado más tentado estará de utilizar todo tipo de instrumentos de los que nadie quiere acordarse, pero todos estamos pensando. Si el poder de la disuasión militar no funciona porque el ejército ruso es una patraña la tentación de recurrir al poder disuasorio “no convencional” crece muchísimo, y eso nos pone ante un escenario de enorme riesgo. En el fondo de esta guerra y de la implicación relativa, pero no directa, de las potencias occidentales, existe el miedo colectivo a que una guerra total contra Rusia supone el uso armamento nuclear por parte de Moscú como elemento defensivo, y eso es el final del mundo conocido. A medida que la guerra convencional derive en un posible problema interno para el Kremlin, con una oposición interna al curso de los acontecimientos, la rabia de Putin crecerá, al igual que su miedo, y la posibilidad de que se tomen decisiones aún más irresponsables aumentan. Todas las fieras acorraladas son muy peligrosas. De momento nadie sabe cómo va a responder Rusia a los avances ucranianos, ni siquiera si está en disposición de hacerlo con las tropas y materiales con las que aún cuenta en el territorio ocupado. La incertidumbre es total.
Una derivada muy interesante, y peligrosa, de todo esto es que Rusia es el garante de la estabilidad de varias regiones, como por ejemplo el Cáucaso, gracias al recurrente uso de su potencia militar. La debilidad de Moscú ha sido vista por muchos, y los azerbayanos (cuentan con respaldo turco) son los primeros que han movido ficha, reanudando los ataques contra Armenia, respaldada por Moscú, que ahora mismo está “un poco liado” con el tema ucraniano y no le veo en condiciones de prestarle mucho apoyo militar. Si el miedo que Rusia ejerce en esa y otras zonas se desvanece porque la tropa rusa fracasa en Ucrania veremos muchos levantamientos en exrepúblicas soviéticas. Ojo a lo que puede acabar pasando ahí.
Cojo dos días de vacaciones para una excursión exterior. La próxima entrada del blog debiera ser el miércoles 21 de septiembre. Cuídense.
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