Elon Musk es un tipo genial para algunas cosas y un auténtico bocazas en no pocas ocasiones. Todos somos poliédricos, él también. Pena que en mi polígono personal ninguna de las aristas sea genial, pero es lo que hay. Musk no deja indiferente cuando le pone un micrófono delante, o se lanza a tuitear de manera salvaje, como si fuera el adolescente irresponsable que no es. En su comparecencia ante la junta anual de Tesla lanzó una enorme crítica al teletrabajo, calificándolo como inmoral y denigrándolo por completo. No está sólo Musk en este ataque y, frente a ellos, otros muchos defienden los puestos en remoto la manera alternativa de trabajar.
En EEUU hay un enorme debate en torno al teletrabajo, que acabará llegando a nosotros, a buen seguro que tarde y distorsionado. Musk lo califica de inmoral porque unos privilegiados pueden hacer uso de él y otros, los que realizan trabajos que requieren manipulación física, no pueden. No es ese el fondo de lo que se discute en aquel país. Hay dos factores que están en el centro de la mesa de debate y que tienen más importancia de lo que parece. El primero es el de la productividad de las empresas. ¿Ha aumentado con la normalización del teletrabajo o no? Pues, como sucede muchas veces, depende. Ya es difícil medir la productividad como para ser categóricos a la hora de hablar de impactos sobre ella, pero muchos CEOS y directivos dicen que sus empresas no son lo productivas que pudieran ser por, entre otras causas, el teletrabajo. Para algunas funciones estar en remoto supone una ganancia enorme (piense en el tiempo perdido en viajes de trabajo para reuniones de poco tiempo) pero en el día a día su implantación masiva, alegan, debilita los equipos, deshace la cultura corporativa de la empresa y diluye la capacidad de crear conjuntamente entre los empleados. Muchas empresas han empezado a recortar los planes extensos de teletrabajo que tenían y han ordenado una paulatina vuelta a las oficinas, movimiento que ha suscitado críticas por parte de muchos de los empleados, algunos de los cuales lo han acatado y otros no. El tema de las oficinas, y el inmobiliario asociado, es la otra gran línea de debate allí, y se ve influenciada por el diseño de las ciudades norteamericanas, algo artificioso desde el punto de vista europeo. El teletrabajo masivo desalojó los centros urbanos y dejó a las torres de oficinas convertidas en cascarones vacíos, generadores de pérdidas para sus propietarios. La vuelta no completa de empleados ha hecho que no se recuperen los niveles de ocupación previos a la pandemia, y los centros urbanos allí, vibrantes en las horas de trabajo, no son lo que eran, lo que repercute en pérdidas para los dueños de los edificios y los que tienen alquileres de negocios en las zonas. Parte de los problemas del sector bancario regional en EEUU, ese que se derrumba en este año, provienen de préstamos y tenencias asociadas a inmobiliario comercial y de oficinas, cuyo valor en libros es bastante más alto de la realidad, fruto del teletrabajo y la ausencia de empleados. En las ciudades europeas los centros son densos y las oficinas se mezclan con residencial, comercial y otro tipo de uso de los espacios. Hay zonas, como la Defense en París o el Cannary Wharf en Londres en las que predomina el uso de oficina, y notan este efecto de estar algo desangelados por el teletrabajo, pero son espacios concretos dentro de urbe más mezcladas. En EEUU, la distinción entre el centro de la ciudad urbano, como lugar de trabajo y negocios, y el extrarradio residencial es mucho más abrupta, y el que los centros urbanos languidezcan es un enorme problema, y no sólo económico, que también. La inseguridad de un lugar poco frecuentado crece, y es sabido que la violencia en EEUU es un problema de primer orden. Si los centros urbanos volvieran a llenarse, la economía y seguridad de los mismos resurgiría, según dicen los expertos.
Así, es posible que, sin tener en cuenta los meses de encierro pandémico, que fueron excepcionales, hayamos visto el pico en el uso del teletrabajo en nuestros sistemas de oficinas, o al menos que la corriente que pide recortarlo coge fuerza frente a la idea, hasta ahora mayoritaria, de extenderlo. ¿Qué es mejor? Pues depende, la verdad. Supongo que hay que tratar de compatibilizar el negocio de la empresa, que es lo primero (sin ello no hay ni empresa ni empleos) con el bienestar de los empleados y con las distintas preferencias de todos los implicados, llegando a acuerdos que, en función del tipo de negocio de que se trate, sean más o menos presenciales, pero en las grandes empresas tiene pinta de que vienen “telerecortes” en la distancia respecto a la sede. Ya veremos.
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