Es la monarquía británica la única del mundo, si no me equivoco, en la que el Rey se corona como tal, poniéndole encima el símbolo de la realeza y otorgándole todo tipo de atributos que le designan como el elegido. Ni la japonesa, la única que le puede competir en tradición histórica, realiza una ceremonia con ese ritual. El resto de monarquías se proclaman. El heredero es investido Rey al fallecer su antecesor, y todo se realiza en los momentos o días más contiguos al de la muerte del anterior Rey. Carlos III ya era rey a los minutos del fallecimiento de Isabel II. La ceremonia de este sábado, por tanto, no tiene relevancia legal o constitucional.
Si la tiene en dos aspectos que son relevantes, aunque no lo parezcan. Uno es el religioso, y es que también en esto el Reino Unido es diferente. Desde que Enrique VIII descubrió que sí el mismo se nombraba “Papa” de su religión Roma no le impediría hacer lo que le viniera en gana con sus esposas, el rey de allí lo es también jefe de la iglesia anglicana, una versión del protestantismo venida a menos en tiempos de laicismo y descreencia, y que tiene al soberano de Londres como el principal responsable. Eso obliga a realizar un ceremonial religioso especial, que las devotas de nuestro país y otros observan con envidia, pero que es muy pecaminoso visto desde la óptica católica, porque el arzobispo de Canterbury, la cabeza de la estructura eclesial anglicana, jura pleitesía al Rey, y esto, desde la óptica de las pías que ven arrebatadas el ceremonial, es puro sacrilegio. El otro aspecto, es más etéreo, pero, curiosamente, importante en tiempos como los actuales, es el ceremonial, el de la imagen, la teatralización. El marco de la abadia de Westmisnter es magnífico para coreografiar un rito que se lleva repitiendo desde 1066, y eso da una continuidad y tradición de la que pocos pueden presumir, y claro, en tiempos como los actuales, donde la imagen lo domina todo, la coreografía de lo que se celebra lo domina todo. El boato, la pompa y circunstancia, que tan bien musicalizó Elgar, la relevancia de la figura del Rey se eleva en un acto algo ajeno al tiempo en el que vivimos pero que resulta perfecto para ser televisado, que atrapa por su magnificencia, y vuelve a convertir a la monarquía británica en una institución inmensamente rentable, en la que su imagen es poco distinguible de la del conjunto del país en el que se halla, y sirve como señuelo y enganche para los que, desde fuera, lo visitan. El negocio que se genera en torno a la casa de Windsord, los personajes que a ella pertenecen y no, es enorme. No hay turista que no quiera pasearse por los escenarios de los enlaces y actos reales, compre algo de merchandising y se quiera imbuir del espíritu de los “royals” locales, con una intensidad y desembolso económico como no sucede con ninguna otra casa real del mundo. En este sentido la monarquía británica lo ha hecho genial, se ha convertido en una marca global, reconocida en todo el mundo, con admiradores que están dispuestos a dejarse mucho dinero para visitar los lugares que ellos frecuentan y las cosas que tocan. Sólo Roma y los Papas han logrado hacer algo similar, pero en ese caso el peso de lo religioso es tal que, aunque la fama universal sea total, limita el mercado potencial de clientes que pueden acudir al Vaticano a gastar dinero. En Londres no, lo mundano y lo real se cruzan en balcones de palacio, jardines de altas verjas, biografías de príncipes destronados y escándalos sexuales de toda índole. La empresa familiar de los Windsor es una de las mayores del Reino Unido y la simbiosis entre ellos y la nación otorga grandes réditos financieros al país, por lo que la supervivencia de la casa, sea cual sea la aceptación popular de la misma, tiene ahí una base sólida y difícil de rebatir. Ceremonias como las de este sábado se traducirán en miles y miles de nuevas visitas a Londres y en nuevos ingresos. Carlos no será nunca Isabel, y se equivocará si a eso aspira, pero la imagen de la realeza seguirá siendo muy muy rentable.
Un detalle no menor de la ceremonia del sábado. El Reino Unido tiene un enorme patrimonio musical de siglos, y lo lucen a la más mínima ocasión. La profesionalidad de los coros de aquel país es absoluta, y en sus voces las melodías de Tallis, Byrd, Häendel y otras lumbreras suena a gloria. Junto a ellos se pudieron escuchar composiciones compuestas expresamente para la ceremonia, una de ellas de Anthony Lloyd Weber, piezas de góspel, una coral ortodoxa griega, solos de órgano… el sábado tuvo lugar un fantástico concierto de música sacra en un templo gótico en el que las notas reverberaban de una manera perfecta, y retransmitido por la BBC. El mejor del Proms de este año ya ha tenido lugar.
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