Comenzar una guerra es abrir una caja de bombones venenosos en la que no sabes cuál te va a tocar, parodiando a Forrest Gump. Los planes iniciales se contrastan con la realidad, en la que el terreno, los errores propios y el enemigo determinan lo que va a suceder. Si Putin pretendía que su operación de asalto a Ucrania fuese un ejercicio relámpago y que descabezara el régimen en horas, a lo sumo días, transcurridos doscientos días de guerra las cosas no es que hace tiempo que se salieron de ese guion, sino que simplemente están mostrando la incapacidad del ejército ruso para desarrollar una operación ofensiva clásica, a la antigua. Es asombroso.
La jugada que han realizado las tropas ucranianas y que ha supuesto el desmoronamiento del frente ruso en Jarkov es digna de estudio en las escuelas de estrategia. Una operación en la que se ha incluido el engaño y se ha contado con muy buen apoyo de inteligencia externa, norteamericana, un fenomenal desempeño de las fuerzas propias y la necedad de los oponentes. Desde hace algunas semanas Zelensky y su equipo de líderes militares empezaron a calentar la idea de una contraofensiva ucraniana para tratar de recuperar territorios, en un frente que llevaba semanas estancado. Todas las miradas se pusieron en el flanco sur, en Jersón, ciudad tomada por los rusos al poco de comenzar la guerra e importante cabeza de puente, que garantiza la comunicación de Crimea con el territorio ucraniano y abre el paso, hacia el norte, a Zaporiya, al este a Mariúpol y al oeste a Odesa. Se empezaron a situar unidades ucranianas en la zona y a realizar ataques, pero resulta que todo era una maniobra de distracción. El objetivo real de la contraofensiva ucraniana era el frente de Jarkov, la segunda ciudad en tamaño del país, sita en el noreste, cerca de la frontera rusa. Allí es donde, tras las escaramuzas de algunos días en Jersón, descargaron su fuerza principal las tropas de Kiev. Y oh, sorpresa, el frente ruso era poco más que unas líneas de control desabastecidas y desmoralizadas. El empuje ucraniano cogió por sorpresas a los rusos que allí estaban y, sin apoyo propio, optaron por la desbandada, dejando localidades a la carrera y abandonando munición y vehículos. Los combates eran escasos, y las tropas ucranianas empezaron a ver que su movimiento se parecía cada vez más a la blitzkrieg alemana, un avance rápido, contundente, en el que la oposición cae por mero aplastamiento e incapacidad de respuesta. Cientos y cientos, miles de kilómetros cuadrados de territorio ucraniano, que fueron tomados por el ejército de Putin con mucho dolor y lentitud eran recuperados por Kiev en poco más de un par de días, en medio del asombro de todos, empezando por el de los propios ucranianos. Llegó un momento, de hecho, en el que el avance se ralentizó porque había sido de tal velocidad en las jornadas anteriores que la cadena logística que lo soporta, eso que es tan decisivo y tanto desprecian los rusos, ya no era capaz de sostener a las tropas. Así mismo, la velocidad y superficie alanzada es tal que el dominio ucraniano sobre el terreno resulta frágil, porque apenas hay densidad de tropas suficientes como para mantener el control nominal de las posiciones principales. La desbandad rusa ha mostrado descoordinación, falta de moral, errores en el mando y una situación, en general, de descomposición impropia de un ejército de tal nombre. No está nada claro cómo se ha podido producir algo así, pero lo cierto es que Ucrania ha dado en estos días el más efectivo y sonoro de sus golpes en el tablero militar desde que comenzó la invasión, y aunque sea un sentimiento más movido por la ilusión que las certezas, lo cierto es que ha pasado a liderar los movimientos y a dar la sensación de que la inexorable derrota de las tropas ucranianas no es el obligado destino de esta guerra, que la pueden llegar a ganar. En estos últimos días el escenario en los frentes ha cambiado más de lo que lo ha hecho en todo el verano.
El ejército ruso apenas ha mostrado una respuesta militar, más allá del envío de misiles sobre Jarkov y el intento de dañar infraestructuras civiles básicas, como la central térmica que abastece de electricidad a la ciudad. Sus portavoces hablan de un “repliegue estratégico” que es una forma políticamente correcta de reconocer una huida en toda regla. La sensación de derrota se ha instalado en parte de las fuerzas rusas y en algunos de sus aliados sobre el terreno, como es el caso de Kadirov, líder de las fuerzas chechenas que trabajan como sangrientos matones del Kremlin. Ucrania lidera ahora mismo el “momentum” de la guerra.
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