miércoles, febrero 06, 2008

El PP (Picasso de París)

El Museo de arte Reina Sofía inaugura hoy para el público una exposición sobre Picasso, con fondos provenientes del museo de París. Este último se enfrenta a un proceso de obras y reformas, y por eso cierra en su mayor parte y h trasladado las obras temporalmente a al sede madrileña. Ayer tuvo lugar por la noche el pase para los que disponían de invitaciones oficiales. Yo tenía una, y por ello fui a darme una vuelta, ver la exposición, comprobar que había muchos cientos de personas invitadas, por lo que la noche en el museo era más una especie de fiesta lúdica que un encuentro con el arte.

No me gusta Picasso. Lo admito y reconozco. Quizás sea yo poco sensible, y carezca del gusto y refinamiento necesario, pero la verdad es que no me emociona. La exposición de ayer es fabulosa para un amante del pintor malagueño, ya que hay cientos de cuadros y esculturas. Es una retrospectiva gigantesca, y la mayor parte de las obras de la muestra nunca han estado en Madrid. De todos ellos los que más me gustaron fueron los de los años iniciales, hasta 1925 más o menos. Cuadros como “los primeros comulgadotes” “Danza popular” o la serie de dibujos a las bailarinas son bonitos, me transmiten y me gustan. Quizás porque en aquella época Picasso aún respetaba la forma y el aspecto de la realidad. Luego empieza la época de las cabezas retorcidas, los ojos asimétricos, cada uno colgando de una esquina, y eso ya me empieza a disgustar. Y llegamos al Gernika. Muchas veces he dicho que lo que más me gustaba del cuadro era el blindaje que lo protegía cuando estaba en el Casón del Buen Retiro. Ahora, en el Reina Sofía, no hay blindaje alguno, por lo que debo apreciar el cuadro por si mismo. Es grande, oscuro, tenebroso....... y no me gusta. Y mira que lo intento. Ayer también me quedé un buen rato mirándolo, sin intentar comprenderlo (eso se me escapa) pero si buscando emociones, sensaciones. La verdad es que es tétrico, con ese tamaño y esa oscuridad, pero desde luego no es la imagen que yo asociaría a los horrores de una guerra, quizás porque he nacido en una cultura plenamente audiovisual y son las fotos, o las películas las que me transmiten esa sensación. Lo cierto es que el Gernika ha trascendido más allá del cuadro y se ha convertido en un símbolo, a veces muy disputado. Millones de reproducciones cuelgan de muros, fachadas, y salones de casa, pero no sería yo quién lo colgase en mi hogar (de hecho no está) aunque si conozco a algunos que lo tienen presidiendo su salón, y les emociona.

El resto de la exposición para mi se convierte en un maremagnum de cuadros abstractos, confusos y que no me llaman. Sólo al final de sus días, a partir de los sesenta y tantos, Picasso vuele a usar el color y la luz, en una forma distorsionada, pero que me vuelve a transmitir algo de la alegría que poseía en sus años de juventud. Desde luego al que le guste el autor, la época y el estilo está completamente obligado a ver la muestra, pero eso sí, que se arme de paciencia, porque es enorme. Un día en el museo, rodeado de fantasmas, sueños y las extrañas visiones de un genio.

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