Ante la debacle electoral de este domingo, ya por la noche empezaron a surgir ruidos y disputas dentro de un PSOE herido, que había sufrido una enorme pérdida de poder. Barones destronados, altos cargos y un montón de contratados, todos los partidos los tienen, afrontaban el paro al perder ellos o sus jefes los cargos que les daban sustento económico. Era obligado que Sánchez, que no acudió a un Ferraz desolado, hiciera algo, aunque sea para aliviar la marejada del partido. El hundimiento del socio podemita también dejaba al gobierno colgado de la brocha. Algo tenía que hacer Sánchez.
Pensando en la noche del domingo al lunes se me ocurrían tres alternativas, de menor a mayor relevancia. La primera, floja, era una declaración solemne reconociendo los resultados pero diciendo que todo estaba bien y demás mensajes lisérgicos, con la idea de tratar de parar el primer golpe y diseñar la estrategia posterior. La segunda era la más obvia y sencilla, una crisis ministerial en la que se cesasen a algunos ministros de la parte socialista y a todos los de Podemos, como señal de que la debacle en votos significaba perder poder. La tercera, la más arriesgada, es que como Sánchez había planteado estas elecciones como un plebiscito sobre sí mismo, al haberlo perdido, anunciase que todo seguía igual pero que él no sería el candidato del PSOE a las elecciones de diciembre, de tal manera que convocaba un Congreso extraordinario, o un proceso de primarias, o tiraba del dedo, para escoger a alguien que representase al partido en los propios comicios. Si el sanchismo resta votos, se elimina ese factor y se preserva la marca socialista. Para cada una de estas estrategias se fabricarían argumentos desde Moncloa y se encargarían a los medios afines, en shock desde las diez de la noche del domingo, para vestir la decisión acordada como valiente, audaz y correcta, propia de un líder que es tan providencial como salvador (esto parece una frase de recochineo pero es lo que se desprende de lo que escriben los articulistas adeptos). Cuando ayer, a media mañana, se anunció una convocatoria a la prensa en Moncloa se dispararon los rumores y empecé a valorar cuál de estas opciones sería la escogida por Sánchez, y en mis cálculos la segunda, la de reformar el gobierno a fondo, era la más viable, por sencilla y clásica. Evidentemente me equivoqué, como creo que casi todo el mundo. Sánchez entendió que, en efecto, había perdido él las elecciones, pero decidió que subía la apuesta y convocó generales para el 23 de julio con el objeto de hacer un todo o nada, es decir, que ahora sí la votación fuera sobre la continuidad de su mandato como presidente. Esto cogió por sorpresa a todo el mundo, empezando por los propios dirigentes socialistas que, como siempre desde que Sánchez ocupa el poder, nada pintan y apenas pueden balbucear ante las decisiones alocadas y sin rumbo a las que les somete su líder. Como la idea del adelanto ha sido cocinada a toda prisa por el líder y apenas alguno más también pilló por sorpresa a los medios afines, que no sabían muy bien cómo responder, pero el gabinete de comunicación y propaganda de Moncloa trabajo con intensidad a lo largo del día, de tal manera que por la tarde ya era común ver en todos ellos que la decisión acordada se calificaba como valiente, audaz y correcta, propia de un líder que es tan providencial como salvador (esto, ahora sí, es recochineo pero es lo que escribieron ayer los articulistas adeptos). Nuevamente, me compadezco de la honra profesional de todos los que escriben y opinan al servicio de un poder esquizofrénico que, en estos años, ha mostrado una manera de dar bandazos que asusta a cualquiera. Supongo que la necesidad de pagar hipotecas lo justifica todo, y la probabilidad de que en dos meses el que provee de nóminas ya no esté justifica todo tipo de alabanzas a una decisión que era tan obvia y brillante que nadie, nadie, la vio llegar.
¿Qué va a pasar en esas elecciones? Bueno, la encuesta más certera es la que vivimos el domingo en las elecciones municipales, en las que el PP sacó casi 800.000 votos al PSOE, por lo que se convertiría en la primera fuerza del país, aunque seguro que el CIS ya está fabricando una encuesta que da ganador al PSOE en las generales por un millón de votos, por lo menos. La extrapolación del domingo en escaños, ejercicio arriesgado, acerca mucho a la suma de PP y Vox a una mayoría absoluta. De aquí a ocho semanas el objetivo del PP es anchar ese margen y el del PSOE que no crezca. Y del de no pocos, ir buscando empleo alternativo por si el gobierno cae. La probabilidad es alta, pero todo es posible.
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