jueves, febrero 28, 2008

Durmiendo con su asesino

Ha surgido con más fuerza por estar en campaña electoral, y porque el Martes fue un dé especialmente cruento con cuatro víctimas, pero la violencia doméstica, la practicada pro los maridos, amantes, novios y demás denominaciones masculinas respecto a sus amadas féminas no ha dejado de crecer a la par que se denominaba de una manera cada vez más tonta. El término violencia de género es una traducción directa del inglés y en castellano no quiere decir nada. El mismo termino “doméstica” no me acaba de convence, ni sexista. Es violencia criminal, y pocos adjetivos más son necesarios.

Reconozco que este tema se me escapa entre las manos. No lo entiendo. Empezando porque no tengo pareja y no conozco ni los gozos ni las sombras de una relación sentimental, los momentos de dicha y de penuria, hastío y agotamiento. Pese a ello no logro entender como alguien puede asesinar a aquella persona a la que quiere, ama y desea. La típica expresión de “la maté porque era mía” siempre me ha parecido un contrasentido, no sólo porque una persona no es de nadie excepto de ella misma, sino porque si el asesino piensa que es suya, la matarla la pierde para siempre. Quizás esa sea la causan por la que algunos de estos sujetos se suicidan una vez perpetrado el crimen. Ojala fuese al revés, primero se tirasen por la ventana y, una vez muertos o maltrechos, intentasen el asesinato, pero en este asunto, en el de los tiroteadotes universitarios y demás suicidas siempre la secuencia es la inversa, causando así el mayor daño posible. También se me hace incompresible el ver a esas mujeres, sometidas a vejaciones físicas y psicológicas (quizás aún perores que las palizas) que vuelven y vuelven con sus parejas, como Sísifas encadenadas a la roca que, tarde o temprano, acabará con ellas. Intuyo que asistentes sociales, abogados, psicólogos y muchos otros profesionales de este asunto no se extrañarán al oír que alguno de sus pacientes o “clientes” ha fallecido, sabiendo su historial, sus antecedentes y por donde iba a discurrir ese camino. Qué frustrante. Se aprueban nuevas leyes, se crean juzgados, se hacen manifestaciones y el problema cada vez es más visible, pero el saldo de muertes, lejos de disminuir, se incrementa de una manera alarmante. Es un problema que, a parte de preocuparnos, nos debiera avergonzar como sociedad en su conjunto. Es todo un cáncer, a veces no muy silencioso, que se ha introducido en nuestras entrañas. Las dosis de violencia que vemos en los medios, en esos estúpidos adolescentes que graban sus fechorías en los móviles, en esos macarras de barrio, en esos señores idos a base de copazo y puro que no dudan en estampar a su mujer contra el fregadero. Es deprimente y no podemos consentir que siga sucediendo como si no fuese con nosotros.

Porque, en efecto, a veces parece que estos asuntos no nos van. Muchas noticias incluyen el comentario de que los vecinos oían frecuentes gritos y discusiones, y algo se “olían”, pero nunca nadie denuncia o avisa a nadie. Hace pocas semanas
tuvo lugar en Ermua una pelea salvaje en un patio de colegio, con el resultado de un chica de quince años con un parte de heridas digno de la batalla de Fallujah. Un domingo, en una cancha de baloncesto rodeada de pisos, y nadie vió, denunció ni llamó. Si en estos casos de violencia pública surge la indolencia, que esperar de aquellos en los que se pega, tortura y asesina en la intimidad del hogar. Y pensar que en un principio esas historias comienzan con amor, con cariño, con entrega........

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