Como no tengo cuenta de acceso no puedo ver el reportaje que publicó ayer el New York Times, basado en tomas aéreas de drone sobre lo que una vez fue la ciudad ucraniana de Bajmut, pero si entran en el enlace, tengan o no acceso, verán la imagen de portada del trabajo que resulta ya de por sí lo suficientemente escalofriante como para hacerse una idea de lo que puede venir a continuación. Bajmut era una localidad de unos setenta mil habitantes, no precisamente un villorrio, de los cuales apenas un puñado reside ahora allí. La mayor parte han huido a medida que los combates se han aproximado a la ciudad y, sobre todo, cuando la batalla se adueñó de la urbe hasta arrasarla.
En un reportaje de este domingo de El País, visitando zonas castigadas por bombardeos y ocupaciones rusas, una de las residentes, mayor, hablaba de la “russky mir” el concepto de paz y hermandad que aúna a los pueblos eslavos, sean o no rusos, y que está detrás de la ideología nacionalista supremacista que lleva a Putin a justificar su guerra como la limpieza, por parte de los hermanos rusos, de las incrustaciones impuras que anidan en el vecino pueblo ucraniano. Mirando a lo que era su casa, su barrio, ahora destruido, esa testigo de la guerra señalaba lo que una vez fue el lugar en el que vivió y creció, convertido ahora en nada, y decía a los periodistas “esta es la russky mir de Putin” y pocas palabras más son necesarias, sobre un escenario de destrucción, para darse cuenta del horror de la guerra que ha desatado el Kremlin sobre comunidades de vecinos que llevaban décadas en paz, viviendo en cierta penuria, pero saliendo adelante en medio de inviernos durísimos y los restos de décadas de dictadura soviética. Ahora gran parte del este de Ucrania es un lugar arrasado, invivible, sometido a un bombardeo de saturación como no se ha visto desde las guerras mundiales del siglo XX, que ha arrasado ciudades y campos, desvencijado terrenos y levantado suelos hasta convertirlos en escombreras y cementerios. Bajmut es el último ejemplo de la táctica de guerra rusa de tierra quemada, que ya fue ensayada nada más alcanzar Putin el poder en la guerra de Chechenia, que acabó con la conquista de Grozni, o de lo que una vez fue esa ciudad, convertida en un modelo de ruina que sería la seña de identidad del salvaje e ineficaz ejército ruso. La invasión de Ucrania, que comenzó como una operación militar convencional junto con una de asalto a la capital, buscando decapitar el poder establecido en Kiev, ha derivado en un enfrentamiento sádico en el que Rusia va destruyendo sin piedad alguna todo el territorio que conquista, matando sin cesar, deportando niños y convirtiendo ese espacio en una tierra de nadie en la que sólo los buitres, si son capaces de aguantar el intercambio de disparos de artillería, pueden darse un festín. La visión de Bajmut convertida en una escombrera no debe ser muy distinta de la que ofreció Mariupol hace apenas un año, cuando fue la primera gran ciudad ucraniana conquistada, el primer paso para la creación del pasillo de tierra que une a Crimea con el territorio de lo que era Rusia antes de la guerra. En esa ciudad costera las tropas ucranianas aguantaron lo que pudieron, pero los sádicos del Kremlin ordenaron la destrucción de la urbe, y casa a casa, bloque a bloque, manzana a manzana, Mariupol fue exterminada del mapa. Si en cada derrumbe eran varios los civiles que morían por los impactos de la artillería, fiesta que decretaban en el estado mayor ruso, por balas que se ahorraban sus tropas de las futuras ejecuciones previstas a los supervivientes. La guerra, que entonces estaba recién iniciada, iba a ser corta según muchos analistas. Hoy, más de un año después de su inicio, la intensidad de los combate sigue siendo elevada, el número de militares muertos, tanto rusos como ucranianos, se puede contar por centenares de miles, y el horror causado no tiene comparación posible salvo que nos remontemos a la maldita década de los cuarenta del siglo XX.
Los que huyeron de Bajmut cuando pudieron, los que han desarrollado allí toda su vida, los que de allí eran y en esa urbe han creado sus recuerdos de infancia y adolescencia, ¿cómo afrontan el hecho de que nada de eso exista ya? ¿Cómo sobrellevar que, probablemente, sean refugiados para siempre de su lugar de origen? Se verán obligados a crecer y rehacerse en otras ciudades del oeste de Ucrania, o en otros países, pero su memoria siempre va a recordar unas calles, jardines y paseos en los que crecieron, pedalearon por primera vez, se enamoraron, besaron a una chica o chico sin que nunca antes hubieran sentido algo así… Putin, el maldito Putin, ha destruido eso para siempre, se lo ha arrebatado. Bajmut ya sólo existe en la memoria de los que de ella pudieron huir.
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