Festejamos este nueve de mayo el segundo día de Europa en guerra con Rusia, lo que le hace diferente de todos los demás. El año pasado, sujetos aún a la conmoción del ataque de Putin, algunos auguraban el fin cercano de la guerra en el entorno de estas fechas. Hoy, tras doce meses, nadie hace pronósticos claros de hasta cuándo el sátrapa de Moscú decidirá que ha destruido suficientes vidas y posesiones para darse por satisfecho. Sólo en su mano está acabar una guerra que él decidió comenzar. Si Ucrania frena las hostilidades, es invadida. Si Rusia frena las hostilidades, se acaba la guerra. Es así de sencillo, y cruel.
Este va a ser el primer nueve de mayo festejado en Kiev como conmemoración de la UE y no como la victoria ante el nazismo en la II GM. En la antigua URSS esta jornada era de enorme exaltación ante lo que se consideraba la victoria en la gran guerra patriótica, que así como ellos llaman al segundo intento global de suicidio del siglo XX. Stalin logró que sus tropas derrotaran a las nazis en todo el frente oriental y llegó a un Berlín convertido en una mezcla entre morgue y escombrera. Esta jornada era aprovechada por los líderes soviéticos para exaltar los valores de su régimen, exhibir músculo militar y mostrarse como un poder global en el mundo. Más o menos es lo que pretende hacer Putin en Moscú en el desfile de este año, con enormes medidas de seguridad tras el incidente del dron sobre el Kremlin. El ejército de Putin ha demostrado ser una ineficaz antigualla para lograr la conquista del territorio, pero una eficiente máquina de asesinar a propios y ajenos, y el orgullo que mostrará su líder y los que le rodeen en el desfile de Moscú estará a la altura de la atrocidad que, día a día, lleva a cabo en el este de Ucrania. Frente a tanto músculo militar y orgullo soviético, la conmemoración de la UE tiene un origen mucho más prosaico, gris, cutre si me apuran. Se celebra la llamada declaración de Shumann, en la que el entonces ministro francés puso las bases de la creación de las llamadas Comunidades Europeas, embrión de lo que ahora es la UE. Un texto funcionarial, burocrático, en el que se ensalzaba no el logro de grandes objetivos, sino la necesidad de avanzar en pequeños pasos que se hagan por común acuerdo. Europa era aún entonces un continente derrotado, dividido por el telón de acero, en reconstrucción, con varias naciones del flanco sur, como España, Portugal o Grecia, bajo regímenes militares, con un este sometido al yugo soviético, con ciudades destruidas y poblaciones empobrecidas en gran parte de las naciones beligerantes en la guerra, y con unos EEUU dominantes en el mundo occidental y, en general, en todo el mundo. La UE surge de las cenizas de una Europa destruida para evitar que la destrucción siga. Es la “transición” que los ciudadanos del continente acuerdan para que el fantasma del pasado no les atrape por completo. Europa busca en valores democráticos y en el respeto a la ley la manera de escapar del fantasma de Auschwitz, que siempre permanecerá en su seno como recordatorio de hasta qué punto la depravación puede llegar a hacerse con el poder. De la necesidad, virtud. Europa como proyecto, anhelado en siglos pasados, se hace realidad tras la derrota de todas las naciones europeas, tras la asunción interna de cada una de ellas de que no son capaces de vencer, de que terceros, EEUU y la URSS, les han ganado, les dominan y condicionan. Los países que crean la CEE buscan establecer unas relaciones comerciales que les beneficien y permitan avanzar en la reconstrucción tras la guerra, sí, pero también quieren crear unos vínculos de confianza que eviten que el pasado de enfrentamientos se vuelva a repetir. El sueño europeo de unidad surge de la absoluta pesadilla que deja la mayor guerra de la historia. No debemos olvidarlo nunca.
Con sus problemas y defectos, que los hay, como en todo, la UE es uno de los proyectos más extraños que se han dado entre naciones soberanas, y sigue siendo un ejemplo global de cooperación y prosperidad. Hoy, los enemigos de la UE están claros, empezando por Putin y quienes les apoyan, que buscan por la fuerza dinamitar la unidad de los socios y, por el poder de las armas, socavar el imperio de la ley. Pero también es enemigo de la UE el olvido de dónde venimos, la pérdida de los supervivientes de los campos, el no tener presentes las heridas que provocaron la necesidad de recuperarnos. Kiev, hoy, es el escenario en el que la idea de Europa se vuelve a enfrentar a sus demonios. No hay otro lugar más apropiado para conmemorar este día que la plaza Maidan, con la sombra de Bucha, a unos pocos kilómetros de allí.
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