El sábado es 1 de octubre. Hace no muchos años un político xenófobo y sedicioso organizó una consulta trampa en una región española para validar su idea totalitaria de, en este caso, la secesión de una parte del país y la superioridad de los suyos frente a los demás. Lo de siempre. Urnas falsas, censos fantasma, acólitos votando, teatro, victimismo, mentiras por doquier y desgarro. La cosa, afortunadamente, no fue mucho más allá porque los organizadores de semejante bobada no tenían los medos militares que hubieran deseado para llevarla hasta sus últimas consecuencias. Sí contaron con apoyo financiero ruso. Lo suyo se quedó en payasada, peligrosa, pero payasada.
Con Putin las cosas son distintas. El mismo componente xenófobo anida en su mente y las de quienes le rodean, en este caso sustituyen el objeto supremacista por el que ellos representan, da lo mismo. Pero poseen armamento, mucho, y no se cortan en usarlo. Tras varios meses de invasión militar, con parte del este de Ucrania ocupado, miles de civiles asesinados o deportados y la destrucción de regiones enteras como principal fruto visible de la ocupación, durante estos días el gobierno ruso ha organizado unas patrañas de consultas que son ridículas para cualquiera que tenga dos dedos de frente, pero que serán celebradas por los sediciosos locales que entre nosotros existen, que repiten una y mil veces que democracia es votar. Como en Rusia, la URSS y lo que fue su imperio los ciudadanos no han podido votar libremente nunca, los resultados de las consultas se pueden conocer bastante antes de que se produzcan, eliminando parte del interés que tienen las noches electorales. Allí los demoscópicos no tienen trabajo porque, perfección soñada por el Tezanos de turno, sale lo que el gobierno decide que debe salir, y nada de usar porcentajes que den la idea de que existe una cierta oposición. No. La voluntad popular es clara, firme, se debe oír como una sola voz, y no se permiten escrutinios que arrojen porcentajes de aprobación inferiores al 95%. En los tristes teatros que se están desarrollando estos días en la arruinada Ucrania ocupada vemos guarismos que se acercan al 97 o 98%, qué maravilla, pensará el sedicioso huido en Waterloo, el maestro Putin sí que sabe amañar unos comicios, qué profesionalidad. Seguro que el líder supremo emérito de Podemos, desde su dacha de Galapagar también contempla con admiración semejantes resultados, recodándole los amados tiempos de su añorada URSS, donde la unanimidad era plena y el líder no era discutido. Él, que soñaba con ser así, vio su esperanza frustrada por la decadente libertad de opinión burguesa, qué horror, imagino, dirá una y otra vez. Sentimientos parecidos albergará el líder del Voxero partido, que también sueña con un régimen, uno sólo, grande y libre, en el que la libertad es lo que él determina y nadie se sale del regimiento cuartelero en el que rige su pensamiento. En fin, que no faltarán en nuestro entorno y en el de otras naciones iluminados que contemplen con admiración como Putin, al que tanto deben en muchos sentidos, ha orquestado la anexión de los territorios invadidos a sangre y fuego. A la mayoría nos parece aterrador todo lo que está sucediendo en Ucrania desde hace meses y cada paso que da el régimen de Moscú lo contemplamos como una nueva vuelta de tuerca en su política de exterminio, degradando sin cesar no sólo lo que es el uso del poder, sino el mero hecho de la existencia. El mal que se desprende de la camarilla mafiosa que controla el Kremlin no parece tener fin y no hay día en el que no exhiba una nueva muestra de su retorcida comprensión de la realidad. Y esas urnas con votos son lo que son, el horror orquestado en forma de trampantojo democrático.
Ahora no queda mucho para que, con sus amañados resultados en la mano, Putin proclame que esos territorios, por voluntad popular de sus habitantes, son parte de la madre Rusia y, por tanto, ya no pertenecen a Ucrania. Y que un ataque militar dirigido por Kiev contra ellos es un ataque a suelo ruso, lo que le da la excusa para responder con más fiereza. En esos territorios, antaño zonas mineras e industriales pujantes, ahora montañas de escombros y fosas comunes, ya sólo reina el miedo, y los que en ellos residen malviven de una manera que no hubieran sido capaces de imaginar apenas hace siete meses, cuando comenzó la invasión. El horror en forma de urna, la democracia vejada como excusa, el totalitarismo indiscutido. Y tantos tontos útiles con envidia.
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