El año 2023 está siendo bastante intenso en lo que hace a meteorología, y se ha propuesto dejar recuerdo por la dureza de sus fenómenos. Tuvimos unos meses de invierno con temperaturas frías en la parte final de enero y febrero, pero ya apuntaba maneras por lo seco, y en ese tiempo el campo apenas recibió riego del cielo. Los agricultores, tras un diciembre generoso, empezaban a mosquearse. Los meses de marzo y abril, primavera, frescos y lluviosos según se suelen recordar, se travistieron de verano puro, especialmente un abril que pasará a la historia por unas temperaturas impropias, casi al borde de los cuarenta. Y nada de agua, nada. La sequía se agudizó y se hizo dueña de todo el país. El campo se moría.
Mayo está siendo un mes de contrastes, que comenzó veraniego y camina otoñal hacia el final de sus días. No estamos en una época en la que los frentes nos visiten con regularidad, y si lo hacen ya suelen llegar debilitados, por lo que las esperanzas que había de lluvia provenían de la aparición de tormentas, preludio del verano que suelen darse en estas fechas. En sus inicios el mes empezó como acabó abril, agostándolo todo y desesperando a todo el mundo, le importase el tiempo o no. Los pronósticos a medio plazo indicaban que la racha seca se rompería y que el avance del mes dejaría inestabilidad acusada, pero era asomarse al Madrid del verano anticipado y resultaba casi imposible de creerlo. Algunos de los que trabajan con modelos predictivos y saben de esto anticipaban un final de mes movido, pero incluso ellos habían perdido parte de la esperanza en que algo así pasase, tras varias señales falsas de precipitación en los meses precedentes que se habían traducido en pura frustración. El paso de la quincena y San Isidro empezó a traer un cambio en la dinámica. Los cuatro días que estuve en Elorrio llovió con ganas, pero fue una situación local, que afectó al Cantábrico Oriental y poco más. Lo que sí supuso ese episodio fue la ruptura del bloqueo anticiclónico que nos afectaba desde marzo, gracias a fuertes vientos de norte que sí lograron bajar la temperatura en el conjunto del país. Rota la barrera, la dinámica que se instaló a partir de finales de la semana pasada fue la de entrada de lo que ahora se llaman DANAs, zonas de aire muy frío en altura, aisladas, que permiten que la humedad que hay en superficie pueda condensar y convertirse en nubes de tormenta. Es un error creer que el calor y la humedad van siempre asociados a tormenta. Son necesarios, sí, pero si no hay aire frío en lo más alto de la atmósfera para permitir la convección no hay nada que hacer. Basta recordar el enorme y sostenido calor del verano pasado, y la ausencia total de tormentas. Esta vez sí que se han juntado todos los ingredientes necesarios, y la dinámica se ha revelado de lo más agitada, con formación de cúmulos tormentosos que, en un principio, han afectado principalmente al sureste peninsular (Almería, Murcia y sur de Valencia) y al interior y zona costera de Cataluña, todas ellas zonas muy necesitadas de lluvia, y que, con el paso de los días, se han ido reproduciendo en casi todas partes, también en el valle del Guadalquivir, uno de los lugares más afectados por la sequía. Curiosamente es Galicia y el Cantábrico Occidental el área en el que el tiempo se está mostrando más estable y sereno, con poca precipitación y, si acaso, tormentas aisladas. Desde hace unos pocos días, la zona centro también se está viendo beneficiada por unas lluvias que allí son extremadamente necesarias, especialmente en Castilla la Mancha y Extremadura, donde las zonas de cultivo están ya dañadas para lo que resta del año. ¿Solucionan estas lluvias la sequía y sus efectos? No y no, como respuesta corta, pero son un alivio para determinados cultivos y, sobre todo, para las especies arbóreas, frutales o no, que estaban pasándolo horriblemente. En muchos casos las cosechas de esas especies están perdidas, pero todo esto que cae salvará el árbol, y regará los montes, tan necesitados, y eso es un regalo del cielo. Además, y esperemos que así siga la cosa, pese a algunos sustos, no se están produciendo desgracias materiales y humanas como las vividas hace una semana en Italia.
¿Y Madrid? Llega un momento, cuando el calor se hace fuerte en la ciudad, que parece que las nubes la esquivan, le tienen miedo y se apartan. Y no llueve. Hace falta que la atmósfera coja toda la fuerza de la que es capaz y organice un tormentón salvaje, como el que ayer barrió la zona este de la urbe, aeropuerto incluido, para que se empape un suelo en el que las lluvias de los pasados días habían empezado a refrescar pero aún no empapar. Amanece Madrid tras una noche de lluvia intensa, persistente, tozuda, vivificante, que ha dejado charcos en todos los jardines, muestra de que ha logrado traspasar la superficie y empezar a empapar en el interior. Y las semanas que vienen parece que seguirán siendo inestables. Mayo marzeando, el único refrán que por ahora se cumple en este retorcido, y duro, año 2023
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