Hace no mucho se denominaba a las cumbres del G7 como la reunión de las siete mayores economías del mundo. Como la realidad avanza mucho más deprisa de lo que somos capaces de asumir esa expresión ha perdido todo su sentido de la realidad, y ahora se usa una coletilla del tipo “democracias más industrializadas del mundo” para reflejar que los que se reúnen en esos encuentros no son el gran poder económico que eran antaño. Siguen representando un poder enorme, pero en el mundo cambiante en el que estamos, menguante, y no deja de ser paradójico que el principal protagonista del encuentro fuera una nación que no estaba allí.
Y en este caso no me refiero a Ucrania, apoyada por las siete naciones del grupo, sino a China. Gran parte de las discusiones del foro y del comunicado de la cumbre tienen relación con China, por ámbitos tan variados como lo comercial, lo político o la misma guerra de Ucrania. Que las antaño naciones más poderosas concentren sus esfuerzos para solicitar algo a otra nación dice mucho sobre la hegemonía del poder global y cómo está evolucionando nuestro mundo. Uno de los mensajes que han surgido de este encuentro es el de intentar enterrar el término “desacople” que se estaba empleando con frecuencia entre medios y analistas para referirse a las relaciones económicas entre China y occidente. Se ha creado la idea de que podemos permitirnos un desarrollo y crecimiento sin depender de China, parcelando el mundo en dos bloques opuestos, y en parte a ese escenario vamos, pero parece que los que saben y rigen las cosas, que normalmente no son los mismos, han llegado a la conclusión de que es inviable el cortar amarras por completo con el gigante asiático. Su peso en las cadenas de producción y el tamaño de su mercado son tan enormes que, simplemente, un mundo sin China no tiene sentido, y de ahí que de la cumbre salga un mensaje más conciliador hacia Beijing en lo que hace a cuestiones económicas. Se alienta la cooperación mutua y se pide reducir la dependencia de los suministros chinos por parte de los países occidentales, pero no se lanza un mensaje de ruptura. ¿Estamos ante un avance? En parte sí, porque la ruptura total implicaría unos costes inasumibles para nuestras economías y los daños en forma de inflación e ineficiencia serían colosales, pero sobre todo creo que estamos ante el reconocimiento de una realidad global por parte de naciones que antaño dominaron el mundo y que ahora empiezan a no hacerlo. China, con la India de socio, está creando una red de aliados internacionales que empiezan a configurar un bloque, sino homogéneo, sí bien unido por intereses comunes. El papel de Beijing en América Latina, como principal inversor y destino de la producción agraria de esa zona hace que Brasil y el resto de grandes naciones de la zona se empiecen a mostrar como serios socios de China y respalden sus políticas internacionales, lo que es clarísimo en el caso de la guerra de Ucrania, pero también en otros asuntos no tan llamativos, pero sí importantes. El papel mediador de Beijing entre Arabia Saudí e Irán, que ha logrado fraguar un acuerdo diplomático entre enemigos irreconciliables le ha dado un enorme protagonismo en una zona que, tradicionalmente, ha sido de enorme relevancia para EEUU, logrando que la casa de Saud, que debe su poder a Washington, trate con desprecio a los enviados norteamericanos y se preste a apoyar las iniciativas que surjan del que puede acabar siendo su primer cliente a la hora de venderle petróleo, el ávido consumidor chino. En África las piezas del tablero van cayendo una tras otras en el área de influencia de Beijing, bien a través de acuerdos de inversión que les atrapan en una espiral de deudas o por la aparente importancia que China les otorga a naciones que han sido olvidadas por occidente, y ahora se creen reivindicadas, y todo ello, como en el caso latinoamericano, con la explotación agraria y los recursos naturales del continente al servicio del mercado chino, que las necesita para comer y seguir desarrollando su industria.
Lo cierto es que la configuración global se ha polarizado en dos bloques a una elevada velocidad, y eso nos ha pillado a las naciones occidentales con la guardia baja, especialmente a las europeas, con una relevancia global muy decreciente. EEUU mantiene una obsesión por la geoestrategia fruto de su preminencia global, y sabe que los movimientos de China buscan crear una fuente de poder alternativo, y ve como algunos frutos empieza a obtener. Cada vez más el G7 está adquiriendo el aspecto de un foro defensivo frente a ese nuevo poder emergente, y eso nos debe importar mucho, porque como país pequeño y poco relevante, del mundo occidental, deberemos actuar en aguas cada vez más turbulentas. De la mano de nuestros socios, pero a sabiendas de que en el mar hay otro gran pez que nos observa.
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